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Sí, pienso visitar el frente. Mañana, si recibo el pase. ¿No podría extendérmelo, Oliver? Sí, Oliver accede de buena gana a facilitármelo. Habla con el ayudante y éste, ahí mismo, escribe un papel a máquina. Oliver firma. Me estrecha la mano y pide que los obreros rusos reciban información verídica acerca de los anarquistas españoles. No es cierto que ayer los anarquistas hayan saqueado las bodegas de Pedro Domecq. Es posible que lo haya hecho alguna bazofia encubriéndose con el título de miembros de la FAI. ¡No es cierto que los anarquistas se nieguen a entrar en el gobierno!...

Después de la comida, ha pasado a buscarme Sandino y me ha conducido a palacio, a ver al jefe del gobierno. Se ha formado la guardia junto a los peldaños de la entrada principal. Por el interior, silencioso y vacío, se pasean lacayos con librea. El secretario ruega esperar. El señor Casanovas recibe a una delegación francesa. Se oye el tictac de un enorme reloj de mármol. Todos callamos. Unos sonidos raros alteran el silencio. Se parecen algo al rugido de una fiera. Primero resuena uno, luego resuenan varios; luego se oyen muchos rugidos espantosos, como si numerosas fieras estuvieran ensayando sus voces. ¿Qué podía suceder? Me consumo de curiosidad. Es necesario plantarse en la calle al instante. El secretario y Sandino no se mueven del sitio. El secretario, probablemente, es un cobarde. Pero ¿y el coronel Felipe Sandino? Está bien, me quedaré sentado tranquilamente. El secretario se sonríe, amable. Yo digo:

—Divertidos sonidos...

—¡Oh, sí! Debe de ser el león.

—¿Por qué el león?

—Seguramente es el león, aunque ahí también hay tigres.

—¿Dónde, ahí?

—En el parque zoológico.

—¿Acaso está aquí el parque zoológico? ¿Cerca del palacio?

—Sí, muy cerca. Casi somos vecinos. Aquí, en el occidente, en los llamados parques zoológicos hay fieras de varias clases. Por ejemplo, leones, leopardos, cocodrilos, serpientes y elefantes.

Al oír la palabra «elefantes» ya no he podido contener la risa por más tiempo. En ese momento se ha abierto la puerta del despacho, el señor Casanovas despide a la delegación francesa. Tanto él como los demás, empiezan también a reírse sin saber por qué. Todos se sienten de buen humor. Entre los delegados reconozco a León Jouhaux.

El señor Casanovas es en extremo amable. Me ha explicado detalladamente los principios de la autonomía de Cataluña y la coordinación de su gobierno con el gobierno central de Madrid. No hay que conceder excesiva importancia a los roces entre los partidos de Barcelona. El presidente de Cataluña, señor Companys, y él, Casanovas, trabajarán con todo su empeño y asegurarán la unidad en torno al gobierno. Por lo que respecta a la rápida liquidación del levantamiento, no tiene la menor duda de que se logrará, pero no de golpe. ¿Cuestión de semanas? Sí, si quiere, cuestión de semanas. En todo caso, no es cuestión de días. Por decreto del gobierno de Cataluña se ha creado una Comisión de Industria y Defensa, y se han puesto bajo su dependencia total todas las grandes fábricas metalúrgicas y de construcción de maquinaria, entre ellas la fábrica de automóviles Hispano-Suiza, las fábricas de vulcanización, de maquinaria eléctrica, de productos químicos y varias empresas textiles. A los comités de fábrica se les concede el derecho de tomar por completo en sus manos, a partir del 15 de agosto, la dirección de las empresas que pertenecen a individuos que apoyan la sublevación fascista.

—Ahora concentramos todas nuestras fuerzas en la toma de Zaragoza, uno de los tres focos de la sublevación. La toma de Zaragoza, donde se hallan agrupadas importantes unidades militares, tanques, cañones y aviación, requiere serios esfuerzos. Pero nos dejará las manos libres para otras acciones militares. Seguimos creando nuevos destacamentos de milicia obrera que, más tarde, se convertirán en unidades regulares del Ejército Popular. Al mismo tiempo, el gobierno de Cataluña tomará todas las medidas necesarias para normalizar la vida en la capital y en todo nuestro país.

Casanovas se despide y se va con Sandino a una reunión de gobierno. Yo he regresado al hotel andando, he buscado mi Chevrolet y en vez de cenar en el propio hotel, me he ido en busca de algún figón. Lejos de las Ramblas, en cada esquina examinan los coches. A las mujeres, si no tienen documentos de servicio, las hacen bajar. La medida se debe a que en los coches requisados sacan mucho a pasear a chicas jóvenes. A mí, que iba solo, me han hecho prestar varios servicios —llevar a un enfermo al hospital, transportar unos sacos con vajilla y conducir a unos policías. Yo no estoy obligado a hacerlo, pero ha sido interesante. Se sorprendían de que no conozca las calles y me indicaban el camino. En muchos puntos de la ciudad hay tiroteo. Pero el público no se dispersa al oír los tiros, por el contrario, sale al centro de la calle haciendo cábalas sobre el lugar donde se dispara. Casi siempre se dispara desde los pisos altos de los edificios que hacen esquina.

He cenado en una taberna detrás del Paralelo. Me han servido aceitunas verdes, saladas, sepia en su tinta, carne de cordero con cebolla, queso y un buen vino sencillo sacado de un tonel. Los dueños, marido y mujer, estaban sentados en taburetes a la entrada; su hija era la que servía la mesa; alrededor, todo estaba tranquilo, como si no sucediera absolutamente nada.

11 de agosto

Tarde, después de desayunar, hemos salido de Barcelona en dirección oeste por una excelente carretera asfaltada. Hemos pasado por delante de numerosas barricadas en los suburbios y alrededores, hemos encontrado numerosas patrullas, en su mayor parte anarquistas, vestidas con andrajos románticos; es gente alborotadora, a menudo está un poco achispada. Tienen maneras distintas de controlar a los viajeros: unos lo hacen escrupulosa y desconfiadamente; otros, con pintoresca amabilidad, con sonrisas y exclamaciones de saludo. Pero ni a unos ni a otros les preocupa mucho la parte efectiva del control; sencillamente, sienten curiosidad por saber quién viaja en los coches, de qué gente se trata, quieren charlar un poco con esa gente o disputarse un poco con ella. La mayor parte de las patrullas no tienen poderes de nadie; entre sus miembros hay, sin duda, enemigos y espías.