De noche, por los blancos caminos accidentados y llenos de baches, con los faros apagados, los jefes se dirigen al Estado Mayor del ejército. Dejan sus tintineantes Buiks y Chryslers ante una escuela rural. Un centinela soñoliento: en la mano izquierda, el fusil; en la derecha, un abanico. Sobre los pupitres de la sucia aula, baja de techo, hay mapas extendidos. Sobre la mesa hay un termo. Pero nadie lo utiliza. Generales y coroneles, toman, uno tras otro, el botijo y, a lo español, lo levantan por encima de la cabeza para que el chorro de agua caiga directamente a la garganta.
Todos están cansados; por otra parte, no hay cuestión a examinar. El objetivo principal de mañana es tomar Belchite y tomarlo de modo que no escape, no salga, ni un soldado fascista.
4 de septiembre
El 2 de septiembre, por la mañana, la resistencia de Belchite se acentuó sensiblemente. En seguida se cortó la corriente de evadidos fascistas. Sólo se pasó un sargento. Declaró que después de recibir los víveres, obuses y cartuchos que los aviones les arrojaron, la guarnición decidió mantenerse hasta el fin. Los facciosos han minado las calles, los edificios; tienen la intención de defender casa por casa. Creen que si logran mantenerse aunque sólo sean tres días, podrán salvar la ciudad. En la historia de España, Belchite ha sido sitiada tres veces y las tres ha resistido el asedio.
Uno de los sacos arrojados por los Junkers cayó en las posiciones republicanas. Había piezas de recambio para un cañón de setenta y cinco milímetros.
El mando fascista ha lanzado, en efecto, grandes fuerzas en ayuda de Belchite. En el sector de Mediana ha aparecido una fuerte columna con artillería y tanques. Bajo sus golpes, han empezado a retroceder algunas unidades republicanas, algo débiles, que se encontraban allí. Se ha creado una seria amenaza sobre la carretera Mediana-Belchite.
El 2 de septiembre, avanzando literalmente paso a paso, las compañías de vanguardia ocuparon los extremos de la ciudad, el molino arrocero, salieron del cementerio hacia el seminario. Los facciosos responden con fuego de ametralladora muy certero y con granadas de mano; una de las baterías dispara contra los arrabales. El jefe de la división, general Walter, ordena desplazar los cañones del lado opuesto de las pendientes, y empezar a disparar desde posiciones abiertas a una distancia de medio kilómetro. El combate se prolonga con furia enorme durante veinticuatro horas. Las pérdidas son muy grandes, por ambas partes.
Mas ayer, a eso de las cinco de la tarde, la resistencia de los fascistas quedó definitivamente rota. Entre las ruinas de las casas suena algún que otro disparo. Irrumpen en la ciudad tropas de infantería, autos blindados, ambulancias. Avanzada la noche, empieza a trabajar la comandancia republicana, comienza la entrega y clasificación de las armas.
Conducen a un cura castrense con el revólver al cinto, conducen a un grupo de moros que procuran demostrar, sobre la marcha, que no son prisioneros, sino evadidos.
Entre tanto, el golpe sobre Medina se amplía. Desde aquí, desde Belchite, ya se oye el retumbar de los cañones. Atacan dos divisiones fascistas. Ayer llegó a Zaragoza otra división: la de «Flechas negras», italiana. Todo esto ha sido dirigido hacia aquí para el contragolpe y la salvación de la ciudad. ¡Pero ya es tarde! Belchite ha sido tomado. Esta victoria, difícil, aunque no muy grande, infunde ánimos alas tropas republicanas.
La noche empieza a refulgir con brillantes relámpagos. Nunca había visto relámpagos tan largos, blancos, cegadores, como llamaradas de magnesio —da la impresión de que se trata de nuevas bengalas luminosas, de una nueva maniobra bélica del enemigo—. El sordo rodar de los truenos también resulta insólito. Parecen más bien explosiones de bombas muy grandes, de quinientos kilogramos, o de obuses de 203 milímetros. Al fin llueve, es la primera lluvia del año;
comienza a caer primero débilmente, luego rocía cada vez con más fuerza esta tierra aragonesa reseca, tosca, hasta ahora regada únicamente con sangre.
7 de septiembre
Ayer y hoy, calma relativa en el frente de Aragón. Los fascistas están ocupados en preparar un fuerte golpe en respuesta a la ofensiva republicana. Se acercan sus reservas, se concentra la aviación, la artillería.
Los republicanos se fortifican en las posiciones conquistadas, abren trincheras, repasan las armas. El encuentro será serio. Franco, por lo visto, quiere recuperar Belchite, Quinto, Mediana y toda la franja de terreno que se le ha arrebatado a lo largo del Ebro. Si no lo hace, el nuevo paso de los republicanos será, sin duda alguna, atacar a Zaragoza.
Es posible también que los facciosos no se lancen ahora a efectuar grandes operaciones y prefieran limitarse aquí, en Aragón, a una tenaz resistencia. Muchos datos indican que el mando fascista deja libres sus fuerzas básicas ocupadas hasta ahora en el norte y emprenderá una operación de gran envergadura en el frente de Teruel (para amenazar a Valencia) y en el frente central. En su discurso en Palermo, Mussolini ha declarado de manera muy significativa que Madrid hasta ahora no había sido tomado porque no había sido atacado de verdad.
El dictador italiano ha calumniado a su intendente español. Franco ha perdido ya en los accesos de Madrid cerca de cien mil hombres, y en la carretera de Guadalajara cayeron unos doce mil. Las operaciones ofensivas han sido muy decididas, con el concurso de potente armamento bélico. Pero lo que, por lo visto, hay de verdad en las palabras de Mussolini es el propósito de los invasores germanoitalianos de repetir el ataque contra Madrid simultáneamente desde distintas partes, con una gran masa de tropas italogermanas y locales, después de poner en peligro las vías de comunicación entre Madrid y Valencia. El ejército republicano del frente central se prepara ya para plantar cara a semejante nuevo asalto.
La operación del Ebro constituye un serio éxito del ejército republicano. Ha levantado el ánimo de las tropas. Pero sobre el fondo de este éxito, resultan aún más dolorosos los defectos del ejército que, de haberse eliminado, ya habría tomado Zaragoza. La oficialidad, que tiene a sus órdenes soldados magníficos, valientes, sufridos y fieles, aún no está a la altura debida. La falta de organización, la lentitud, la impericia en la dirección del combate, se dejan sentir a cada paso. Sobre todo, la lentitud.
La operación se inició de improviso, tal como era necesario. Pilló a los fascistas casi por sorpresa y con pocas fuerzas. La lentitud y la indecisión de los republicanos en el desarrollo del éxito, ha permitido a los facciosos desplazar reservas y, con esto, disminuir los resultados de la ofensiva.
Por otra parte, la operación aragonesa ha sido de gran utilidad para las unidades de este frente, totalmente en calma. Las divisiones catalanas se han convencido ahora, al actuar conjuntamente con las tropas venidas de otros frentes, que es posible avanzar, han tomado el gusto al pelear y atacar, desean hacerlo.
9 de septiembre
Los prisioneros fascistas capturados en Quinto han contado que estaban mandados por dos oficiales rusos zaristas, un general y un capitán, en calidad de ayudantes del jefe del sector fortificado. El general era pequeño, calvo y malo. Era artillero y, en otro tiempo, con el Franco ruso, mandaba todos los trenes blindados.