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Hasta ahora, el mío nunca me había abandonado. Siempre estaba en casa conmigo, no iba vagando por las calles, de paseo con el primer pringado colérico que encontraba.

Muy bien, dejemos eso de lado un momento. Supongamos que algunos Pasajeros se pasean y otros son hogareños. ¿Podía explicar esto lo que Halpern había descrito como un sueño? ¿Pudo algo entrar en su interior, obligarlo a matar a dos chicas, llevarlo de vuelta a casa y acostarlo antes de marcharse?

No lo sabía. Pero sí sabía que, si la idea tenía algún fundamento, mi problema era mucho más grave de lo que había imaginado.

Cuando volví a la oficina, ya había pasado la hora de comer, y tenía una llamada de Rita recordándome que a las dos y media tenía cita con su pastor. Y por «pastor» no me refiero al tipo que cuida ovejas en el monte. Por improbable que parezca, me refiero al tipo de pastor que encuentras en una iglesia, si alguna vez te sientes impulsado a visitar una por algún motivo. Por mi parte, siempre he dado por sentado que, si existiera alguna clase de dios, jamás permitiría que algo como yo floreciera. Y si me equivoco, que se parta el altar y se desmorone si entro en una iglesia.

Pero mi sensato alejamiento de edificios religiosos había terminado, porque Rita quería que su propio pastor presidiera nuestra ceremonia matrimonial, y por lo visto el hombre necesitaba examinar mis credenciales humanas antes de acceder. La primera vez no había hecho un buen trabajo, por supuesto, ya que el primer marido de Rita había sido un adicto al crac que le pegaba con regularidad, y el reverendo no había logrado detectarlo. Y si el pastor había pasado por alto algo tan evidente antes, las probabilidades de que lo hiciera mejor conmigo no eran muy numerosas.

De todos modos, Rita sentía una gran confianza en el hombre, de modo que fuimos a la antigua iglesia de roca coralina, situada en unos terrenos frondosos del Grove, tan sólo a un kilómetro de la escena del homicidio en la que había estado trabajando por la mañana. Rita había recibido la confirmación en dicha iglesia, me explicó, y conocía al pastor desde hacía mucho tiempo. Por lo visto, eso era importante, y supuse que debería serlo, teniendo en cuenta lo que yo sabía sobre varios hombres de Dios que habían llamado mi atención debido a mi pasatiempo favorito. Mi ex pasatiempo favorito, quiero decir.

El reverendo Gilíes nos estaba esperando en su despacho (¿o debería decir claustro, retiro o algo por el estilo?). La rectoría siempre me había sonado como un lugar en el que te encuentras con un proctólogo. Tal vez era una sacristía. Admito que no estoy al día en la terminología. Mi madre adoptiva, Doris, intentó llevarme a la iglesia cuando era pequeño, pero después de un par de lamentables incidentes, quedó claro que no me gustaba, y Harry intervino.

El estudio del reverendo estaba forrado de libros de títulos improbables, que sin duda ofrecían sabios consejos sobre cómo apechugar con cosas que Dios prefería que evitaras.

También había algunos que ofrecían información sobre el alma de la mujer, aunque no especificaba de cuál, e información sobre cómo conseguir que Cristo trabajara para ti. Esperé que no fuera por el salario mínimo. Había incluso uno sobre química cristiana, lo cual me pareció un poco forzado, a menos que diera la receta del viejo truco de convertir agua en vino.

Mucho más interesante era un libro con letras góticas en la cubierta de la encuadernación. Volví la cabeza para leer el título. Simple curiosidad, pero cuando lo leí sentí una sacudida en mi interior, como si mi esófago se hubiera llenado de hielo de repente.

Posesión demoníaca: ¿Realidad o fantasía?, rezaba, y mientras leía el título, oí el sonido inconfundible de una moneda al caer.

Sería muy fácil para un observador externo sacudir la cabeza y decir, sí, claro, Dexter es un chico muy tonto si no ha pensado en eso. Pero la verdad era que no lo había hecho. El demonio posee muchas connotaciones negativas, ¿verdad? Y mientras la Presencia estuvo presente, no pareció necesario definirla en esos términos arcaicos. Sólo ahora que se había marchado era necesaria una explicación. ¿Por qué no ésta? Era algo anticuada, pero su propia antigüedad parecía defender la posibilidad de que existiera algo por el estilo, alguna relación con aquella tontería de Salomón y Moloch, hasta llegar a lo que me estaba pasando hoy.

