Y entonces cayó de rodillas, frunció el ceño y se desplomó hacia adelante, revelando un cuchillo que sobresalía de su espalda…, y también a Cody, de pie detrás de él, sonriente cuando vio caer al hombre, y mirándome.
—Te dije que estaba preparado —dijo.
40
El huracán se desvió hacia el norte en el último momento y acabó convirtiéndose en un montón de lluvia y algo de viento. Lo peor de la tormenta descargó al norte de Toro Key, y Cody, Astor y yo pasamos el resto de la noche encerrados en la elegante sala, con el sofá delante de una puerta, y una butaca grande y con un grueso relleno delante de la otra puerta. Llamé a Deborah por el teléfono de la sala, y después improvisé una pequeña cama con los almohadones que estaban detrás del bar, pensando que la gruesa caoba de éste nos proporcionaría una protección adicional en caso necesario.
No hizo falta. Estuve sentado con mi pistola prestada toda la noche, vigilando las puertas y el sueño de los niños. Y como nadie nos molestó, hacía falta algo más para mantener ocupado un cerebro adulto vivo, de modo que también pensé.
Pensé en lo que le diría a Cody cuando despertara. Cuando clavó el cuchillo en el anciano, lo cambió todo. Con independencia de lo que él opinara, no estaba preparado pese a lo que había hecho. En realidad, había puesto más difíciles las cosas. El camino iba a ser duro para él, y yo no sabía si sería lo bastante bueno para lograr que no se apartara de él. Yo no era Harry, jamás le llegaría ni a la suela de los zapatos. Harry había actuado por amor, y yo tenía un sistema operativo muy diferente.
¿Qué pasaría ahora? ¿Qué era Dexter sin la Oscuridad?
¿Cómo podía confiar en vivir, y ya no digamos en enseñar a vivir a los niños, con un vacío gris cada vez mayor en mi interior? El anciano había dicho que el Pasajero regresaría cuando yo padeciera un dolor suficiente. ¿Tendría que torturarme físicamente para llamarlo? ¿Cómo iba a hacerlo? Me había quemado los pantalones mientras veía que estaban a punto de arrojar a Astor al fuego, y eso no había sido suficiente para recuperar al Pasajero.
Aún no tenía respuestas cuando Deborah llegó al amanecer con un equipo del Grupo Especial de la Policía y Chutsky. No encontraron a nadie en la isla, ni la menor pista de adonde habían ido. Metieron en bolsas los cuerpos del anciano, Wilkins y Starzak, y todos subimos al gran helicóptero de la Guardia Costera para regresar al continente. Cody y Astor estaban entusiasmados, por supuesto, aunque fingieron a las mil maravillas no sentirse impresionados. Y después de todos los abrazos y lloriqueos que derramó sobre ellos Rita, y la sensación general de un trabajo bien hecho para el resto, la vida siguió adelante.
Sólo eso: la vida siguió adelante. No pasó nada nuevo, nada se solucionó en mi interior, y ninguna dirección nueva se rebeló. Todo se limitó a reanudar una existencia agresivamente vulgar que conseguía agobiarme más que todo el dolor físico del mundo. Tal vez el anciano tenía razón: tal vez yo era una aberración. Pero ahora ni siquiera era eso.
Me sentía desalentado. No sólo vacío, sino de alguna manera acabado, como si aquello para lo que había venido al mundo hubiera concluido, y mi cascara vacía hubiera sido abandonada para vivir de los recuerdos.
Aún ansiaba una respuesta a la ausencia personal que me afligía, y no la había recibido. Ahora parecía probable que nunca la obtendría. Como tenía los sentidos dormidos, jamás podría experimentar el dolor capaz de devolver a su hogar al Oscuro Pasajero. Todos estábamos sanos y salvos, y los malvados habían muerto o desaparecido, pero eso no parecía concernirme. Si suena egoísta, sólo puedo decir que nunca he fingido ser otra cosa que egocéntrico, a menos que alguien estuviera mirando. Ahora, por supuesto, tendría que aprender a vivir así, y la idea me embargaba de una repugnancia distante y fatigosa que no podía sacudirme de encima.
