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16 diciembre, martes

Don Basilio me dio esta mañana una participación de cinco duros para el sorteo de Navidad. El número es el 31.165. La madre dice que es bonito, pero lo que hace falta es que toque. Dice la madre que si nos cae el gordo pedirá permiso a don Basilio para hacer obras en la cocina. Yo ya le he dicho a Melecio que si toca hay que comprar un cacharro. Estoy harto de pedalear y aguardar en las estaciones.

Al volver del estanco me tropecé este mediodía con el de Francés y la de Alemán. Iban haciendo boberías. Ella dijo adiós, pero él lo mismo que si pasase un perro. Y no es aquello de que no me haya visto, puesto que yo iba de uniforme.

A la noche cambié con Melecio un duro de lotería. El del taller de Melecio es el 5.444. Quedamos en salir mañana para comprar el regalo a Tochano.

17 diciembre, miércoles

Compramos una panera que dice la Amparo es de mucho gusto. Fundimos ciento setenta del ala. Esto de los regalos de boda es un atraso.

En el café había mucho público. Eché un parchís con Zacarías, Tochano y el Pepe. Tochano dice que esto del parchís está bien para los chicos. A mí me parece más distraído que las cartas. Uno pone mucha pasión en el juego y todo eso de las barreras y las comidas y los seguros está pero que muy bien traído. Hubo carta de Madrid. Tino nos felicita las Pascuas y dice que siente mucho no poder venir para las fiestas.

Sigo sin ver a Anita. Si espera a que yo la hinque, está lista. Ni por Anita ni por Santa Anita me tiro yo por el suelo. ¡Qué se habrá creído la panoli esa!

21 diciembre, domingo

Estuve un rato con Melecio en lo de la Diputación. Hicimos tres perdices. Por la tarde encontré a Tomasito en el España. El menguado sigue con su gorrilla de piñero. Palmé el café y luego le pregunté cómo iba la temporada. No charlaba de caza con él desde la perdiz aquella, en La Mudarra. Tomasito no tragaba que lo mismo que él pude matarla yo, ya que los dos tiros sonaron al mismo tiempo. Tuvimos que hacerle la autopsia y encontramos cuatro perdigones: dos del 6 y dos del 7. Él había tirado con 6 y yo con 7. Le dije que le habíamos pegado los dos, pero él se puso burro y voceó que sus cartuchos llevaban mezcla y que yo quería enredarle. Hace de esto dos temporadas. En todo este tiempo no me saludó. Pero esta tarde ya se le había pasado. Cuando le pregunté por la temporada, me contestó que el domingo último marró una liebre que vio en la cama, en lo de Cuesta. Le dije que estaría entrematada y él dijo que no, que en un barbecho; que la tía guarra tardó en arrancarse y le puso negro. Yo le conté lo de la chocha y lo de las tres perdices que caí de un tiro. Cuando se largó, me dijo el Pepe que Tomasito ha estado un mes a la sombra por un asunto de dinero.

La madre y yo nos acostamos a las mil, determinando lo que haremos si nos cae el gordo. Ya la advertí que, en ese caso, retiraré mil duros para hacerme ropa.

22 diciembre, lunes

Nada. Lo de siempre. Tengo muy mala potra. Todo para Madrid y Barcelona. Le cuesta a uno hacerse a la idea de que ha de seguir pedaleando y aguardando en las estaciones como un paria. No sé por qué este año me daba a mí el pálpito de que íbamos a agarrar un pellizco en un premio grande. ¡Pero, mierda! Ni un cochino reintegro. Pasé la mañana frente a la pizarra del periódico viendo anotar los premios gordos. Yo le tenía dicho a Melecio que lo primero que haría de caerme el gordo sería agarrarme la burra, llegarme a lo de Muro, liarme a matar liebres, y cuando saliera el jurado darle mi nombre y mis apellidos para que cumpliera con su deber. Le anuncié a Melecio que ese gustazo me lo daba, aunque me costase cuarenta duros. Pero nada. Todos los años ocurre igual. Y uno no acierta a escarmentar. Mañana subiremos con Tochano y los suyos a lo de Villalba, donde la perdiz aquella. Cogeremos el coche de línea a las ocho de la mañana. Todos piensan traer carne para las fiestas. Yo me llevo la burra, porque no me da la gana aguardar el tren hasta las tantas.

