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Estaba empezando a afectarme a plena luz del día, incluso sentado a mi mesa de la jefatura de policía, y no me gustaba nada. O se estaba fortaleciendo y acercando, o me estaba sumiendo en la locura más absoluta. Los esquizofrénicos oyen voces, ¿no? ¿También oyen música? ¿Podía calificarse de voz al Oscuro Pasajero? ¿Había estado loco desde el primer momento, y un episodio final estaba afectando a la cordura artificial del Indeciso Dexter?

No creía que fuera posible. Harry me había enderezado, conseguido que me adaptara. Harry habría sabido que estaba loco, y me había dicho que no. Harry jamás se equivocaba. Yo estaba adaptado y bien, sólo bien, gracias.

¿Por qué oía esa música? ¿Por qué temblaba mi mano? ¿Por qué necesitaba aferrarme a un fantasma, con el fin de evitar sentarme en el suelo y darme golpecitos en los labios con el dedo índice?

Estaba claro que nadie del edificio había oído nada. Sólo yo. De lo contrario, los pasillos estarían llenos de gente bailando o chillando. No, el miedo se había adentrado en mi vida a mayor velocidad de la que yo podía alcanzar, había llenado el espacio vacío interior donde había habitado el Oscuro Pasajero.

No tenía nada con qué trabajar. Necesitaba información externa si aspiraba a comprender esto. Muchas fuentes creían que los demonios eran reales. Miami estaba llena de gente que trabajaba con ahínco para mantenerlos alejados cada día de sus vidas. Y si bien el babalao había dicho que no quería tener nada que ver con este asunto, y se había largado a toda velocidad, daba la impresión de saber lo que era. Estaba bastante seguro de que la santería creía en la posesión. Pero daba iguaclass="underline" Miami era una ciudad diversa y maravillosa, y encontraría otro lugar donde formular la pregunta y recibir una respuesta muy diferente, tal vez incluso la que iba buscando. Abandoné mi cubículo y me encaminé al aparcamiento.

El Árbol de la Vida estaba en la periferia de Liberty City, una zona de Miami no apta para ser visitada de noche por turistas de Iowa. Este rincón en concreto había sido tomado por inmigrantes haitianos, y muchos edificios estaban pintados de varios colores chillones, como si no bastara con uno solo. En algunos edificios había murales que plasmaban la vida rural de Haití. Predominaban los gallos y los chivos.

En la pared exterior del Árbol de la Vida había pintado un árbol grande, cosa muy adecuada, y debajo una imagen alargada de dos hombres que tocaban tumbadoras. Aparqué justo delante de la tienda y entré por una puerta con mosquitera, que hizo sonar una campanilla y se cerró de golpe a mis espaldas. En la parte de atrás, al otro lado de una cortina de cuentas colgantes, una voz de mujer dijo algo en criollo. Yo me quedé delante del mostrador de cristal y esperé. La tienda estaba forrada de estanterías que contenían numerosos tarros con cosas misteriosas, líquidas, sólidas e indefinidas. Daba la impresión de que uno o dos contenían cosas que habían estado vivas en su momento.

Al cabo de un momento, una mujer se abrió paso entre las cuentas y se acercó. Aparentaba unos cuarenta años, delgada como un junco, de pómulos altos y una tez como caoba desteñida por el sol. Llevaba un vestido rojo y amarillo largo y suelto, y un turbante a juego en la cabeza.

—Ah —dijo, con un fuerte acento criollo. Me miró de arriba abajo con expresión escéptica y meneó la cabeza—. ¿En qué puedo servirle, señor?

—Ah, bien —dije, y más o menos me callé. ¿Cómo podía empezar, al fin y al cabo? No podía decir que creía estar poseído y quería que el demonio volviera. La pobre mujer me arrojaría sangre de pollo.

—¿Señor? —me urgió, impaciente.

