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En Angüés, las unidades con mandos profesionales no se aproximan al enemigo y, de hecho, no combaten con él. Aquí, por el contrario, todo está situado demasiado cerca de la primera línea. Un alto acueducto de hormigón sirve de principal línea fortificada. El acueducto se encuentra en la zona de tiro del enemigo. En el acueducto y debajo de él, los de Tardienta han emplazado ametralladoras y morteros. Pero con esto se acaba la profundidad de la defensa. A cincuenta pasos empiezaya el pueblo mismo, con los cuarteles, el Estado Mayor, y los depósitos de municiones. No cuentan con defensa antiaérea de ninguna clase ni tienen puntos de observación.

De todos modos, hay aquí mucha audacia, intrepidez, iniciativa y abnegación. Por la mañana, en la plaza, enseñan la instrucción militar a los novatos, la táctica elemental, el manejo del fusil. En círculos especiales se efectúan ejercicios de tiro con ametralladora, se enseña a montarla y desmontarla. Todos los días salen de reconocimiento y regresan con algo —un prisionero, un fusil, provisiones—. Entre los combatientes se efectúa un gran trabajo político, cada día se celebran mítines, cada día hay periódicos, radio y cine. Todos quieren aprender el arte de la guerra, tienen una enorme avidez de conocimientos militares y una gran pena por no poseerlos. Jiménez ha recorrido los nidos de ametralladoras y las posiciones de artillería, luego se ha sentado junto a una ventana, ha pedido papel, ha sacado lápices de color, se ha calado las gafas y ha hecho unos croquis sencillos, pero muy cuidados. Señalaban una disposición más conveniente de los cañones y de los nidos de ametralladoras. Esto ha llenado de entusiasmo a toda la dirección. Han abrazado ajiménez, y hasta el oficial de carrera, el único «técnico» de Tardienta, bastante celoso, después de mirar los croquis, ha dicho que los aprueba por completo.

En el cementerio, unos albañiles están nivelando y cubriendo una tumba reciente. Resulta que ayer ocurrió una desgracia. Tres camaradas llevaban a Barcelona dinero y valores recogidos por los campesinos para la lucha antifascista. En Monzón, unos pazguatos de la localidad los detuvieron, no descifraron los documentos, los registraron. Les encontraron mucho dinero, allí mismo los fusilaron a los tres como fascistas que habían requisado valores y aquí se presentaron, en Tardienta, con su botín, entusiasmados por su triunfo. Los han juzgado, pero los han perdonado: los campesinos semianalfabetos habían creído obrar de la mejor manera... De momento a los tres camaradas los entierran anónimamente, enmascaran la tumba; quién sabe a qué manos puede pasar aún Tardienta.

La columna está formada, en su mayor parte, por obreros, pero cuenta con un buen grupo de intelectuales: ingenieros, juristas, estudiantes. Hay, incluso, dos toreros, que han aprendido rápidamente a arrojar granadas de mano. El sindicato de toreros de Madrid se ha movilizado y se ha puesto a disposición del gobierno, los toreros luchan valientemente contra los fascistas. De todos modos, los toreros de la ciudad de Sevilla se han puesto a disposición del general faccioso Queipo de Llano...

Al atardecer, empieza lentamente el duelo de artillería. En el figón del pueblo comienza la reunión general de campesinos. Es la segunda, pues ayer se celebró otra sobre el mismo problema. Unos anarquistas reunieron a los campesinos y declararon que Tardienta se transformaba en comuna. No se les hizo ninguna objeción, pero por la mañana han surgido discusiones y quejas; un grupo se ha presentado a Trueba y le ha pedido que él, como comisario de guerra, ponga en claro la cuestión.

Resulta ahora muy espinoso y complicado todo lo que se refiere a la distribución de la tierra y de la cosecha, a las formas de llevar la economía. Casi en todas partes, la tierra confiscada a los propietarios fascistas se distribuye entre los campesinos pobres y los braceros. Unos y otros recogen en común la cosecha de los campos de los terratenientes y la reparten según el trabajo de cada uno de los que ha participado en la recolección. A veces se reparte por familias, según el número de bocas. Pero en la zona inmediata al frente, han aparecido varios grupos de anarquistas y trotskistas quienes pretenden, en primer lugar, que se colectivicen inmediatamente todas las haciendas campesinas; en segundo lugar, que se requise la cosecha de los campos de los terratenientes y se ponga a disposición délos comités rurales^, en tercer lugar, que se confisque la tierra a los campesinos medios que poseen de cinco a seis hectáreas. Con órdenes y amenazas se han creado varias colectividades de ese tipo.

La sala, baja de techo, con suelo de baldosas y columnas de madera, está llena a rebosar. Arde una lámpara de petróleo —la corriente eléctrica se reserva para el cine—. Se nota un fuerte olor a piel y a tabaco canario. De no ser las trescientas boinas negras y los abanicos de papel en manos de los hombres, podría creerse que estamos en una aldea del Kubán.

Trueba pronuncia unas palabras de introducción. Explica que se lucha contra los propietarios fascistas, por la república, por la libertad de los campesinos, por su derecho a organizar su vida y su trabajo como crean conveniente. Nadie puede imponer su voluntad a los campesinos aragoneses. Por lo que respecta a la comuna, ésta es una cuestión que sólo pueden resolver los campesinos, nadie si no ellos, nadie por ellos. La columna, en la persona de su comisario de guerra, puede prometer tan sólo que defenderá a los campesinos contra medidas violentas, quienquiera que sea el que las emprenda.

Satisfacción general. Gritos de «¡muy bien!».

Desde la sala preguntan a Trueba si no es comunista. Responde que sí, que es comunista, o mejor dicho, miembro del Partido Socialista Unificado de Cataluña, pero que esto, ahora, no importa para nada, pues aquí él representa a la columna militar y al Frente Popular.

Trueba es un hombre de pequeña estatura, robusto, fuerte; fue minero, luego cocinero, estuvo encarcelado; es joven, lleva uniforme semimilitar con correaje y pistola.

Se hace una propuesta: que se permita asistir a la reunión tan sólo a los campesinos y braceros de Tardienta. Sigue otra: que asistan todos los que quieran, pero que hablen sólo los campesinos. Se aprueba la segunda.

Habla el presidente del sindicato del pueblo (unión de braceros y campesinos con poca tierra, algo así como un comité de campesinos pobres). Considera que el acuerdo de ayer sobre la colectivización se tomó sin que estuviera presente la mayoría de los campesinos. En todo caso, ha de someterse otra vez a discusión.

Muestras de asentimiento en la asamblea.

Una voz de las últimas filas declara que ayer, en la cola del tabaco, censuraron duramente al comité. Invita a los críticos de ayer a que hablen aquí. Tempestad en la sala, protestas y voces de aprobación, silbidos, gritos de «¡muy bien!». Nadie se presenta.

Habla, muy turbado, un campesino de mediana edad. Propone que ahora el trabajo sea individual y que después, terminada la guerra, se plantee otra vez la cuestión. Muestras de asentimiento. Otros dos oradores intervienen en el mismo sentido.

Debate sobre el reparto de la cosecha recogida este año en las tierras confiscadas. Unos piden que se distribuya por partes iguales, por familias; otros, que el sindicato la reparta según las necesidades, por bocas.