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—En cuanto a vosotros dos —dijo el hombre, al tiempo que se reclinaba en la butaca y se frotaba el dorso de una mano con la palma de la otra—, una relación en el mundo actual necesita una firme base en la fe. —Me miró expectante—. ¿Qué opinas, Dexter?

Bien, ya estábamos. Hay que creer que, tarde o temprano, un pastor encontrará una forma de dar un giro a las cosas para encaminarte a su terreno. No sé si es peor mentir a un pastor que a otra persona, pero yo deseaba que la entrevista concluyera con rapidez y sin causar dolor, ¿y cómo iba a conseguirlo si decía la verdad? Sí, reverendo tengo una gran fe… en la codicia y estupidez de la raza humana, y en la dulzura del acero afilado en una noche iluminada por la luna. Tengo fe en lo invisible oscuro, en la fría risotada de las sombras interiores, y más que fe: estoy seguro, porque he visto el desolador desenlace y sé que es real. Ahí vivo yo.

Pero eso no tranquilizaría al hombre, y no necesitaba preocuparme por ir al infierno si mentía a un pastor. Si existe un infierno, yo ya tengo reservado un asiento de primera fila.

—La fe es muy importante —me limité a decir, y el hombre pareció quedar satisfecho.

—Estupendo, de acuerdo —dijo, y consultó con disimulo su reloj—. Dexter, ¿quieres preguntar algo acerca de nuestra Iglesia?

Una buena pregunta, quizá, pero me pilló por sorpresa, pues había pensado que en el curso de esta entrevista tendría que contestar a preguntas en lugar de formularlas. Estaba preparado para mostrarme evasivo durante una hora, al menos, pero ¿qué podía preguntar? ¿Utilizan mosto o vino? ¿La bandeja es de metal o de madera? ¿Es pecado bailar? No estaba preparado. No obstante, él parecía muy interesado en saberlo. Le dediqué una sonrisa tranquilizadora.

—Me gustaría saber qué opinan de la posesión demoníaca —dije.

—¡Dexter! —Rita tragó saliva con una sonrisa nerviosa—. Eso no es… No querrás…

El reverendo Gilíes levantó una mano.

—No pasa nada, Rita —dijo—. Creo saber qué quiere decir Dexter. —Se reclinó en la butaca y cabeceó, al tiempo que me dedicaba una agradable sonrisa de complicidad—. ¿Ha pasado mucho tiempo desde que no pisas una iglesia, Dexter?

—Bien, la verdad es que sí —admití.

—Creo que descubrirás que la nueva Iglesia está muy adaptada al mundo moderno. La verdad esencial del amor de Dios no cambia —dijo—, pero sí nuestra interpretación de él, a veces. —Me guiñó un ojo, lo juro—. Creo que podemos admitir que los demonios son para Halloween, no para el oficio dominical.

Bien, era agradable recibir una respuesta, aunque no fuera la que estaba buscando. No esperaba que el reverendo Gilíes sacara un grimorio y lanzara un hechizo, pero admito que fue un poco decepcionante.

—De acuerdo.

—¿Alguna otra duda? —me preguntó con una sonrisa muy satisfecha—. ¿Sobre nuestra Iglesia, o sobre algo relacionado con la ceremonia?

—Pues no. Parece muy sencillo.

—Nos gusta creer eso. Siempre que pongamos en primer lugar a Cristo, todo lo demás encaja.

—Amén —dije con júbilo. Rita me miró, pero el reverendo pareció aceptarlo.

—De acuerdo —dijo el hombre, se levantó y extendió la mano—. Hasta el veinticuatro de junio. —Yo también me levanté y le estreché la mano—. Pero espero veros antes — añadió—. Tenemos un gran oficio moderno todos los domingos a las diez de la mañana. — Me guiñó un ojo y volvió a apretarme la mano—. Podrás volver a casa a tiempo de ver el partido de fútbol.

—Fantástico —dije, y pensé que, cuando los negocios se anticipan a las necesidades de sus clientes, todo es mucho mejor.

Me soltó la mano y le dio un gran abrazo a Rita.

—Rita —dijo—, estoy muy contento por ti.

—Gracias —sollozó ella en su hombro. Se apoyó contra él un momento y sorbió por la nariz. Después se enderezó, se frotó la nariz y me miró—. Gracias, Dexter —dijo. No sé por qué, pero siempre es agradable que te incluyan.

