Álvarez del Vayo, miembro de la Asociación de Escritores, participó en el primer Congreso, celebrado en París, como emigrado español. Ahora ha recibido su carné de delegado, pero ha saludado a los participantes en el Congreso como comisario general de guerra.
—Nuestros combatientes de primera línea aprenden a leer y a escribir. Han prestado un juramento: que no haya ni un analfabeto entre ellos. Son vuestros aliados. Han leído en las trincheras las vibrantes palabras de Romain Rolland y de Heinrich Mann. A los fraternales llamamientos, responden con su sangre. El pueblo español quiere vencer y vencerá. Ha rechazado al enemigo ante Madrid y ante Pozoblanco.
A Álvarez del Vayo le responde brevemente, en nombre del Congreso, el presidente de la delegación soviética, Koltsov. Ovaciones dirigidas a la Unión Soviética. La sala canta la Internacional.
El presidente de la Alianza española, José Bergamín, habla de la cultura de su país:
—Lo que, fundamentalmente, ha de preocupar al escritor es su vínculo con las otras personas. En este vínculo se hallan las raíces de su existencia. En él radica el sentido de su vida y de su trabajo. El nexo del escritor con las demás personas se da en el tiempo y se efectúa por medio de la palabra. La palabra es frágil, y el pueblo español llama a la flor del diente de león —flor cuya vida depende de un soplo— «palabra humana». La fragilidad de las palabras humanas es indiscutible. Nuestro gran poeta Cervantes dijo de la palabra: «debe estar con un pie en los labios y con otro entre los dientes». La palabra no es sólo la materia prima con que trabajamos; es, además, nuestro nexo con el mundo. Es la afirmación de nuestra soledad y, al mismo tiempo, es la negación de nuestra unión... En la sensación de la integridad del tiempo, en la sensación del movimiento hacia adelante, en la conciencia revolucionaria de este movimiento, de este nexo del pasado con el presente y del presente con el futuro, está la afirmación del pueblo como hombre y del hombre comopueblo... Toda la literatura española de los tiempos pasados es un testimonio de los anhelos populares, de los impulsos del pueblo español, cara al futuro. Toda la riqueza de la cultura española, que siempre ha sido cultura popular, parte del nexo orgánico de los creadores de la cultura con los anhelos del pueblo... Dirigid la mirada hacia atrás, hacia las cumbres de la cultura popular española: Cervantes, Quevedo, santa Teresa, Calderón, Lope de Vega. Veréis hasta qué punto están solos y al mismo tiempo en qué medida están enraizados en la entraña del pueblo. Son voz del pueblo. Toda la literatura española ha sido escrita con la sangre del pueblo español. Lope de Vega escribió: «La sangre grita la verdad en libros mudos.» Esta misma sangre grita ahora la verdad en víctimas mudas. La sangre grita en nuestro don Quijote, en el inmortal don Quijote. Es la eterna afirmación de la vida contra la muerte. He aquí por qué nuestro pueblo, fiel a sus tradiciones humanitarias, ha aceptado el combate contra la muerte. En los inolvidables días de julio justificó con su sangre sus palabras. El pueblo español está salvando, ahora, los valores humanos —en primer lugar la fraternidad— contra el humano egoísmo.
En el mismo día de hoy, el gobierno ha agasajado al Congreso con una comida en la playa, en el restaurante de Las Arenas. Aquí todo ha sido más espontáneo, sin que, por ello, faltaran los discursos. Han hablado el ministro de Instrucción Pública, después Ludwig Renn, Tolstoi, Ehrenburg. Los escritores se han sentado mezclados con los ministros y los militares, han trabado conocimiento, han conversado y charlado. A Anna Segers le ha gustado mucho un español macizo y bondadoso, con gafas, ingenioso y alegre, que, además, habla maravillosamente el alemán. Él le daba noticia y rápidas y vivas características de los españoles sentados a la mesa. «¿Y usted, aquí, qué cargo tiene?», le ha preguntado dulcemente Anna, frunciendo sus ojos miopes. «Yo soy, aquí, el presidente del Consejo de Ministros, y hoy he hecho uso de la palabra en el Congreso», ha respondido Negrín.
