El plato metafórico en cuestión se rompió cuando entré en casa de Rita después de trabajar. Reinaba tal silencio que supuse que no había nadie en casa, pero un rápido vistazo al interior me reveló algo mucho más inquietante. Cody y Astor estaban sentados inmóviles en el sofá, con Rita de pie detrás de ellos y una expresión que habría podido transformar la leche fresca en yogur en un abrir y cerrar de ojos.
—Dexter —anunció con voz lúgubre—, hemos de hablar.
—Por supuesto —dije, y mientras temblaba a causa de su expresión, incluso la simple idea de una respuesta desenfadada se hizo añicos, arrastrados al instante por el aire gélido.
—Estos niños —dijo Rita. Por lo visto, a eso se reducía la idea, porque me miró y no dijo nada más.
Yo sabía a qué niños se refería, claro está, así que asentí para darle ánimos.
—Sí —dije.
—Oh —dijo ella.
Bien, si Rita tardaba tanto en articular una frase completa, era fácil comprender por qué la casa estaba tan silenciosa cuando entré. Era evidente que el arte perdido de la conversación iba a necesitar un poco de estímulo de Dexter el Diplomático si queríamos intercambiar más de siete palabras antes de la cena. Me lancé a fondo con mi famosa valentía.
—Rita —le pregunté—, ¿hay algún problema?
—Oh —repitió, lo cual no fue muy alentador.
Bien, no puedes hacer gran cosa con monosílabos, aunque seas un consumado conversador como yo. Como estaba claro que no iba a recibir la menor ayuda de Rita, miré a Cody y a Astor, que no se habían movido desde que yo entré.
—Muy bien —dije—. ¿Podéis decirme qué le pasa a vuestra madre?
Intercambiaron una de sus famosas miradas, y después se volvieron hacia mí.
—No queríamos hacerlo —dijo Astor—. Fue un accidente.
No era gran cosa, pero al menos sí una frase completa.
—Me alegra saberlo —dije—. ¿Qué fue un accidente?
—Nos pilló —dijo Cody, y Astor le dio un codazo.
—No queríamos hacerlo —repitió la niña con énfasis, y Cody se volvió a mirarla antes de recordar lo que habían acordado. Ella le fulminó con la mirada y parpadeó una vez, antes de cabecear poco a poco en mi dirección.
—Accidente —dijo Cody.
Era bonito ver que un frente unido defendía la línea oficial del partido, pero aún no sabía de qué estábamos hablando, y llevábamos hablando, más o menos, unos cuantos minutos. El tiempo era un factor apremiante, puesto que la hora de la cena se estaba aproximando y Dexter necesita alimentarse con regularidad.
—Es lo único que dicen —intervino Rita—. Y no se acercan lo más mínimo a la verdad. No sé cómo es posible atar al gato de los Villegas por accidente.
—No murió —dijo Astor, con la voz más inaudible que la había oído utilizar.
—¿Para qué eran las tijeras de podar el seto? —preguntó Rita.
—No las utilizamos —dijo Astor.
—Pero ibais a hacerlo, ¿verdad? —insistió Rita.
Dos cabecitas se volvieron hacia mí, y poco después, la de Rita también.
Estoy seguro de que no fue intencionado, pero una imagen de lo sucedido empezó a formarse, y no era una naturaleza muerta agradable. No cabía duda de que los niños habían intentado un estudio independiente sin mí. Y todavía peor, adivinaba que, de alguna manera, se había convertido en mi problema. Los niños esperaban que les sacara las castañas del fuego, y Rita estaba preparada para abrir fuego sobre mí. Era injusto, por supuesto. Lo único que había hecho hasta el momento era llegar a casa del trabajo. Pero como ya he observado en más de una ocasión, la vida es injusta, y no existe departamento de reclamaciones, de modo que deberíamos aceptar las cosas tal como vienen, reparar los desperfectos y seguir adelante.
Es lo que yo intentaba hacer, por inútil que lo considerara.
—Estoy seguro de que hay una buena explicación —dije, y Astor sonrió de inmediato y empezó a cabecear con entusiasmo.
