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21 agosto, viernes

Subí a lo de Ortega solo, con la Doly. Pasé un día tranquilo. La perrina trabajó bien la huerta. Ciertamente ha hecho muchos progresos. A la tarde la metí en un perdido de escobillas y avena loca. Todo el tiempo se levantaban bandos de carracos y el animal andaba negro. Junto a un romero se arrancó una perdiz y no tuve valor para dejarla escapar. Cuando me agaché a cobrarla, volaron media docena de igualones. ¡La madre que los echó! Con la perdiz hice once codornices. Marré un solo tiro, por precipitado.

25 agosto, martes

Tochano y Zacarías estuvieron anteayer en Quintanilla. Dicen que en las pajas nada, pero en la ladera hicieron siete perdices. Cuando quieran abrir la general no va a quedar una para muestra.

Colé hoy a Serafín con la Modes y los chicos. Fermín me dijo a la salida con recochineo que otro día avise para no abrir la taquilla. Le di una mala contestación. Cada día estoy más decidido a dejar esto. No va con mi temperamento. Lo malo del caso es la madre. ¿Cómo le doy yo ahora este disgusto?

30 agosto, domingo

Esta tarde me decidí. Melecio salió con Tochano al campo y yo me quedé en casita. A la hora de comer le dije a la madre que lo del cine no me peta; que es justamente un oficio de perros. Ella dijo que lo comprendía, pero que no puede vivir sin esos ingresos. Yo le dije que sería más feliz comiendo pan a secas que con pichones a diario y en esta esclavitud de ahora. Me salió con que no me di cuenta de que era un esclavo hasta que empezó la caza. Todo puede ser. El caso es que lo del cine me giba y no pienso seguir así. Ella me preguntó por qué pensaba sustituirlo y le respondí lealmente que aún no había pensado en ello, pero que no faltan sitios donde ganar cuatro cuartos teniendo voluntad de trabajar. Por la noche, sin más, le dije a Fermín que me buscara sustituto. Me preguntó con guasa si me había caído el gordo y dije que a lo mejor. ¡No te giba, el panoli este!

31 agosto, lunes

De madrugada agarré la burra y me llegué a San Miguel. No quería más que darme cuenta de que soy libre. Sentado en un teso estuve viendo volar a los abejarucos y luego bajé hasta el río y me tumbé en la hierba entre los mimbrerales y los tomates silvestres. Las tórtolas se arrullaban y, de vez en cuando, una atravesaba el río como un rayo. Entre los sauces correteaban las ratas de agua. Dicen que hay nutrias aquí. No sé, no sé. Sin darme cuenta me quedé dormido. Me despertó una urraca rebullendo entre los tamarindos. En cuanto que moví un dedo, la tía se largó. De regreso hice un tiro larguísimo a una torcaz. Cayó sobre una zarzamora y sudé tinta para encontrarla. Ya en casita me tumbé una siesta hasta las ocho. Esto es vivir.

4 septiembre, viernes

Estuve donde don Rodrigo a decirle que he dejado lo del cine. El hombre no dijo ni palabra. Le pregunté por sus clases y me contestó que iba tirando con tres alumnos. Me entregó un montón de apuntes, a ver si entre septiembre y octubre puedo colocarlos. Al marchar me dijo que tiene un chico en cama y que parece que la cosa va para largo.

Anita se puso loca cuando le comuniqué que ya no tendría necesidad de dejar de bailar a las nueve y cuarto. Aproveché para decirle que cuando un hombre honrado se enamora de una mujer honrada y no hay obstáculos por medio, la inmediata es casarse. Le faltó tiempo para decirme que de ese asunto ni hablar por ahora. Toda la razón que me dio es que tiene diecinueve años y a esa edad ninguna mujer piensa en sacrificarse. ¡No te giba! Ya le dije que no creía que hablase por ella. Me respondió que si la creía una idiota o qué. Como si no la oyera, le planté que las Mimis no tenían por qué saber lo que era la vida de casada, puesto que las dos son solteras. Ella salió entonces con que las Mimis llevan veinte años peinando a casadas, y una peluquería es como un confesonario. Me gibó la salida y le solté una barbaridad. Se puso negra y me dijo a voces que me largara. Antes le dije que estaba cansado de hacer el memo y que la aguante su madre, que era su obligación. Me fui donde Melecio, y le conté la historia de pe a pa. Él se reía y dijo que efectivamente el separar a la novia de las amigas es un renglón. Cuando se me pasó el sofoco, Melecio me hizo salir al corral, prendió un fósforo y dijo que me asomara. Junto a la portilla estaba la Doly acostada en las pajas y ocho cachorros a la greña por la teta. Melecio a lo primero sonreía, pero luego se puso murrio y dijo que el Mele le preguntaba todo el tiempo cuándo iba a tener cachorros la perra. Luego me dijo que piensa ahogarlos a todos menos uno que le ha pedido Tochano. No lo pensé más. Agarré una perrilla moteada y me la traje para casa. La llamaré Zeta. Hace años que tengo capricho por una perra con este nombre. De momento parece que tiene casta. Veremos. La madre me puso jeta en cuanto le mostré el animal.

