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Sentía, de todos modos, curiosidad por las personas que formaban el equipo, pero Diana se enervó con mis preguntas. -Hollywood adora las biografías encapsuladas. Ahorran tiempo y sobre todo nos absuelven de pensar. Nos permiten darnos aires de ser objetivos, pero en realidad lo que nos tragamos es chisme en consomé. Marilyn Monroe: Muchachita triste y solitaria. Padre irresponsable. Madre loca. Rodó de orfanatorio en orfanatorio. Nunca debió dejar de ser Norma Jean Baker. No pudo con el paquete de ser Marilyn Monroe: Píldoras, alcohol, muerte. Rock Hudson: Un guapísimo chofer de camiones texano. Acostumbrado a rodar de noche por las carreteras, libre, recogiendo muchachos y amándolos. Lo descubren. Lo hacen estrella. Tiene que esconder su homosexualismo. Lo meten a un closet lleno de cámaras y reflectores. Todos saben que es una reina. El mundo tiene que creer que es el más viril de todos los galanes. ¿Quién los desengañará a todos? La muerte, la muerte…

Rió y se sirvió un vaso de whisky sin pedir que yo lo hiciera por ella.

– No creas mi biografía. No creas cuando te digan: Diana Soren. Pueblerina. La chica de al lado. Gana un concurso para interpretar la Santa Juana de Shaw en cine. Lo gana entre dieciocho mil concursantes. Del anonimato a la gloria en un instante. La dirige un verdadero sadista. La humilla, pretende sacarle una gran actuación con su crueldad, en realidad sólo la convence de que nunca será una gran actriz. Y así es. Diana Soren no es una gran actriz. Diana Soren acepta cualquier mierda que le ofrecen los estudios para disfrazarse, para que el mundo crea que Diana Soren es eso: sólo una actriz mediocre. Entonces Diana puede dedicarse a ser lo que quiere ser, sin que nadie la coarte…

Brindé con ella. -¿Qué quieres ser?

– La locación va a durar dos meses -los ojos grises (¿o eran azules?) desaparecieron detrás de un velo de vidrio ambarino-. Tú mismo dímelo cuando termine.

XI

Sólo algunas noches fuimos a cenar a casa del actor principal, que vivía con su novia y el director. A Diana le repugnaba esta especie de falangsterio que quería reproducir la vida de Hollywood lejos de Hollywood -una versión sublimada, más desdeñosa y notoria, desenfadada y world-weary, de lo que los norteamericanos buscan al salir de los EE.UU., el hogar lejos del hogar, los Holiday Inn idénticos entre sí, las mismas toallas y los mismos jabones en los sitios acostumbrados; la misma información, revistas, filtros de seguridad mental… La diferencia entre el turista vulgar y el artista hollywoodense es que aquél, asustado y todo, vive con la palabra wonderfulen los labios; al cabo, el mundo le parece fascinante, increíble, exótico… con tal de que pueda regresar al hogar fuera del hogar, el Holiday Inn, el mismo menú, todas las noches. El artista de cine, en cambio, ya lo ha visto todo, está cansado, nada le impresiona, la locación es un mal necesario, que pase rápido, matemos el tedio con sexo, alcohol, chisme e inmortalidad. No me sorprendía esta mezcla. El sexo nos decía que estábamos vivos aunque en un sitio muerto. El alcohol suplía la naturaleza excepcional, por fuerza y por física, del sexo, con un estado vagamente ensoñado y flotante que, como decía el actor principal, todo lo hacía actual, ¿se han dado cuenta?, basta un par de martinis para que todo lo que nos ha pasado se vuelva presente…

– ¿Qué quieres decir, azúcar? No te entiendo -le decía su novia.

– ¿Te gustaría ser siempre feliz? -le preguntaba el actor tomándola de la barbilla y mirándola fijamente a los ojos.

– ¿Quién no, oye?

– Pero no lo eres, ¿verdad?

– Oye, ¿quién lo es?

– Pero cuando bebes, eres feliz…

– Sí, aunque lo pago a la mañana siguiente… -se rió como una burrita.

– Ése no es el punto. Bebes y no sólo eres feliz.