23 diciembre, martes

El monte de Villalba no tiene más inconveniente que el de ser del común, y ya se sabe lo que ocurre en este país con las cosas que son del común. Así y todo hay liebre en cantidad. Es un monte grande y cerrado y la caza se defiende bien. Zacarías había avisado a un primo suyo y nos esperaba a la entrada del pueblo con el camión del panadero. Hemos cazado de ojeo. Melecio llevó al Mele a pesar de que el tiempo está de helada. El chavea estaba negro y confundía las perdices con las urracas. Dimos tres ganchitos de salida y caímos dos liebres, dos perdices y una torcaz. Una de las liebres era un macho como un perro. Íbamos por el cuarto ojeo cuando apareció el jurado. El primo de Zacarías y su amigo escondieron las escopetas en un chaparro, pero al Pepe lo pilló in fraganti. El Pepe nunca lleva en regla los papeles. No tiene guía, ni permiso de armas y la licencia es del 44. El Pepe le dijo al jurado que era capitán de aviación y había olvidado los documentos en el campo. El jurado se echó a reír y le dijo que iba a retener la escopeta, y que al otro día podría volver en avión a mostrarle los papeles. El Pepe se cabreó y le dijo que la escopeta se la podía quedar, pero que de él no se cachondeaba ni su padre. Le di de codo al Pepe por el Mele, pero él como si nada. Soltó dos ajos y le dijo al guarda que no olvidase que hablaba con un oficial. El jurado le tomaba a pitorreo. El primo de Zacarías le dijo entonces que no fuera mala sangre y que si quería acompañarnos a comer. El guarda le dijo que ya había comido y le preguntó dónde había dejado su escopeta. El primo de Zacarías se las sabe todas y le contestó que de sobra sabía que él nunca llevaba armas. Visto lo visto, el Pepe cambió de sistema. Le pidió la cartera a Tochano, le largó un billete de cinco pavos al guarda y le dijo que no se hablara más del asunto. El jurado dijo que por quién le había tomado, y no hubo manera. Cuando nos sentamos a comer le dije lealmente al Pepe que mejor le había ido así, ya que su escopeta no vale un real. Se lo planté de buena fe, pero él se cabreó y me dijo que no la cambiaba por la mía ni aunque le diera diez pavos encima. Lo tomé a guasa, porque la escopeta del Pepe está desgobernada, tiene los tubos picados y no ve la grasa desde antes de la guerra. El primo de Zacarías le dijo entonces que si apreciaba el arma volviera al día siguiente con diez machacantes. Por la tarde, cosa extraña, hicimos cuatro liebres más y en seguida se llegó la hora. Sacamos pajas y el Pepe cogió la pequeña, se endemonió y dijo que no quería caza. Melecio metió el cuezo y le dijo que le cedía su lote. El Pepe, como si no le oyera, se puso a vocear que había hecho tres piezas, le habían birlado la escopeta y para acabar de gibarla le despachábamos con una liebre tiñosa. Le hice ver que así es la caza y que otras veces mata menos de lo que se lleva, pero no hubo manera. Al fin, Melecio, por primo, cargó con la liebre del Pepe y el Pepe se llevó la liebre grande y la perdiz de Melecio. En el camino pinché y perdí media hora. No vuelvo a subir en la burra aunque el tren llegue a las tantas.

24 diciembre, miércoles

Vinieron la Modes, Serafín y los chicos a pasar la noche. Mi hermana anunció que esperaba otro crío. Serafín se puso a reír a lo mandria y dijo que mujer movida al año parida. No habíamos empezado a cenar y el cerdo ya estaba mamado. Ni sé cómo mi hermana le aguanta. Luego, a medio comer, se puso a contarme lo del aborto. El cagueta lloraba sólo de recordarlo. Le dije que yo le acompañé a dar tierra al crío, pero él erre que erre. Al terminar, la madre recordó al padre y echó unas lágrimas. Luego el mayor de la Modes tiró la botella de anís y acabó de gibarla. La Modes le sacudió una buena zurra. A las doce bajé con la madre a misa del Gallo, a los Agustinos. Tenía esperanzas de ver a Anita, pero como si no.

