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—Quiero a mis niños —dije.

No parecía muy preocupado por la pistola que le apuntaba al ombligo, lo cual se me antojó el colmo de la confianza en sí mismo.

Hasta portaba un cuchillo de aspecto imponente en la cadera, pero no hizo el menor esfuerzo por sacarlo.

—Los niños ya no deben preocuparte —dijo—. Ahora pertenecen a Moloch. A Moloch le gusta el sabor de los niños.

—¿Dónde están? —pregunté.

Agitó una mano como desechando la pregunta.

—Aquí, en Toro Key, pero llegas demasiado tarde para detener el ritual.

Toro Key estaba lejos de la península, y era privado por completo. Pero pese al hecho de que, por lo general, es muy agradable descubrir dónde estás, esta vez suscitaba cierto número de preguntas muy difíciles, como por ejemplo, ¿dónde estaban Cody y Astor, y cómo podía impedir que la vida, tal como la conocía, terminara de momento?

—Si no le importa —dije, y moví la pistola, sólo para que comprendiera mi intención—, creo que los recogeré y volveré a casa.

No se movió. Continuó mirándome, y en sus ojos casi pude ver enormes alas negras que batían dentro y fuera de la sala, y antes de que pudiera apretar el gatillo, respirar o parpadear, los tambores empezaron a retumbar, insistiendo en el ritmo que ya se había grabado en mí, y las trompetas se alzaron al compás, conduciendo hacia la felicidad al coro de voces, y me quedé paralizado.

Mi visión parecía normal, y mis demás sentidos eran incomparables, pero sólo podía oír la música, y sólo podía obedecer al mandato de la música. Y me decía que, nada más salir de aquella sala, me aguardaba la verdadera felicidad. Me decía que fuera a recogerla, que me llenara las manos y el corazón de la dicha eterna, del goce sin fin, y me vi dando media vuelta hacia la puerta, pues mis pies me conducían hacia mi feliz destino.

La puerta se abrió cuando me acerqué, y el profesor Wilkins entró. También esgrimía una pistola, y apenas me miró. Saludó al anciano con un leve movimiento de cabeza.

—Estamos preparados —dijo.

Apenas pude oírle debido al torrente de sensaciones y sonidos que se estaba formando, y avancé con paso decidido hacia la puerta.

En algún sitio muy profundo bajo todo esto distinguía la vocecita estridente de Dexter, gritando que las cosas no iban como deberían y exigiendo un cambio de dirección. Pero era una voz tan pequeña, y la música tan grande, más grande que cualquier cosa en este maravilloso mundo eterno, que en ningún momento dudé de lo que yo iba a hacer.

Avancé hacia la puerta al ritmo de la ubicua música, apenas consciente de que el anciano me acompañaba, pero ninguno de ambos datos me interesaba. Todavía sujetaba la pistola en la mano. No se tomaron la molestia de quitármela, y a mí no se me ocurrió utilizarla. Lo único que importaba era seguir la música.

El anciano me adelantó y abrió la puerta, y un viento caliente azotó mi cara cuando salí y vi al dios, la fuente de la música, la fuente de todo, la gran y maravillosa fuente de éxtasis con cuernos de toro. Se alzaba sobre todo lo demás, con su gran cabeza de bronce de siete metros y medio, sus poderosos brazos extendidos hacia mí, y un maravilloso y cálido resplandor brotaba de su estómago abierto. Mi corazón se hinchió y avancé hacia él, sin ver al puñado de gente que estaba mirando, aunque una de las personas era Astor. Sus ojos se abrieron de par en par cuando me vio, y su boca se movió, pero no oí lo que dijo.

Y el diminuto Dexter de mi interior gritó con más fuerza, pero sólo lo suficiente para hacerse oír, y sin fuerza para ser obedecido. Caminé hacia el dios, vi el resplandor del fuego en su interior, vi que las llamas de su estómago destellaban y saltaban debido al viento que soplaba a nuestro alrededor. Y cuando estuve lo más cerca posible, justo delante del horno abierto de su vientre, me detuve y esperé. No sabía qué estaba esperando, pero sabía que se aproximaba y que me conduciría hacia una maravillosa eternidad, de modo que esperé.