¿Era realmente el Oscuro Pasajero un demonio? ¿La ausencia del Pasajero significaba que había sido expulsado? Y si era así, ¿qué lo había expulsado? ¿Algo de una bondad suprema? No recordaba haberme topado con algo semejante durante la última, oh, vida. Justo lo contrario, en realidad.

Pero ¿podía algo muy malo expulsar a un demonio? O sea, ¿podía existir algo peor que un demonio? ¿Tal vez Moloch? ¿O podía un demonio autoexpulsarse por algún motivo?

Intenté consolarme con la idea de que, al menos, ahora tenía unas cuantas buenas preguntas, pero tampoco me sentí muy confortado, y mis pensamientos fueron interrumpidos cuando la puerta se abrió y el Buen Reverendo Gilíes entró, sonriendo y murmurando «vaya, vaya».

El reverendo tendría unos cincuenta años y parecía bien alimentado, por lo cual supuse que el negocio iba viento en popa. Avanzó hacia nosotros y dio a Rita un abrazo y un beso en la mejilla, antes de volverse para ofrecerme un caluroso apretón de manos.

—Bien —dijo, mientras me sonreía con cautela—. Así que tú eres Dexter.

—Supongo que lo soy —contesté—. No pude evitarlo. Asintió, casi como si fuera lógico.

—Sentaos, por favor, y relajaos —dijo. Dio la vuelta al escritorio y se sentó frente a nosotros en una enorme silla giratoria.

Decidí tomarme sus palabras al pie de la letra y me recliné en la butaca de piel roja. Rita se sentó en el borde de otra butaca idéntica.

—Rita —dijo, y volvió a sonreír—. Vaya, vaya. Así que estás dispuesta a volver a intentarlo, ¿eh?

—Sí, es que… Creo que sí —dijo Rita, y se ruborizó violentamente—. Quiero decir, sí. — Me miró con una brillante sonrisa roja—. Sí, estoy dispuesta.

—Bien, bien —dijo él, y desvió su expresión de cariñosa preocupación hacia mí—. Y tú, Dexter. Me gustaría saber algo de ti.

—Bien, para empezar, soy sospechoso de un asesinato —dije con modestia.

—Dexter —dijo Rita, y aunque fuera imposible, enrojeció todavía más.

—¿La policía cree que mataste a alguien? —preguntó el reverendo Gilíes.

—Oh, no todos lo creen —dije—. Sólo mi hermana.

—Dexter es forense —soltó Rita—. Su hermana es detective. Él sólo…, sólo estaba bromeando.

El hombre cabeceó en mi dirección.

—El sentido del humor es de gran ayuda en cualquier relación —dijo.

Hizo una pausa, con aspecto pensativo y muy sincero.

—¿Cómo te llevas con los hijos de Rita? —preguntó.

—Oh, Cody y Astor adoran a Dexter —dijo Rita, muy contenta de haber aparcado el tema de mi condición de hombre buscado por la ley.

—Pero ¿cómo se lleva Dexter con ellos? —insistió el hombre.

—Me caen bien —dije.

El reverendo Gilíes asintió.

—Bien. Muy bien. A veces, los niños son una carga. Sobre todo cuando no son de uno.

—Cody y Astor son una carga muy pesada, pero no me importa.

—Van a necesitar mucha atención, después de todo lo que han padecido.

—Oh, ya se la presto —dije, aunque preferí no ser demasiado concreto, de modo que añadí—: están ansiosos de recibirla.

—De acuerdo —dijo el reverendo—. Esos chicos vendrán a la escuela dominical, ¿verdad?

Se me antojó un intento descarado de chantajearnos para que le proporcionáramos futuros reclutas que engordaran su bandeja, pero Rita asintió con entusiasmo, así que la imité. Además, estaba bastante seguro de que, con independencia de lo que dijeran los demás, Cody y Astor buscarían consuelo espiritual en otra parte.