– ¿No?

– Juntas todos tus momentos de felicidad, es como si los vivieras todos juntos, al mismo tiempo, aquí, ahora, ¿ves?

– Sí, veo, ves tú por qué me gustas tanto, nadie más me hace entender las cosas…

El actor reía guturalmente y apretaba la rojiza cabeza de su compañera contra su pecho velludo y descubierto por la camisa roja como capote taurino, pero ella se quejaba de la cadena que también lucía sobre el pecho el actor, ay, me hace daño, me raspa las cejas… El galán tenía ojos taxidérmicos y al mirarla ella se desvanecía, diciéndole sólo he visto esos ojos en las cabezas de los venados cuando las colocan de adorno en los clubes campestres…

El sexo, el alcohol y el chisme. Porque si el alcohol nos hacía felices, también nos soltaba la lengua, quién se acostaba con quién, por cuánto, para qué, qué papel le dieron a Lilly, a quién se lo arrebató, quién va de salida, quién sube como la espuma. La inmortalidad. -¿Crees que Lilly va a durar? -No sé. Todo es comparativo. ¿Durar más que qué?

– Bueno, menos que los rostros de Mount Rushmore, por supuesto.

– ¿O más que quién, entonces?

– Garbo duró mucho y se retiró a tiempo. Anna Sten no duró nada, la retiraron a tiempo. Lupe Vélez duró mucho pero no supo retirarse a tiempo. A Valentino, lo retiró la muerte a los treinta años…

– Mira, lo importante no es qué lugar ocupas sino cuánto lugar. Es el espacio lo que cuenta, no el tiempo. Poco tiempo, pero mucho espacio, ya la armaste. Poco espacio, pero mucho tiempo, eres un pobre diablo.

– Depende de la publicidad. Y del talento, claro.

Pero al decir "talento", los ojos de todos se volvían vidriosos, se miraban entre sí como si no estuvieran allí o fueran todos de vidrio, como el licenciado de Cervantes, y entonces había que pensar en el sexo otra vez, para ser, saber que soy, saber que eres, y reiniciar la ronda, alcohol, chisme, inmortalidad, quién va a sobrevivir, quién va a durar, vamos a coger, vamos a beber, vamos a chismear, ¿vamos a durar?

Le dije en voz baja a Diana que todo esto me recordaba una de las instituciones más repulsivas del mundo, el cocktail-party gringo en el que nadie se digna concederle más de dos o tres minutos a nadie, ni al desconocido más fascinante ni al más entrañable y viejo de los amigos. Sí, eres de vidrio, miran a través de ti para ver quién es el siguiente favorecido al que le darán un par de minutos antes de ofrecerle una cara congelada y desdeñosa porque ya espera su turno el siguiente que etc. Todo esto balanceando una copa con una mano y una salchicha vienesa enrollada en tocino grasoso con la otra. Quiere decir que saludan con sólo dos dedos y con la boca más hinchada que los carrillos de Dizzy Gillespie tocando la trompeta.

– ¿Cómo fue tu llegada a Hollywood? -me interrumpí a mí mismo.

Esa noche, Diana no olía a untos perfumados. Olía a jabón y traía puestos overoles y una camiseta blanca. Sólo yo sabía los excitantes primores que se escondían debajo de esta simplicidad.

Contó muchas cosas que yo ya sabía, otras que

desconocía.

La escogieron para hacer el papel de la Santa Juana de Shaw entre dieciocho mil aspirantes. Fue un estréllate por eliminación -todo en los EE.UU. es como una carrera de relevos-: una tras otra, las chicas eran rechazadas porque no daban la medida. Unas tenían la nariz larga o demasiado corta, otras el cuello también demasiado corto o largo, otras se veían muy grandes

en la pantalla.

– La pantalla te agranda. Idealmente tienes que ser pequeña y delgada, o si eres grande, debes ser esbelta y graciosa en tus movimientos, como Ava Gardner, o misteriosa como Garbo, o creíble como Ingrid Bergman. Otras tenían los ojos más bellos del mundo, pero Dios les dio cuellos de cortisona. Otras más tenían cuerpos de Venus, pero caras de luna…