—¿Qué había dentro? —pregunté.
—Rastros de sangre —dijo, como si admitiera que se había comido la última galleta—. Coincide con la de Tammy Connor.
—Vaya, vaya —dije. Creí conveniente no añadir nada acerca del hecho de que había encargado el análisis de sangre a otra persona—. Una pista excelente.
—Sí. Es él. Ha de ser él. Mató a Tammy, metió la cabeza en su mochila y liquidó a Manny Borque.
—Eso parece —dije—. Es una pena. Estaba empezando a acostumbrarme a la idea de que el culpable era yo.
—No tiene ni puta lógica —protestó Deborah—. El chico es un buen estudiante, está en el equipo de natación, es de buena familia… Todo eso.
—Era un chico encantador —dije—. No puedo creer que hiciera todas esas cosas horribles.
—De acuerdo —dijo Deborah—. Lo sé, maldita sea. Un tópico del copón. Pero qué coño… El chico mata a su novia. Tal vez incluso a su compañera de cuarto, porque lo vio. Pero ¿por qué a los demás? Y toda esa mierda de quemarlas, y las cabezas de toro, ¿qué es, Molusco?
—Moloch —corregí—. Un molusco es una almeja.
—Da igual —dijo—. Pero no es lógico, Dex. O sea… —Desvió la vista, y por un momento pensé que, pese a todo iba a disculparse. Pero estaba equivocado—. Si tiene lógica — continuó—, es tu tipo de lógica. El tipo de cosas que tú dominas. —Me miró, pero aún parecía estar avergonzada—. Eso, ya sabes… Me refiero a, hum… ¿Ha vuelto? Tu, hum…
—No —dije—. No ha vuelto.
—Bien, mierda.
—¿Has emitido una orden de busca y captura de Kurt Wagner? —pregunté.
—Sé hacer mi trabajo, Dex. Si está en la zona de Miami Dade, lo atraparemos, y el Departamento de Policía de Florida también lo ha hecho. Si está en Florida, alguien lo encontrará.
—¿Y si no está en Florida?
Me miró fijamente, y vi el principio de la forma de mirarme de Harry antes de enfermar, después de tantos años de policía: cansado, acostumbrándose a la idea de la derrota rutinaria.
—En ese caso, es probable que se libre. Y tendré que detenerte para salvar mi empleo.
—Bien —dije, al tiempo que intentaba con desesperación disfrazar de alegría la tristeza abrumadora—, espero que conduzca un coche muy reconocible.
Ella resopló.
—Es un Geo rojo, uno de esos mini-jeeps.
Cerré los ojos. Fue una sensación muy extraña, pero sentí que toda la sangre de mi cuerpo se concentraba en los pies.
—¿Has dicho rojo? —me oí preguntar con voz muy serena.
No hubo respuesta, y abrí los ojos. Deborah me estaba contemplando con una mirada de suspicacia tal, que casi pude tocarla.
—¿Qué coño te pasa? —preguntó—. ¿Una de tus voces?
—Un Geo rojo me siguió hasta casa la otra noche —dije—. Y después, alguien intentó entrar en mi casa.
—Maldita sea —rugió ella—, ¿cuándo cojones me lo pensabas contar?
—En cuanto decidieras volver a dirigirme la palabra —repliqué. Deborah se tiñó de un gratificante tono púrpura y fijó la vista en sus zapatos.
—Estaba ocupada —dijo, en un tono muy poco convincente.
—También Kurt Wagner —dije.
—De acuerdo, mierda —dijo, y comprendí que era la máxima disculpa que iba a recibir—. Sí, es rojo. Pero, coño —añadió, sin levantar la vista todavía—, creo que aquel viejo tenía razón. Los malos están ganando.
No me gustaba ver a mi hermana tan deprimida. Pensé que era necesario algún comentario optimista, algo que disipara el mal humor y llevara una canción a su corazón, pero no encontré nada.
—Bien —dije por fin—, si los malos están ganando de verdad, al menos tendrás mucho trabajo.
