Tampoco a esto hace objeciones directas, pero empieza a censurar a los comunistas por su deseo de «organizarlo todo, colocar jefes en todas partes, dar a todo un sobrenombre, una etiqueta y un número». Él lo atribuye a la juventud de los dirigentes del Partido, a su aplomo, que se basa no en los éxitos y en la experiencia de ellos mismos, sino de los comunistas rusos. Dice que los comunistas, al ayudar al gobierno, hacen una labor nociva, aproximan la catástrofe, incrementan el descontento de las masas. Los partidos obreros han de barrer cuanto antes a los funcionarios, a los burócratas, al sistema ministerial de trabajo y pasar a formas de dirección nuevas, revolucionarias.
—Las masas nos tienden las manos, exigen de nosotros una dirección gubernamental, y nosotros permanecemos pasivos, eludimos la responsabilidad, ¡permanecemos inactivos!
Todo esto le sale a Largo Caballero impetuosa, irritadamente, con la tozuda fuerza de la convicción. Es difícil comprender de dónde viene este tardío radicalismo y maximalismo en un hombre que, durante decenios, ha defendido las posiciones más reformistas y conciliadoras en el movimiento obrero, que ha llegado a establecer compromisos y hasta coaliciones con los gobiernos burgueses más derechistas, incluso con la reaccionaria dictadura monárquica de Primo de Rivera. Pero Álvarez del Vayo y muchos otros afirman que el «viejo», en efecto, ha cambiado enormemente en su fuero interno, que la lucha en Asturias y todo el período subsiguiente le han inducido a revisar su camino político, que se ha desengañado de los métodos oficinescos de la dirección sindical, que se ha aproximado en gran manera a la masa obrera viva. «Aún acabará su vida en las barricadas...» Los comunistas confían poco en este cambio. Se burlan de la «enfermedad senil del izquierdismo». Esta frialdad entre comunistas y Caballero se refleja en las posibilidades de recíproca colaboración.
Conversamos aún cerca de hora y media. Caballero varias veces vuelve a referirse a la incapacidad y falta de lealtad de los generales republicanos, amigos personales de Azaña, todos esos Saravia... Luego, ya solos Álvarez del Vayo y yo, bajamos a la calle y entramos en un pequeño bar. Del Vayo está muy contento de la entrevista y de la conversación, asegura que ahora el «viejo» está completamente de acuerdo con que es necesario un ejército regular del pueblo.
—A usted no se lo ha dicho francamente, ésta es su manera de proceder, pero usted verá cómo ahora se manifestará en favor del ejército. El viejo se inclina ante la Unión Soviética, ante la experiencia de la revolución rusa. Es una pena que Araquistain no haya estado presente, tenía mucho interés en asistir, pero algo le ha retenido. De todos modos, a viejo le dará indicaciones. Probablemente, Claridad ya.se manifestará mañana sobre esta cuestión. Yo mismo escribiría sobre el tema, pero es preferible que lo haga Araquistain. Estoy muy contento de que ustedes hayan conversado tan a fondo...
Luis Araquistain es un diputado vasco, socialdemócrata de izquierda, director de Claridad,órgano de la Unión General de Trabajadores, colaborador inmediato de Largo Caballero e intérprete oficioso del pensamiento de este último.
... Luego he visitado a los escritores madrileños. Su Alianza tiene como local social el palacio requisado del marqués del Duero. El palacio es sombrío, en las salas reina la penumbra, hay retratos adamascados, bustos marmóreos de los orgullosos Grandes. El marqués tenía ochenta años, era idiota, fetichista, toda la vida había coleccionado guantes —aquí encontraron varios miles de pares. En la alcoba, bajo cristal, cuelgan unos tirantes de seda— regalo de Alfonso XIII, con un autógrafo del monarca. Ahora en esta alcoba se encuentra la redacción de la revista artístico-literaria “ El mono azul”.
Rafael Alberti y María Teresa León han tomado una gran llave, me han conducido por una galería de cristales, han abierto una puerta, y de súbito se ha ofrecido a nuestra vista una maravillosa sala gótica de dos pisos, la biblioteca, con centenares de miles de libros y manuscritos. Dentro de los armarios, infolios medievales, ediciones raras de los clásicos españoles, manuscritos, grabados, un verdadero tesoro.
Un viejo criado cuenta que el marqués, en toda su vida, había estado cuatro veces en la biblioteca.
—Más tarde nos ocuparemos de esta biblioteca —ha dicho Rafael—. Ahora estamos absorbidos por el trabajo político en el frente y además con esta revista. ¿Verdad que tiene vida? Sólo que está delgaducha; de momento, ocho páginas, nada más. En Madrid ahora hay poco papel.
Casi todos los días al atardecer Miguel Martínez acude a Mundo Obrero,se entera de las noticias y ayuda un poco a hacer el periódico. Ésta es la antigua redacción de El Debate,viejo periódico católico reaccionario. Las estancias están recubiertas con pesada madera de roble —elegante refinamiento de ricos canónigos, de monjes prácticos—. En el escritorio del director, se encuentra la figura de un inquisidor con capuchón y una larga vela en las manos. Sentado a la mesa, está el redactor de la revista, despeinado, sudoroso, con el mono desabrochado y un máuser.
Hoy, Mundo Obreroescribe: «Somos realistas y no podemos subestimar las fuerzas del enemigo, los desesperados intentos de alejar hasta el máximo el momento de su inevitable derrota. Todos los grupos que forman parte del Frente Popular estarán de acuerdo con los comunistas en que es necesario crear en un plazo brevísimo un ejército que posea la eficiente fuerza que proporciona la técnica contemporánea. Nadie es tan decididamente partidario, como nosotros, de que las armas estén en manos del pueblo. Pero el Ejército Popular ha de ser disciplinado, ha de estar correspondientemente armado y ha de estar dirigido por un mando único.»
28 de agosto
De París ha venido una comisión, destacada por las Internacionales II y III, para ayudar a la España antifascista —Jacques Duelos, Giromskiy el senador Branting—. Estábamos cenando y conversando juntos en un pequeño restaurante vasco cerca de la Gran Vía, cuando a eso de la medianoche se han oído dos pesadas explosiones bastante próximas. En la calle se ha producido una ligera confusión, pero casi nadie ha apagado las luces, siguieron brillando los enormes anuncios polícromos de neón, en cines y teatros. Sólo unos diez minutos más tarde ha ululado la sirena; ha pasado varias veces a toda velocidad en motocicleta.
Las bombas han estallado en el propio centro, en el jardín del Ministerio de la Guerra. Localizar este edificio es muy fácil, más aún de noche que de día, pues se encuentra exactamente en el cruce de brillantes líneas de farolas —la calle de Alcalá y la línea de los Paseos—. Junto al ministerio, ha resultado muerto un cabo y ha quedado herido un soldado. Un cañón ha disparado contra el avión, después de lo cual éste ha huido arrojando por el camino otras tres bombas; hay obreros heridos.
Desde los tiempos de la guerra mundial, ésta es la primera incursión aérea sobre una ciudad civil. Es la primera, mas, por lo visto, no será la última. Hasta ahora los facciosos han bombardeado, sobre todo, objetivos militares. Ahora empiezan con la población civil.