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Nos resultó fácil subir a Zander al espacio de trabajo que habíamos despejado en su honor, y al cabo de unos momentos lo teníamos envuelto con cinta adhesiva y atado, y estábamos ansiosos por empezar. Cortamos el lazo y jadeó cuando el cuchillo rozó su garganta.

—¡Jesús! —exclamó—. Escucha, estás cometiendo un gran error.

No dijimos nada. Había trabajo que hacer e iniciamos los preparativos. Cortamos poco a poco sus ropas y las tiramos con cuidado en uno de los bidones de ácido.

—Joder, por favor —insistió—. En serio, no es lo que piensas… No sabes lo que vas a hacer…

Estábamos preparados y levantamos el cuchillo para que se diera cuenta de que sabíamos muy bien lo que estábamos haciendo, y de que estábamos a punto de poner manos a la obra.

—Por favor, tío —clamó. Su miedo sobrepasaba todo cuanto él creía posible, incluso la humillación de mearse encima y suplicar. Jamás había imaginado algo semejante.

Y entonces se quedó muy quieto. Me miró a los ojos con una lucidez impropia de su situación, y dijo con una voz que no le había oído en ningún momento:

—El te encontrará.

Hicimos una pausa para reflexionar sobre el significado de su frase, pero estábamos seguros de que era su último y desesperado farol, lo cual estropeaba el delicioso sabor de su terror, así que nos enfurecimos, le tapamos la boca con cinta adhesiva y empezamos a trabajar.

Y cuando terminamos, no quedó nada salvo uno de sus zapatos. Pensamos en enmarcarlo, pero eso sería poco higiénico, así que fue a parar al bidón de ácido con el resto de Zander.

Algo no iba bien, pensó el Vigilante. Llevaban demasiado rato dentro del almacén abandonado, y no cabía duda de que, pasara lo que pasara, no era un acontecimiento social.

Ni tampoco la reunión que había concertado con Zander. Sus reuniones siempre eran de negocios, aunque Zander no lo creyera así. La admiración que aparecía en su rostro en aquellos raros encuentros expresaba claramente lo que aquel joven idiota pensaba y sentía. Estaba muy orgulloso de su modesta contribución, ansioso por estar cerca del frío y enorme poder.

Al Vigilante le daba igual lo que pudiera pasarle a Zander. Era fácil sustituirlo. La verdadera preocupación consistía en saber qué estaba ocurriendo esta noche, y lo que podía significar.

Y se alegraba ahora de no haber intervenido, de haberse limitado a seguirlos. No le habría costado nada entrar y sorprender al joven presuntuoso que había secuestrado a Zander, aplastarlo por completo. Incluso ahora sentía el inmenso poder murmurar en su interior, un poder que podía surgir con un rugido y barrer cualquier cosa que se interpusiera ante él…, pero no.

El Vigilante también tenía paciencia, y esto era una prueba de resistencia. Si el otro significaba una amenaza, era mejor esperar y observar, y cuando supiera más acerca del peligro, atacaría, con rapidez, decisión y contundencia.

De modo que vigiló. Pasaron varias horas hasta que el otro salió y subió al coche de Zander. El Vigilante le siguió desde lejos, al principio con los faros apagados, sin perder al Durango azul en el tráfico nocturno. Y cuando el otro aparcó el coche en un aparcamiento de la estación de metro y subió al tren, él también subió, justo cuando las puertas se cerraban, y se sentó en el extremo, mientras estudiaba el reflejo de la cara por primera vez.

Sorprendentemente joven, incluso apuesto. Un aire de encanto inocente. No era el tipo de rostro que cabía esperar, pero nunca lo era.

El Vigilante le siguió cuando el otro bajó en Dadeland y se dirigió hacia uno de los numerosos coches aparcados. Era tarde y no había gente en el aparcamiento. Sabía que podía hacerlo ahora; tan sencillo sería deslizarse detrás del otro y dejar que el poder fluyera a través de su cuerpo hasta sus manos, y entregar al otro a la oscuridad. Sintió la lenta y majestuosa ascensión de la fuerza en su interior mientras acortaba distancias, casi saboreando el enorme y silencioso rugido de la caza…

Y entonces frenó casi en seco y se desvió lentamente hacia otro carril.