—Me estaba preguntando —dije, lo cual era muy cierto—, ¿tiene libros sobre posesión demoníaca? Este…, ¿en inglés?

La mujer se humedeció los labios con una expresión de suma desaprobación y meneó la cabeza enérgicamente.

—¿Por qué lo pregunta? ¿Es periodista?

—No —dije—. Estoy sólo, hum, interesado. Curiosidad. —¿Curiosidad por el vudú? —preguntó.

—Sólo por lo referido a la posesión.

—Aja —dijo, y si ello era posible, su desaprobación aumenté)—. ¿Por qué?

Alguien muy inteligente debe haber dicho alguna vez que, cuando todo lo demás fracasa, di la verdad. Sonaba tan bien que estaba seguro de no haber sido el primero en pensarlo, y daba la impresión de que era lo único que me quedaba por hacer. Probé.

—Creo —dije—, o sea, no estoy seguro. Creo que tal vez estuve poseído. Hace un tiempo.

—Ya —dijo. Me miró fijamente durante unos momentos, y después se encogió de hombros—. Es posible —añadió por fin—. ¿Por qué lo dice?

—Es que, hum… Tenía la sensación. De que había algo, hum, dentro. Vigilando.

La mujer escupió en el suelo, un gesto muy extraño en una dama tan elegante, y sacudió la cabeza.

—Ustedes, los blancos —dijo—, nos robaron, nos trajeron aquí, nos lo arrebataron todo. Y después, cuando ganamos algo con la nada que nos dan, también quieren una parte. Ja. — Agitó un dedo en mi dirección, como una profesora de segundo amonestando a un mal estudiante—. Escuche, blanco. Si un espíritu entra en usted, lo sabría. No es como en las películas. Es una gran bendición —dijo con una sonrisa de satisfacción—, y no suele ocurrir a los blancos.

—Vaya, qué bien —dije.

—No —dijo—. A menos que lo desee, a menos que solicite la bendición, ésta no llega.

—Pero yo sí quiero.

—Ja —dijo—. Nunca le llegará. Me está haciendo perder el tiempo.

Dio media vuelta y atravesó la cortina de cuentas, en dirección a la trastienda.

Consideré inútil quedarme a esperar si cambiaba de opinión. No parecía probable, ni tampoco que el vudú tuviera respuestas acerca del Oscuro Pasajero. La mujer había dicho que sólo acudía cuando lo llamabas, y que era una bendición. Al menos, era una respuesta diferente, aunque no recordaba haber llamado jamás al Oscuro Pasajero. Siempre estuvo conmigo. Pero para estar seguro del todo, me detuve ante el bordillo de la acera y cerré los ojos. «Vuelve, por favor», dije.

No pasó nada. Subí al coche y volví al trabajo.

«Qué elección más interesante», pensó el Vigilante. Vudú. La idea contenía cierta lógica, por supuesto, no podía negarlo. Pero lo más interesante era lo que revelaba del otro. «Se estaba moviendo en la dirección correcta…, y estaba muy cerca.»

Y cuando apareciera su siguiente pista, el otro estaría mucho más cerca. El chico había sentido tanto pánico que había estado a punto de escapar. Pero no lo había conseguido. Había sido muy útil, y ahora iba camino de recibir su oscura recompensa.

Al igual que el otro.

30

Apenas me había sentado en la silla, cuando Deborah entró en mi pequeño cubículo y se sentó en la silla plegable, delante de mi mesa.

—Kurt Wagner ha desaparecido —dijo.

Esperé a que siguiera hablando, pero no dijo nada, así que asentí.

—Acepto tus disculpas —dije.

—Nadie lo ha visto desde el sábado por la tarde —siguió—. Su compañero de cuarto dice que, cuando volvió, se comportó de una forma muy extraña, pero no dijo nada. Se cambió de zapatos y se marchó, punto. —Vaciló—. Dejó su mochila —añadió.

Admito que eso me animó un poco.