Y sentí que una sonrisa muy real aparecía en mi rostro cuando Rita se detuvo a mi lado, una sonrisa que se prolongó durante las palabras bonitas y la unión de las manos, porque una vez más, por siempre jamás, podía decirlo otra vez.
Sí. Sí, quiero, sí, de veras.
Y pronto.
Epílogo
Muy por encima de las prisas absurdas de la ciudad, ÉL vigilaba, y esperaba. Había mucho que ver, como siempre, y ÉL no tenía prisa. Lo había hecho muchas veces, y lo haría de nuevo, por los siglos de los siglos. Ese era su destino. En este momento tenía que reflexionar sobre numerosas decisiones, y la única razón era reflexionar sobre ellas hasta que la correcta se destacara con claridad. Y después, ÉL empezaría de nuevo, reuniría a los fieles, les otorgaría su milagro luminoso, y experimentaría una vez más el goce, el prodigio y el bienestar del dolor de ellos.
Todo eso volvería a suceder. Era cuestión de esperar el momento perfecto.
Y ÉL tenía todo el tiempo del mundo.
JEFF LINDSAY