6 septiembre, domingo

Subimos esta mañana a los meandros de Villavieja, el bebedero de tórtolas. Pensamos en ir a lo de Aniago, a la codorniz, pero la perra no está aún en condiciones, y codorniz sin perro es tiempo perdido. Nunca había estado en los meandros de Villavieja, pero es un verdadero espectáculo. El río se ensancha allí y corre el agua tan mansa que parece un lago. En la ribera crecen olmos y alisos gigantescos y los tamarindos están tan prietos que apenas si entra el sol. Las tórtolas y las palomas bajan a beber a la islilla de arena que se forma en el centro del río. Según Melecio, en el otoño, la isla se la lleva la trampa y el agua corre a ciento por hora entre el follaje. A poco de llegar empezó el bureo. Cruzó un martín pescador como una centella, le solté los dos tiros, pero ni le toqué. El condenado llevaba un pececillo en el pico. Luego sentí el aleteo de una torcaz y la tía se fue a posar justamente en la punta de un aliso, frente a mi puesto. Aguardé con mi santa paciencia, y cuando se tiró a beber a la isla la sacudí en forma. La zorra de ella no dijo ni pío. En seguida empezaron a bajar las tórtolas. Era mediodía y el sol arriba debía apretar de firme. A la hora de comer había hecho tres, y Melecio dos. Nos descalzamos para cobrarlas. Melecio empezó a enredar y acabamos dándonos un baño. Luego subimos fuera del cauce a secar la ropa. Por la tarde hicimos otras nueve y una oropéndola. De regreso echamos un vaso en el merendero de Eliecer. Fue entonces que me dijo Melecio que la Amparo está embarazada, que cuando lo del Mele había dudas, pero que ahora se ha confirmado. Me alegró la novedad y le deseé que fuese un chicote como el Mele. Puso una cara rara y me dijo que cómo como el Mele, que es el mismo Mele que vuelve. Callé la boca para no llevarle la contraria. Desde lo del chico, Melecio tiene algo en la cabeza.

8 septiembre, martes

Empezaron los exámenes. El Pavo me pidió que le echara una mano en Francés. Ya le dije que no hay trato, pero que vería la manera de entrarle. Saqué a relucir el monte, pero el marrajo calló la boca. El domingo se abre la general. Parece que iremos a lo de Villalba.

12 septiembre, sábado

Hoy dice el periódico que la veda no se alza mañana, sino el 27. ¡Está bueno eso! Por lo visto no hubo hasta ahora momento de anunciarlo. En este país la gente se los pisa, vamos. Yo me pregunto lo que habrán dicho los bilbaínos que llegaron anoche donde Polo. Les han hecho la santísima. Tochano quería reclamar una indemnización y todo. Estuve recargando con Melecio y le propuse subir a lo de Aniago, a la codorniz. Le petó la cosa y quedé en pasar por su casa a las siete con la misa oída.

De Anita ni una palabra.

22 septiembre, martes

Tropecé esta mañana con don Rodrigo en la Sala de Profesores. Por lo visto el chico así anda, y de las clases nada. La de Alemán le chapodó los tres alumnos y, con tan feliz circunstancia, puede dar el ensayo por liquidado. Le encontré un temblor raro en las manos y se lo dije. Dice que es del tabaco.

Por la tarde se hicieron los escritos de Reválida. Esta noche cerré balance: 306,70 líquidas. Treinta y cinco duros menos que en junio. No sé dónde vamos a llegar.

25 septiembre, viernes

¡Veinte días sin saber de Anita! A terca no hay quien la gane. De sobra sabe el número del Centro, pero no. He de ser yo quien la hinque. ¡Pues no me da la gana, vaya!

27 septiembre, domingo

El primo de Zacarías nos esperaba a la entrada del pueblo con el camión del panadero. A las nueve ya andábamos ojeando. No sé si lo cogimos mal, pero lo cierto es que a mediodía no habíamos hecho más que cambiar la bota de mano siete veces. Ni tiramos ni vimos caza. El primo de Zacarías propuso manear los majuelos para meter la perdiz en el monte. Efectivamente, levantamos la biblia, pero todo largo. Por la tarde volvimos a ojear el monte y en el primer ganchito los ojeadores se salieron de línea. El primo de Zacarías echaba las muelas. El panadero se cabreó, agarró el camión y se largó al pueblo. Estábamos todos de un café que para qué. El primo de Zacarías organizó entonces la mano para cazar la parte izquierda del monte. Yo llevaba a la vera a Tochano y le oía jurar. Al poco rato, el Sol empezó a levantar perdices en París. Le dije a Tochano lealmente que sujetase al animal si es que quería disparar la escopeta, pero el Sol estaba caliente y no atendía a razones. Los otros empezaron a tirar en forma. Le insistí a Tochano que mientras el Sol siguiera alargándose no había nada que hacer. Entonces Tochano, sin más, se echó la escopeta a la cara y soltó los dos tiros. Los aullidos del animal se oían en Pekín. Al acercarnos, Tochano iba diciendo de mala uva que «mucha guasita, y en cuanto le tocan, a llorar como un condenado». El Sol tenía el ojo izquierdo colgando y se había acostado en unas escobas. El bicho sangraba como una chota, pero lo que son las cosas, con el ojo sano miraba a Tochano con cariño. Tochano, al verle así, se puso a jurar y a decir que uno tira a una perdiz a esa distancia y ni la toca, y tira a un animal de veinte kilos sin ánimo de perjudicarle y le deja en el sitio. Vinieron todos, y Zacarías sólo dijo «¡pobre animal!», pero Tochano se echó a él como si hubiera mentado a su madre. El primo de Zacarías le aconsejó que le rematara, y Tochano, sin decir palabra, metió un cartucho de cuarta en el tubo izquierdo, se apartó tres metros y disparó. Luego volvió a cargar tranquilamente y dijo que a ver si era posible que tirase una perdiz en toda la tarde. El cielo estaba entoldado y yo me puse murrio. Llevaba metido en los oídos el murmullo de la sangre del Sol al extenderse por las escobas. Caí dos perdices casi en la linde, pero como si nada. Tocamos a perdiz por barba. Tal como iba, con escopeta y todo, subí donde don Rodrigo y le di la mía para el chico. El hombre no quería aceptarla y según bajaba se asomaba con ella al hueco de la escalera como si fuera a tirármela encima. ¡No te giba!