Al final del banquete, ha llegado y ha sido acogida con aplausos, una parte rezagada del Congreso, venida directamente desde Barcelona. El gobierno inglés negó los pasaportes a los escritores de su país. Malraux se ofreció para trasladar sin formalismos a este grupo y a algunos emigrados alemanes a España. Ahora ha introducido, no sin efecto, a sus clientes en la sala. Entre el alborozo y los aplausos ha dicho a media voz, guiñándome un ojo como un mozalbete: «Los contrabandistas os saludan.»
Por la noche han bombardeado concienzudamente la ciudad —es posible que con motivo del Congreso—. Los delegados dormían como troncos después del viaje y de las impresiones del día. Podían haberse quedado dormidos todos. Yo he ordenado a la telefonista del Metropol que despertara en seguida a toda mi delegación y la he conducido solemnemente al sótano. Tocaban las sirenas, la artillería antiaérea disparaba sin cesar, el ruido que producía era como si desgarraran enormes trozos de tela. Se oían, a lo lejos, las sordas explosiones de las bombas. «¿Qué tal?» —he preguntado en tono de hospitalario anfitrión. Todos estaban impresionados y muy contentos. Vishnievski ha preguntado cuál es el peso de las bombas. Pero yo no lo sabía. El diablo sabe lo que pesan. Tolstoi ha dicho que lo que menos importa es el peso, lo importante es que son bombas. Con su pijama carmesí, estaba magnífico, en el sótano.
Me dormí de buen humor. A pesar de todo, este Congreso diabólico se ha celebrado, por más que hayan intrigado contra él.
Todo marcha bien.
5 de julio
Hoy han hecho uso de la palabra Julián Benda, el escritor holandés Brauer, Malcolm Kowley, el argentino González Tuñón, el mexicano Mancisidor.
Anna Segers ha hablado de los escritores alemanes que han perdido su patria y la han hallado en las trincheras de Madrid, entre los combatientes alemanes de las Brigadas Internacionales.
Tolstoi ha hablado de la libertad y de la cultura. Ha dicho:
—La humanidad no cambiará nunca la libertad del trabajo libre por los campos de trabajo del fascismo. Los mamuts y los rinocerontes, los osos de las cavernas, parecían mucho más potentes. En las cuevas pirenaicas, el genio del hombre ha dejado la representación inmortal del mundo de los monstruos por él vencido. ¿Acaso no basta ello para infundirnos un gran optimismo? Dicen que el gran arte no coincide con las épocas revolucionarias. El arte, que refleja la amargura del desencanto, el arte del ensueño, que no halla cobijo en esta vida, el arte negativo, hasta ahora parece que ha coincidido con los tiempos de calma social y política... Pero esto ha sido. Esto es algo que pertenece al pasado. El tesoro de las artes y el pensamiento humanista son nuestra herencia... Nosotros somos la generación de una gran frontera, cuando el viejo mundo, antes de desplomarse para siempre, muerde, como encarnizado lobo, a derecha e izquierda. Nosotros elaboramos el arte de la revolución, el arte del nuevo hombre. No importa que parezca inmaturo, técnicamente imperfecto, a los refinados hombres del Occidente; pero en él bulle y brota como refrescante humedad el nuevo humanismo. Y es comprensible a las masas. Es su arte. Es un arte fraterno. Y nuestros lectores, precisamente en nombre del alto concepto del «arte», han privado, por ejemplo, a un estilista como André Gide, del título de escritor del pueblo. El arte soviético es realista como la tierra bajo el brillante sol; ese arte es realista como la severa mujer que camina por el surco, heroicamente, como un guerrero que da su vida por la felicidad de su patria, optimista, como la juventud. Este arte es de todo el pueblo porque es fruto de los impulsos creadores de las masas del pueblo.