29

Por primera vez desde hacía tiempo estaba ansioso por volver a mi cubículo. No porque tuviera trabajo, sino por la idea que se me había ocurrido en el estudio del reverendo Gilíes. Posesión demoníaca. Sonaba bien. Nunca me había sentido poseído, aunque Rita reclamaba el honor, pero al menos proporcionaba una especie de explicación, avalada por la historia, y tenía muchas ganas de investigarla.

En primer lugar, comprobé si tenía mensajes en el contestador automático y en el correo electrónico. Ningún mensaje, salvo un recordatorio rutinario del departamento sobre la limpieza de la zona de café. Tampoco descubrí ninguna abyecta disculpa de Debs. Hice algunas llamadas cautelosas, y descubrí que Debs estaba intentando localizar a Kurt Wagner, lo cual me tranquilizó, pues significaba que no me estaba siguiendo a mí.

Con el problema resuelto y la conciencia tranquila, empecé a investigar el tema de la posesión demoníaca. Una vez más, el buen rey Salomón acaparaba los titulares. Por lo visto, se había llevado de maravilla con cierto número de demonios, la mayoría de nombres improbables con varias zetas. Y les había dado órdenes como si fueran criados, y obligado a construir su gran templo, lo cual no dejó de sorprenderme, pues siempre me habían dicho que el templo era algo bueno, y debían existir leyes sobre el trabajo de los demonios. O sea, si tanto nos molesta que inmigrantes ilegales recojan las naranjas, ¿no debían tener todos aquellos patriarcas temerosos de Dios una especie de ordenanza contra los demonios?

Pero ahí delante lo tenía, en blanco y negro. El rey Salomón había confraternizado con ellos a sus anchas, y como jefe. No les gustaba recibir órdenes, por supuesto, pero le aguantaban. Y eso suscitaba la interesante idea de que tal vez alguien más podía controlarlos, e intentaba hacerlo con el Oscuro Pasajero, quien había huido de aquella servidumbre involuntaria. Medité un rato sobre eso.

El mayor problema de esa teoría residía en que no encajaba con la abrumadora sensación de peligro de muerte que me había invadido por primera vez, cuando el Pasajero todavía estaba a bordo. Puedo comprender la reticencia a llevar a cabo trabajos indeseables tan bien como cualquiera, pero eso no tenía nada que ver con el miedo letal que había surgido en mi interior.

¿Significaba eso que el Oscuro Pasajero no era un demonio? ¿Significaba que no estaba padeciendo otra cosa que una simple psicosis? ¿Una fantasía paranoica imaginaria en la que se mezclaban la sed de sangre y el horror?

Y, no obstante, todas las culturas del mundo a lo largo de la historia parecían creer que la posesión albergaba cierto grado de realidad. No conseguía relacionarla con mi problema. Intuía que estaba cerca de algo, pero no se me ocurrían ideas.

De pronto eran las cinco y media, y ya estaba más que ansioso por huir de la oficina y dirigirme hacia el dudoso refugio de mi casa.

A la tarde siguiente estaba en mi cubículo, mecanografiando un informe sobre un asesinato múltiple muy aburrido. Hasta Miami tiene asesinatos vulgares, y éste era uno de ellos, o tres y medio, para ser preciso, pues había tres cadáveres en el depósito, y un cuarto cuerpo en cuidados intensivos en el Jackson Memorial. Era un simple tiroteo en una de las escasas zonas de la ciudad en que la propiedad se valoraba a la baja. Era absurdo dedicarle mucho tiempo, pues había montones de testigos, y todos coincidían en que alguien llamado «Cabronazo» era el culpable.

De todos modos, hay que observar las formas, y yo había pasado medio día en el lugar de los hechos, para asegurarme de que nadie había saltado desde una puerta y troceado a las víctimas con unas tijeras de podar setos, al tiempo que las ametrallaban desde un coche que pasaba. Estaba intentando pensar en una forma interesante de conseguir que las manchas de sangre fueran congruentes con un tiroteo desde algo en movimiento, pero el aburrimiento estaba consiguiendo que bizqueara, y mientras miraba la pantalla sin verla, oí un zumbido, y después el retumbar de gongs, y la música nocturna volvió a empezar, y tuve la impresión de que la página en blanco de la pantalla se teñía de sangre, se derramaba sobre mí, inundaba la oficina y todo el mundo visible. Salté de la silla y parpadeé varias veces hasta que se desvaneció, pero me dejó tembloroso e intrigado.