—Fue un accidente —insistió risueña.
—¡Nadie ata a un gato, lo sujeta con cinta adhesiva a un banco de trabajo y lo amenaza con unas tijeras de podar por accidente! —gritó Rita.
Para ser sincero, el asunto se estaba complicando. Por una parte, me complacía hacerme una idea clara de lo ocurrido por fin. Pero por la otra, daba la impresión de que nos habíamos encallado en un obstáculo difícil de explicar, y no pude evitar el pensamiento de que a Rita le convenía más seguir en la inopia acerca de estos temas.
Pensaba haber dejado claro a Cody y a Astor que no debían volar en solitario hasta que les hubiera explicado cómo utilizar las alas. Pero era evidente que habían preferido no comprender y, si bien estaban padeciendo unas consecuencias muy gratificantes por culpa de su acto, era responsabilidad mía sacarlos del atolladero. A menos que comprendieran que no debían repetir este error por ningún motivo (no debían desviarse del Camino de Harry, como ya les había insistido), permitiría con mucho gusto que el viento se los llevara y los mantuviera girando indefinidamente.
—¿Sabéis que lo que hicisteis está mal? —les pregunté. Asintieron al unísono.
—¿Sabéis por qué está mal?
Astor parecía insegura y miró a Cody.
—¡Porque nos pillaron! —soltó.
—¿Lo ves? —dijo Rita, con un tono histérico en la voz.
—Astor —dije, mientras la miraba fijamente sin guiñarle un ojo—, no es el momento de hacerse la graciosa.
—Me alegro de que alguien piense que esto tiene gracia —dijo Rita—, pero resulta que no soy yo.
—Rita —dije, con toda la serenidad que pude reunir, y entonces, utilizando la astucia desarrollada a lo largo de años de fingir que era un humano adulto, añadí—: Creo que ésta es una de esas ocasiones de las que habló el reverendo Gilíes, cuando reclaman mi atención.
—Dexter, estos dos han estado a punto de… No tengo ni idea, ¡y tú…!
Aunque estaba a punto de llorar, me alegré de ver que había recuperado el don de conversar. En ese momento, una escena de una película antigua se proyectó en la pantalla de mi mente, como surgida del túnel del tiempo, y supe con exactitud qué debía hacer un ser humano.
Me acerqué a Rita y, con mi expresión más seria, apoyé una mano sobre su hombro.
—Rita —dije, y me enorgullecí del tono grave y varonil de mi voz—, estás demasiado cerca del problema y estás permitiendo que tus emociones ofusquen tu entendimiento. Estos dos necesitan una perspectiva firme, y yo se la puedo dar. Al fin y al cabo —dije cuando recordé la frase, y me alegró comprobar que no había perdido la forma—, ahora he de ser su padre.
Tendría que haber supuesto que aquel comentario sumiría a Rita en un lago de lágrimas. Y así fue, porque al instante sus labios empezaron a temblar, la cólera se esfumó de su rostro y un riachuelo empezó a rodar por cada mejilla.
—De acuerdo —sollozó—, por favor… Habla con ellos.
Sorbió por la nariz y salió corriendo de la sala.
Dejé que Rita efectuara su salida dramática, dejé que se prolongara un momento para insuflarle más fuerza, y después di media vuelta y miré a mis dos bellacos.
—Bien —dije—. ¿Qué ha pasado con aquello de «Comprendemos, Prometemos, Esperaremos»?
—Estás tardando demasiado —dijo Astor—. No hemos hecho nada, salvo esta vez, y además, no tienes siempre razón y creemos que ya no deberíamos esperar.
—Estoy preparado —dijo Cody.
—Vaya —dije—. En ese caso, supongo que vuestra madre es la mejor detective del mundo, porque estáis preparados y os ha pillado.
—Dex-terrr —protestó Astor.
—No, Astor, para de hablar y escúchame un momento.
La miré con mi cara más seria, y por un momento creí que iba a decir algo más, pero después ocurrió un milagro en nuestra sala de estar. Astor cambió de idea y cerró la boca.