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Mientras iba a casa de Rita por Oíd Cutler, un pequeño Geo rojo se pegó a mi parachoques sin separarse ni un milímetro. Miré por el espejo, pero no pude ver la cara del conductor, y me pregunté si había hecho algo sin darme cuenta que le hubiera irritado. Estuve muy tentado de pisar el freno y ver qué pasaba, pero no estaba tan agotado como para creer que estropear mi coche mejoraría la situación. Intenté hacer caso omiso, otro conductor chiflado de Miami con intenciones misteriosas.

Pero siguió pegado a mí, a centímetros de distancia, y empecé a preguntarme por sus intenciones. Aceleré. El Geo aceleró y se pegó a mi parachoques.

Aminoré la velocidad. El Geo también.

Atravesé dos carriles, dejando atrás un coro de bocinazos furiosos y dedos levantados. El Geo me siguió.

¿Quién era? ¿Qué quería de mí? ¿Cabía la posibilidad de que Starzak supiera que era yo quien le había atado con cinta adhesiva, y ahora me perseguía en un coche diferente, decidido a vengarse de mí? ¿O esta vez era otra persona? Y en ese caso, ¿quién? ¿Por qué? No conseguía convencerme de que era Moloch quien conducía el coche. ¿Cómo podía un dios antiguo sacarse el permiso de conducir? Pero había alguien ahí detrás, con la clara intención de acompañarme un rato, y no tenía ni idea de quién era. Me descubrí buscando frenéticamente una respuesta, en busca de algo que ya no estaba, y la sensación de pérdida y vacío aumentó mi incertidumbre, mi ira y mi desasosiego, y me di cuenta de que estaba respirando de forma entrecortada entre los dientes apretados, que mis manos aferraban con fuerza el volante y que estaba cubierto de un sudor frío, y pensé, se acabó.

Mientras me preparaba mentalmente para pisar el freno, saltar del coche y convertir la cara del otro conductor en pulpa roja, el Geo rojo se despegó de repente de mi parachoques y giró a la derecha, para desaparecer por una calle lateral en la noche de Miami.

No había sido nada, al fin y al cabo, una psicosis de hora punta de lo más normal. Otro conductor de Miami enloquecido, que mataba el aburrimiento del largo camino hasta casa jugando al pilla-pilla con el coche de delante.

Y yo no era más que un ex monstruo aturdido, agotado y paranoico, con las manos convertidas en puños y los dientes apretados.

Me fui a casa.

El Vigilante se alejó, y después dio la vuelta. Se abrió paso entre el tráfico, invisible para el otro, y dobló por la calle hacia la casa a una buena distancia. Le había gustado perseguirle tan de cerca, forzar un leve ataque de pánico. Le había provocado para medir su preparación, y lo que descubrió fue muy satisfactorio. Se trataba de un proceso muy equilibrado, empujar al otro hacia el estado de ánimo adecuado. Lo había hecho muchas veces antes, y conocía los signos. Nervioso, pero sin llegar al estado de angustia necesario, todavía no.

Estaba claro que había llegado el momento de acelerar las cosas.

Esta noche sería muy especial.

27

La cena estaba preparada cuando llegué a casa de Rita. Teniendo en cuenta lo que había pasado y lo que yo opinaba al respecto, cualquiera habría pensado que no volvería a comer, pero cuando entré por la puerta me asaltó el aroma. Rita había hecho cerdo asado, con brécol, arroz y judías, y hay pocas cosas en el mundo comparables al cerdo asado de Rita. De modo que fue un Dexter algo apaciguado el que apartó el plato por fin y se levantó de la mesa. Y la verdad, el resto de la noche fue también bastante placentero. Jugué al escondite con Cody y Astor y los demás niños del barrio hasta la hora de acostarse, y después Rita y yo nos sentamos en el sofá y vimos una serie sobre un médico cascarrabias, hasta que nos fuimos a dormir.