25 diciembre, jueves

El tiempo está muy frío. En todo el día de Dios se va la escarcha de la azotea. A la una me topé en la escalera con el señor Moro. El tío candongo me dijo que se alegraba de verme, en primer lugar para desearme felices Pascuas, y, en segundo, para comunicarme que había sido nombrado conserje. Le felicité y, por no cortar, le pregunté por la grati. Tiene entendido que es para el 27. Pero el guaje lo dijo con retintín.

Estuve donde Melecio a llevar a la Doly las sobras de estas fiestas. La tía está poniéndose cebona. Me dijo la Amparo que a ver si nos animamos a correrla para fin de año. Ya le dije que por mí no quedaría. Por lo que dice Melecio, el Pepe ya tiene la escopeta en casa.

27 diciembre, sábado

Vino Melecio este mediodía. Parece que el alcalde ha encontrado un chelo en Burgos y que, al fin, tendremos orquesta. El angelito exige dos billetes y piso además. Un momio, vamos.

Esta tarde me soltaron la grati y, además, las 273 que le faltan al señor Moro para completar los obvencionales. No me correspondían, pero don Basilio es un hombre considerado. Di recado a Aquilino para que organice la subasta cuando le pete. Llamó por teléfono para preguntarme si hace el lunes a las diez. Le dije que al pelo. Pasado mañana, la Jabalí en casa. ¡Gibar, he suspirado por ella más que por una mujer!

Tochano nos lleva mañana al Montico a cazar a toro suelto. Ni sé cómo se las habrá arreglado el panoli. Por de pronto iremos en taxi. Llevando bichos se puede uno permitir este lujo. Melecio y yo teníamos planeado dar unas manos a la linde de lo de Muro, pero esto puede aguardar. Lo que me da lacha es no tener para mañana la Jabalí del 16.

28 diciembre, domingo

A las siete menos cinco, Melecio, el Pepe, Zacarías y yo estábamos en los soportales como clavos. Hacía un frío del demonio y con la niebla apenas si se veía el reloj del Ayuntamiento. A las siete y media seguíamos aguardando. Dieron las ocho y nada. Zacarías dijo que sí que le chocaba que Tochano saliera al monte en víspera de boda, pero el Pepe voceó que ni la misma noche de bodas desperdiciaría él una ocasión de cazar con bichos. Fue Melecio el primero que cayó en la cuenta que era el día de Inocentes. El Pepe reventaba y dijo que si era una coña, Tochano se iba a acordar. También Zacarías se cabreó y dijo que la caza no es cosa de juego. Melecio dijo que habíamos sido unos primos, y el Pepe a poco me muerde, porque yo me eché a reír. Entonces les dije que era mejor seguir la broma y llamé a un taxista y le dije que se acercase a casa de Tochano, aporrease la puerta y le llevara a la Plaza aprisita, porque hacía más de una hora que le aguardábamos. Luego cogimos el rapidillo y nos fuimos junto a lo de Muro. Hicimos dos liebres y una torcaz. De regreso fuimos al España. Tochano estaba cabreado y preguntó quién era el malaentraña que gastaba bromas con el dinero. Le dijo Zacarías que peor era gastarlas con la caza, y se enredaron a voces. Tochano se puso faltón y acabó confesando que el taxista le despertó y le cobró tres pavos. Terminamos jugando una siete y media. A mitad de la partida, Tochano le dio un pito a Zacarías, y cuando Zacarías lo fue a prender pegó un estallido. Tochano se meaba de risa. Luego llamaron por teléfono a Melecio y el de la mesa de al lado le quitó la silla. El mandria la gozaba cuando Melecio dijo que habían colgado sin más. Camino de casa le dije a Melecio que iré a la boda de Tochano por no dar la campanada.