Porque sobre el tablero de mandos del otro coche había algo muy llamativo.

Un permiso de aparcamiento de la policía.

Se alegró mucho de haber sido paciente. Si el otro era policía… Podía suponer un problema mucho mayor de lo que suponía. Debía dedicarle una cuidadosa planificación. Y mucha más vigilancia.

De modo que el Vigilante se alejó en la noche para prepararse y observar.

5

Alguien dijo una vez que no hay paz para los malvados, y estoy casi seguro de que estaba hablando de mí, porque varios días después de enviar al bueno de Zander a su justa recompensa, Dexter el Tenaz estaba muy ocupado. Mientras Rita aceleraba sus frenéticos planes, mi trabajo le seguía de cerca. Por lo visto, habíamos caído en uno de esos períodos que Miami vive cada dos por tres, en que el asesinato parece una buena idea, y durante tres días estuve hundido en manchas de sangre hasta las cejas.

Pero el cuarto día, las cosas incluso empeoraron un poco más. Había llevado donuts, tal como acostumbro de vez en cuando, sobre todo en los días posteriores a mis citas especiales. Por algún motivo, no sólo me siento relajado durante varios días después de que el Pasajero y yo hayamos disfrutado de un encuentro nocturno, sino que también me entra hambre. Estoy seguro de que el hecho está imbuido de un profundo significado psicológico, pero a mí me interesa mucho más apoderarme de uno o dos donuts de mermelada antes de que los salvajes depredadores de Medicina Forense los despedacen todos. El significado puede esperar cuando hay donuts esperando.

Pero esta mañana agarré por poco un donut relleno de frambuesa, y tuve suerte de no perder un dedo en el intento. Toda la planta bullía de actividad, preparada para desplazarse hasta una escena del crimen, y el tono de los murmullos me informó de que el crimen en cuestión era atroz, lo cual me disgustó. Eso significaba más horas de trabajo, atrapado lejos de la civilización y de los bocadillos cubanos. ¿Quién sabe qué acabaría comiendo? Teniendo en cuenta que me había quedado corto en cuestión de donuts, la comida iba a ser muy importante, y por lo que yo sabía, el trabajo me impediría disfrutarla.

Cogí mi equipo de análisis de manchas de sangre y salí con Vince Masuoka, quien pese a su pequeño tamaño había conseguido apoderarse de dos donuts rellenos, incluido el de crema bávara con glaseado de chocolate.

—Lo has hecho muy bien, Gran Cazador —le dije, al tiempo que señalaba su botín con la cabeza.

—Los dioses de los bosques han sido favorables —comentó, y dio un buen bocado—. Mi pueblo no morirá de hambre esta estación.

—No, pero yo sí —dije.

Me dedicó su terrible sonrisa falsa, que parecía haberla aprendido estudiando un manual del Gobierno sobre expresiones faciales.

—Los caminos de la selva son difíciles, Saltamontes —dijo.

—Sí, lo sé —acepté—. Primero has de aprender a pensar como un donut.

—Ja —dijo Vince. Su risa era todavía más falsa que su sonrisa, y sonaba como si estuviera leyendo en voz alta la ortografía fonética de una carcajada—. ¡ Ah, ja ja ja! — continuó. Daba la impresión de que el pobre tipo intentaba imitar todo lo referente a los seres humanos, como yo. Pero no era tan bueno como yo. No me extrañaba que me sintiera a gusto con él. Aparte de que a menudo se turnaba conmigo en traer donuts.

—Necesitas un camuflaje mejor —sugirió, e indicó con un gesto de la cabeza mi camisa hawaiana, de dibujos en rosa y verde, con chicas huía y todo—. O mejor gusto, al menos.