Levantó la vista al fin, pero sin nada remotamente parecido a una sonrisa.
—Sí. Un tipo de Kendall mató a su mujer y a sus dos hijos anoche. He de trabajar en eso. —Se levantó y se incorporó poco a poco, hasta recuperar algo parecido a su postura normal—. Hurra por nuestro bando —dijo, y salió de mi despacho.
Desde el primer momento fue una relación ideal, has nuevas cosas poseían conciencia de sí mismas, lo cual facilitaba la labor de manipularlas, algo muy gratificante para EL. Se mataban mutuamente con mucho más entusiasmo, y ÉL no tuvo que esperar mucho a su nuevo anfitrión, ni a volver intentar reproducirse. Empujó a su anfitrión a matar, y esperó, con el ansia de experimentar aquel maravilloso y extraño torbellino.
Pero cuando la sensación llegó, sólo se revolvió perezosamente, despertó una levísima sensación en EL, y después se desvaneció sin florecer ni reproducirse.
EL estaba perplejo. ¿Por qué no había funcionado la reproducción en esta ocasión? Tenía que existir un motivo, y buscó una respuesta con eficacia y organización. A lo largo de muchos años, mientras las cosas nuevas cambiaban y crecían, ÉL experimentó. Y poco a poco descubrió las condiciones ideales para la reproducción. Necesitó matar a varias cosas antes de convencerse de que había encontrado la respuesta, pero cada vez que repetía la fórmula definitiva, una nueva conciencia nacía y huía al mundo dolorida y aterrorizada, y ÉL estaba satisfecho.
La cosa trabajaba mejor cuando los anfitriones estaban un poco desprevenidos, debido a la bebida que habían empezado a destilar, o a alguna otra especie de estado de trance. La víctima debía saber lo que se avecinaba, y si había público, sus emociones alimentaban la experiencia y la convertían en más poderosa todavía.
Después, estaba el fuego. El fuego era un método muy bueno para matar a las víctimas. Daba la impresión de que liberaba su esencia en un gran estallido de energía espectacular.
Y, por fin, la experiencia funcionaba mejor con los jóvenes. Las emociones eran mucho más fuertes, sobre todo en los padres. Era maravilloso, inimaginable.
Luego, trance, víctimas jóvenes. Una fórmula sencilla.
ÉL empezó a animar a los nuevos anfitriones a descubrir una forma de establecer estas condiciones de manera permanente. Y los anfitriones se mostraron muy ansiosos de colaborar con ÉL.
31
Cuando era muy pequeño vi un espectáculo de variedades en la televisión. Un hombre colocaba un puñado de platos en el extremo de una serie de varillas flexibles, y los mantenía en el aire haciendo girar en círculos el extremo de las varillas de modo que los platos giraban y giraban. Y si aminoraba la velocidad o daba la espalda, aunque fuera un momento, uno de los platos se inclinaba y caía al suelo, seguido por todos los demás.
Es una metáfora terrorífica de la vida, ¿verdad? Todos intentamos que nuestros platos permanezcan siempre girando en el aire, y en cuanto lo has conseguido no puedes apartar la vista de ellos, y tienes que continuar trajinando con el resto. Salvo que, en la vida, alguien sigue añadiendo más platos, esconde las varillas y cambia la ley de la gravedad a la que te descuidas. Por eso, cada vez que crees que tus platos están girando alegremente, oyes de repente un espantoso estrépito detrás de ti, y una fila entera de platos cuya existencia desconocías se viene al suelo.
Había supuesto estúpidamente que la trágica muerte de Manny Borque significaba un plato menos por el que debía preocuparme, puesto que ahora podía proceder a encargar el catering de la boda tal como era debido, con embutidos y una nevera llena de refrescos, por valor de 65 dólares por barba. Podía concentrarme en el problema importante y muy real de recomponerme de nuevo. Y pensando que todo marchaba a pedir de boca en el frente hogareño, volví la espalda un momento y recibí como recompensa un espectacular estrépito detrás de mí.