Starzak apareció ante mi vista, sujetando a Cody de la mano, le arrastró hasta quedarse cerca de nosotros, mientras Astor intentaba soltarse del guardia que la inmovilizaba. Daba igual, porque el dios estaba allí y sus brazos estaban descendiendo, con el propósito de abrazarme y encerrarme en su cálida y hermosa presa. Temblé de alegría, y dejé de oír la vocecilla estridente de Dexter, que protestaba en vano, porque sólo tenía oídos para la voz del dios que llamaba desde la música.

El viento azotó el fuego y éste cobró vida. Astor tropezó conmigo, me empujó contra el costado de la estatua y el enorme calor que surgía del estómago del dios. Me incorporé, irritado apenas un momento, y una vez más contemplé el milagro de los brazos del dios al descender, mientras el guardia obligaba a avanzar a Astor para compartir el abrazo de bronce, y entonces percibí el olor de algo que se quemaba, una llamarada de dolor en mis piernas; bajé la vista y vi que mis pantalones ardían.

El dolor de la quemadura recorrió mi cuerpo con el chillido de cien mil neuronas indignadas, y las telarañas se disolvieron al instante. De pronto, la música no fue más que el ruido de unos altavoces, y vi a Cody y Astor a mi lado y que corrían un gran peligro. Era como si un agujero se hubiera abierto en un dique y Dexter se derramara por él. Me volví hacia el guardia y me apoderé de Astor. El guardia me miró con sorpresa y cayó, pero agarró mi brazo y me arrastró hacia el suelo con él. Al menos, eso lo alejó de Astor, y el cuchillo salió disparado de su mano. Rebotó a mi lado, me apoderé de él y lo clavé en el plexo solar del guardia.

Entonces el dolor de mis piernas aumentó un poco más y me concentré a toda prisa en apagar mis pantalones chamuscados, al tiempo que rodaba y daba manotazos hasta que se apagaron. Y si bien fue estupendo extinguir aquellas llamas, esos segundos permitieron que Wilkins y Starzak se abalanzaran sobre mí. Cogí la pistola del suelo y me puse en pie para plantarles cara.

Mucho tiempo atrás, Harry me había enseñado a disparar. Casi pude oír su voz cuando adopté la posición de tiro, expulsé el aire y apreté el gatillo con calma. Apunta al centro y dispara dos veces. Starzak cae. Desvía el arma hacia Wilkins, repite. Y después, hay unos cuerpos en el suelo, un alboroto terrible cuando los espectadores huyen en busca de un refugio, y yo estaba de pie junto al dios, solo en un lugar donde se había hecho un silencio sepulcral, salvo por el viento. Me volví para ver por qué.

El anciano se había apoderado de Astor y la sujetaba por el cuello, con una presa mucho más poderosa de lo que parecía posible para su frágil cuerpo. La acercó al horno. —Tira la pistola —ordenó—, o ella arderá.

No encontré motivos para dudar de lo que decía, ni tampoco con qué detenerlo. Todos los vivos se habían dispersado, salvo nosotros.

—Si tiro el arma —dije, y confié en que mi tono fuera sensato—, ¿cómo sé que no la arrojará al fuego?

—No soy un asesino —rezongó, y su voz todavía me causó una punzada de dolor—. Lo que se hace ha de hacerse bien, de lo contrario es un simple asesinato.

—No estoy seguro de comprender la diferencia —dije.

—Por supuesto. Eres una aberración.

—¿Cómo sé que no nos matará? —insistí.

—Eres tú a quien necesito para alimentar el fuego —dijo—. Tira el arma y salvarás a esta niña.

—No suena muy convincente —dije, en un intento desesperado por ganar tiempo, a ver si pasaba algo.

—No necesito que lo sea —replicó—. Esto no es un jaque mate. Hay más gente en la isla, y volverán de un momento a otro. No puedes matarlos a todos. Y el dios sigue aquí. Pero como parece que eres duro de mollera, ¿qué te parece si acuchillo a tu niña varias veces, y dejo que la hemorragia te convenza? —Llevó la mano hacia su cadera, no encontró nada y frunció el ceño—. Mi cuchillo —dijo, y después, su expresión de perplejidad dio paso a un gran asombro. Me miró sin decir nada, con la boca abierta como si fuera a cantar un aria.