Esta sensación se prolongó durante unos cuantos días más, y por fin se desvaneció lo suficiente para empezar a aceptarla como algo permanente. Dexter el Oprimido. Aprendería a caminar encorvado, vestido de gris de pies a cabeza, y los niños de todas partes me gastarían jugarretas por ser tan triste y aburrido. Y por fin, cuando fuera un anciano patético, me desplomaría un día sin que nadie prestara atención y dejaría que el viento se llevara mis cenizas.
La vida continuaba. Los días se transformaron en semanas. Vince Masuoka se lanzó a una actividad frenética, encontró un nuevo proveedor de catering más razonable, se encargó de buscar mi esmoquin y, por fin, cuando llegó el día de la boda, me llevó a tiempo a la iglesia.
Me detuve ante el altar, escuché la música de órgano y esperé con mi nueva paciencia entumecida a que Rita se acercara pavoneándose por el pasillo para unirse en un vínculo permanente conmigo. Era una escena muy bonita, al menos si hubiera sido capaz de apreciarla. La iglesia estaba llena de gente muy bien vestida (¡ignoraba que Rita tuviera tantos amigos!). Tal vez ahora podría intentar hacer algunos, que me acompañaran en mi gris y absurda nueva vida. El altar rebosaba de flores, y Vince estaba a mi lado, sudaba debido a los nervios, y se secaba espasmódicamente las manos en los pantalones cada pocos segundos.
Entonces, el órgano sonó con más fuerza y todo el mundo se levantó y miró hacia atrás. Ya llegaban: Astor al frente, con su bonito vestido blanco, el pelo rizado y una enorme cesta de flores en la mano. A continuación, Cody con su pequeño esmoquin, el pelo aplastado contra la cabeza, sosteniendo el pequeño almohadón de terciopelo sobre el que descansaban las arras.
La última en llegar fue Rita. Mientras la miraba a ella y a sus hijos, tuve la impresión de ver desfilar hacia mí toda la monótona agonía de mi nueva vida, una vida de asambleas de padres y alumnos, bicicletas, hipotecas y reuniones del Grupo de Prevención de Delitos, chicos exploradores, chicas exploradoras, fútbol, zapatos nuevos y ortodoncias. Era una existencia carente de toda vida, de segunda mano, y su tormento era penetrante, casi más de lo que podía soportar. Se derramó sobre mí con un sufrimiento exquisito, una tortura peor que cualquier cosa que jamás hubiera experimentado, un dolor tan amargo que cerré los ojos y…
Y entonces sentí un extraño hormigueo en mi interior, una especie de goce, una sensación de que las cosas eran como debían ser, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Lo que aquí ha sido unido jamás quede separado.
Y maravillado por esta sensación de que todo iba bien, abrí los ojos y me volví para mirar a Cody y a Astor, mientras subían los peldaños para situarse a mi lado. Astor parecía tan feliz, con una expresión que jamás había visto en ella, que me llenó de una sensación de consuelo y bienestar. Y Cody, tan digno con sus pasitos cautelosos, muy solemne a su manera silenciosa. Vi que sus labios se movían, como si me enviaran un mensaje secreto, y le dirigí una mirada interrogadora. Sus labios se movieron de nuevo, y me agaché un poco para oírle.
—Tu sombra —dijo—. Ha vuelto.
Me erguí poco a poco y cerré los ojos durante un momento. Lo justo para oír una risita de bienvenida. El Pasajero había regresado.
Abrí los ojos, de vuelta en el mundo correcto. Daba igual que estuviera rodeado de flores, luz, música y felicidad, o que Rita estuviera subiendo los escalones con la intención de pegarse a mí para siempre. El mundo se había restaurado de nuevo, como era debido. Un lugar en el que la luna cantaba himnos y la oscuridad murmuraba en una armonía perfecta, sólo rota por el contrapunto del acero afilado y el goce de la cacería.
Se acabó el gris. La vida había vuelto a un lugar de hojas brillantes y sombras oscuras, un lugar en el que Dexter se escondía bajo la luz del día, para poder saltar desde la oscuridad y ser lo que debía: Dexter el Vengador, el Oscuro Conductor de lo que habitaba en su interior.