No en vano ha hablado Companys, en su discurso, de los derrotistas. No los ha inventado. Los derrotistas abultan los fracasos y las deficiencias, profetizan la victoria de los fascistas, afirman que Cataluña tiene sus intereses propios, separatistas. En los barrios burgueses de Barcelona, pese a que esta ciudad es la que se encuentra más alejada del frente, se ven con mucha más frecuencia rostros hostiles, se oyen quejas con motivo de la guerra o, simplemente, exclamaciones dañinas.
El gobierno catalán, en su composición actual, lucha decididamente contra los derrotistas y los separatistas, castiga a los especuladores, a los desorganizadores de la producción, a los saboteadores, a los dañinos, a los espías. Durante los últimos meses, ha obtenido no pocos éxitos: de todos modos, hoy, las fábricas se parecen muchísimo más a fábricas de guerra que en mayo. Pero también en el trabajo del gobierno hay aún mucha complacencia, despreocupación y pérdida de tiempo en pequeñeces.
Entre las organizaciones políticas, de partido y sindicales, han cobrado nuevo vigor, ahora, los elementos de comprensión recíproca, la tendencia a la unidad, a la cohesión ante el enemigo común. Son menos los roces, los conflictos por nimiedades, las polémicas por la polémica misma, hay más seriedad y sentido de responsabilidad. Obliga a que así sea la situación, seria, decisiva. Lo exigen las amplias masas, que desean inflexiblemente luchar hasta la última gota de sangre con su mortal enemigo, el fascismo, y que necesitan, para ello, dos cosas: unidad y organización...
25 de septiembre
En Madrid se ha descubierto, ahora, una nueva organización de los facciosos —un sistema de trabajo clandestino, de espionaje, de sabotaje y terrorismo, con amplias ramificaciones—. Han sido detenidos centenares de agentes fascistas, entre ellos algunos muy destacados. Sin tocar ha quedado sólo la dirección, que vive tranquilamente en el centro mismo de Madrid, doblada la esquina de nuestra casa, al socaire de la ley y de la inmunidad diplomática.
Este centro rector, cobijado en el edificio de la embajada de Chile, unía a cuatro grupos que actuaban independientemente. El primero, denominado «Galán y Breu», nombres de los dos fascistas que lo dirigían, tenía por función el control, observación e inspección general de todas las fuerzas fascistas. Galán ha sido detenido.
El segundo grupo, militar y civil, tenía por misión entorpecer y sabotear el funcionamiento de la vida urbana de Madrid en todos sus aspectos, capturar los puntos neurálgicos de la capital —teléfonos, telégrafos, depósitos de víveres, tranvías y metro— en el momento de un nuevo ataque sobre Madrid y utilizarlos inmediatamente en beneficio de Franco. El grupo se encargaba de mantener el enlace con el territorio franquista.
Estaba constituido, este grupo, a base de unidades especiales denominadas «arios». El jefe del «año» tenía a sus órdenes 365 fascistas, divididos en «meses» y «semanas», con sus correspondientes jefes de «mes»y de «semana» al frente. El miembro de filas de la organización, se designaba por un determinado día, y recibía, como documento que lo testificaba, una hoja arrancada de un calendario. Los fascistas habían constituido seis destacamentos numerados desde el año 1930 hasta el de 1936.
El tercer grupo se denominaba «columna blanca». Estaban incluidos en él todos los fascistas refugiados en los edificios de las misiones extranjeras. Estos individuos no pueden salir a la calle: los detendría la guardia permanente que se encuentra junto a la entrada del edificio. Pero a través del personal de servicio de las embajadas, están en contacto con los espías de la ciudad y por la noche comunican por radio sus partes a los facciosos.
El cuarto grupo militar estaba dividido en «banderas», de 300 hombres cada una; la «bandera», a su vez, se dividía en «secciones», de 30 individuos, y «falanges», de 10. Su misión era: al producirse un nuevo ataque de los fascistas, comenzar otro concordante en la ciudad, irrumpiendo a tiros en casas, hoteles y estados mayores. Se habían formado ya diecisiete «banderas».
Se habían reclutado, para las «banderas», soldados de la guardia republicana de Madrid, de la guardia de transportes, de la guardia de los edificios ministeriales de Gobernación y de la Guerra, a individuos de las fuerzas autoblindadas de policía. Todos se hallan ahora detenidos.
Entre los conspiradores figuran no pocos destacados madrileños que habían ocupado cargos importantes durante la monarquía, durante el gobierno de Lerroux y durante el período dictatorial de Gil Robles. Por ejemplo, el ex director de telégrafos señor Pino y el capitán Cornejo, hermano de un ministro de Marina monárquico. El pájaro de más nota, entre los detenidos, ha resultado ser el chileno Manuel Asensio, especulador y espía, dueño de tres tiendas en Madrid y, al mismo tiempo, jefe de un «año». En las tiendas de Asensio, durante las horas de venta al público, se reunían los fascistas como si se tratara de compradores.
No es preciso decir qué victoria representa para los republicanos el haber descubierto la nueva organización fascista y haberla aplastado.
26 de septiembre
El descubrimiento de la nueva gran conspiración fascista ha conmovido a Madrid. Ayer y hoy, se ha convertido en el tema principal y único de las conversaciones —en las calles, tranvías, metro, fábricas, trincheras y colas en las tiendas de comestibles—. Se han celebrado numerosos mítines relámpago exigiendo el fusilamiento de los detenidos que participaban en la conjuración.
Siguen las detenciones. Se ha capturado a varios jefes de «meses»; los han denunciado, con la esperanza de ganarse su propio indulto, algunos de sus cómplices.
Aprovechándose de la poca vigilancia que se ejerce en las instituciones de Madrid, los conspiradores habían logrado celebrar sus reuniones en las salas de actos de los edificios ministeriales ahora desiertos. Mantenían la correspondencia con papel timbrado oficial, viajaban en los coches del gobierno, guardaban sus armas en los depósitos de armas del ejército mismo. Su aplomo y desfachatez llegaron hasta tal punto que el señor Pino, ex director general de telégrafos de Madrid, decidió tender un cable directo desde Madrid, a través de la línea del frente, hasta el dispositivo de los facciosos. Se tenía el propósito de tender el cable hasta las trincheras a plena luz del día, sin el menor disimulo, pasarlo luego, de noche, por la zona neutra y en el lugar preestablecido entregar su extremo a manos de los fascistas. Sólo la detención de Pino impidió llevar a cabo esta empresa realmente enternecedora.