En circunstancias normales, la vida no era tan mala, gracias al cerdo asado de Rita, además de que Cody y Astor mantenían despierto mi interés. Tal vez podría vivir vicariamente por su mediación, como un ex jugador de béisbol que se convierte en entrenador cuando sus días de jugador han terminado. Tenían muchas cosas que aprender, y al enseñárselas podría revivir mis marchitos días de gloria. Triste, sí, pero al menos era una pequeña compensación.

Y mientras me sumía en el sueño, pese a saber la verdad, me sorprendí pensando que tal vez las cosas no estaban tan mal.

Esta idea estúpida duró hasta medianoche, cuando desperté y vi a Cody parado al pie de la cama.

—Hay alguien fuera —dijo.

—De acuerdo —dije, medio dormido, sin la menor curiosidad acerca de por qué necesitaba decirme aquello.

—Quiere entrar.

Me senté.

—¿Dónde? —pregunté.

Cody se volvió, salió al pasillo y yo le seguí. Estaba convencido a medias de que sólo había sido una pesadilla, pero al fin y al cabo estábamos en Miami, y estas cosas suelen pasar, aunque en pocas ocasiones más de 500 o 600 veces por noche.

Cody me condujo hacia la puerta del patio trasero. Paró en seco a unos tres metros de la puerta, y yo le imité.

—Ahí —dijo en voz baja.

En efecto. No era una pesadilla, al menos de las que tienes cuando estás dormido.

El pomo de la puerta se estaba moviendo, como si alguien intentara girarlo desde fuera.

—Despierta a tu madre —susurré a Cody—. Dile que llame al novecientos once.

Me miró como decepcionado de que no fuera a cargar contra la puerta con una granada de mano y ocuparme del problema sin ayuda, pero después dio media vuelta y volvió sobre sus pasos hacia el dormitorio.

Me acerqué a la puerta con sigilo y cautela. Al lado, en la pared, había un interruptor que conectaba el foco que iluminaba el patio. Cuando extendí la mano hacia el interruptor, el pomo dejó de girar. De todos modos, encendí la luz.

Al instante, como si fuera obra del interruptor, alguien empezó a golpear la puerta de la calle.

Me volví y corrí hacia la parte delantera, y a mitad de camino Rita salió al pasillo y se estrelló contra mí.

—Dexter —dijo—, ¿qué…? Cody ha dicho…

—Llama a la policía —le dije—. Alguien está intentando entrar. —Miré a Cody—. Despierta a tu hermana y encerraos todos en el cuarto de baño.

—Pero ¿quién…? Nosotros no… —dijo Rita.

—Vete —le dije, y me dirigí hacia la puerta de la calle.

También aquí encendí la luz exterior, y una vez más el sonido cesó de inmediato.

Sólo para empezar de nuevo al final del pasillo, por lo visto en la ventana de la cocina.

Y por supuesto, cuando entré como una exhalación en la cocina, el sonido ya había cesado, incluso antes de encender la luz del techo.

Me acerqué poco a poco a la ventana que había sobre el fregadero y miré con cautela.

Nada. Sólo la noche, el seto y la casa del vecino, y nada más.

Me incorporé y esperé un momento, a la espera de que el ruido empezara otra vez en algún otro rincón de la casa. No lo hizo. Me di cuenta de que estaba conteniendo el aliento, y respiré. Fuera lo que fuera, había parado. Abrí los puños y respiré hondo.

Y entonces Rita chilló.

Di media vuelta lo bastante deprisa para torcerme el tobillo, pero cojeé hacia el cuarto de baño a la mayor velocidad posible. La puerta estaba cerrada con llave, pero desde dentro oí que algo arañaba la ventana.

—¡Váyase! —gritó Rita.

—Abre la puerta —dije, y un momento después Astor la abrió de par en par.

—Está en la ventana —dijo, con bastante calma, pensé.

Rita estaba en medio del cuarto de baño con los puños apretados contra la boca. Cody se encontraba delante de ella en ademán protector con el desatascador en ristre, y los dos tenían la vista clavada en la ventana.