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– Lo siento muchísimo, hijita, pero estás despedida.

Ya sabía que había una reestructuración en la empresa, pero nunca se me había pasado por la cabeza que me iban a despedir así, sin más. No pido explicaciones a Andrés porque estoy demasiado cansada para entrar en discusiones. Quedamos para firmar otro día el finiquito, me da los dos besos de despedida y salgo de su despacho hipnotizada. Voy directamente a recoger mis cosas personales, ayudada por Marta, que no para de susurrar lo injusta que es esta situación y que tengo que demandar a la empresa porque se trata de un despido improcedente. Sabemos todos que van a rodar más cabezas, pero la mía ha sido la primera, y eso me duele más que otra cosa.

Vuelvo a casa como una drogadicta, sin tener todavía plena conciencia de lo que me acaba de ocurrir. Necesito escribir porque sigo todavía bajo los efectos de las palabras tóxicas de Andrés. Cojo mi diario para intentar describir la situación y entenderla. Pero no puedo. Ahora tengo una necesidad loca de estar con Cristian para descubrir la inspiración que me está fallando.

Recuerdo que, después de hacer el amor con él la primera vez,.sentí la necesidad de poner en el papel todos los ruidos que había hecho nuestra ropa al caerse, explicar el trayecto de su lengua recorriendo todo mi cuerpo, el juego de sus manos sobre mi pecho, la ternura de sus caricias en mi vientre, el olor de su aliento que.soplaba sobre mi rostro, como un pequeño viento familiar que llegaba siempre cuando el cuerpo tiene fiebre de lujuria, la alegría compartida durante nuestros orgasmos, nuestro reposo, entrelazados, los golpecitos cómplices de los dedos de sus pies contra los míos cuando intentábamos encontrar el sueño, y su manera de Barrarme para no dejarme escapar a la otra punta de la cama. Habia intentado recordar todo lo que pasó por mi cabeza cuando entró en mí la primera vez. Pero no me acuerdo ya. Imágenes confusas bailan en mi mente. Estoy cansada y mi vida acaba de dar un giro de 180 grados.

Trozos de vida

25 de abril de 1997

He pasado la mañana fumando cigarro tras cigarro -todo el piso huele a nicotina y mi pelo también, pero no tengo ganas de ducharme-, repasando unos papeles y haciendo tiempo hasta mi cita con Felipe. Podía haberla adelantado pero no quiero tener que darle explicaciones. Quien tiene que hablar hoy es él. Quiero saberlo todo acerca de los trozos de vida y si le anuncio que acabo de perder mi trabajo, quizá no me cuente nada.

Una hora antes de la cita, salto en la ducha y dejo caer el agua en plena cara, como lo suelo hacer los días lluviosos, saltando sobre los charcos. Adiós, charcos de camino a la oficina; adiós, Marta; adiós, Andrés. Os echaré de menos.

Tengo que reponerme. Primero, he de ir a ver a Felipe. Luego, llamaré a Sonia para organizar una salida loca este fin de semana, entre mujeres. Finalmente, intentaré localizar a Cristian y pasar la noche con él.

Cuando me voy dirigiendo hacia el local A, parece que me siento un poco más animada. Felipe está visiblemente contento de verme. Me hace pasar y me deja de pie en medio de la habitación.

– Creo que lo mejor será que visitemos primero el local y luego te explico todo. Ven, sigúeme.

Hay tres niveles, unidos por unas escaleras en forma de caracol. En la planta baja, donde nos encontramos, hay una mesa para un ordenador, un fax y un montón de estanterías llenas de archivos. Me hace subir a la primera planta, que es una especie de despacho para recibir a los clientes. Es muy bonito, todo de mimbre, y de las paredes cuelgan varios cuadros exóticos y fotografías de gente sentada en una silla, atada por cuerdas, imágenes de cemen-terios habitados por zombis… Diviso un cartel que anuncia una película en la cual sale Michael Douglas: The Game.

– Me encanta Michael Douglas -exclamo.

– ¿Te gustó la película? -me pregunta Felipe, sonriendo.

– No la he visto -le confieso, muy a mi pesar.

– Pues tienes que verla. Ocho años antes de su estreno, yo ya había diseñado los trozos de vida. Ahora, la gente piensa que me he inspirado en la película para montar mi empresa y no es así, sino al revés -me declara Felipe, un poco mosqueado-. Lo que sale en la película, es lo que yo hago. The Game es la historia de un multimillonario aburrido que lo tiene todo en la vida. Su hermano, para su cumpleaños, no sabe qué regalarle. Entonces decide contratar a una empresa para un juego de rol, cuyo protagonista era Michael Douglas. Éste, obviamente, no lo sabe. Pero resulta que el juego se está volviendo peligroso. Yo hago exactamente eso, pero sin que la integridad de mis clientes corra peligro, ¿comprendes?

Asiento. Realmente, esta historia me está excitando. Bajamos al sótano, donde descubro un lugar bastante lúgubre y enorme, sin ventanas, como una suerte de bunker que encierra historias inconfesables. La habitación sólo cuenta con una mesa de reunión es Dantesca, veinte sillas alrededor y un maniquí de plástico, recubierto de un atuendo militar y una máscara de gas. El lugar da escalofríos, las piedras de las paredes son visibles y el cemento tambien. Parece un agujero en el subsuelo que amenaza con derrumbarse sobre nosotros de un momento a otro.

– Aquí es donde reúno a mis actores para repetir cada escena. Por eso es tan grande. Necesitamos espacio, espacio -dice el eco de su voz.

– Claro, claro -le contesto, dándome cuenta de que ahora soy yo la que ha adoptado su muletilla.

Felipe no se da cuenta y prosigue con sus explicaciones.

– Invento historias de todo tipo, de espionaje, de terror, de amor… con varios niveles de peligrosidad, suspense y miedo. La gente elige la historia que quiere, y pasa a ser la protagonista durante unas horas: veinticuatro, cuarenta y ocho, depende. Todos mis actores llevan una chapa con el nombre de la empresa por si se hace insoportable la situación y para que el cliente pueda volver de alguna manera a la realidad. Con echar una ojeada a la chapa, ya se tranquilizan porque saben que no es más que un juego. En caso de que quieran detener ef juego, se les proporciona un código que pueden utilizar en cualquier momento. Antes de empezar, la persona ha de asistir al psicólogo para saber en qué estado mental se encuentra, y también le recomiendo hacerse un chequeo médico. Los cardiacos están excluidos. No quiero correr ningún riesgo. Somos una empresa de ocio seria. Como ves, he pensado en todo.

– Comprendo -le digo intrigada-. Cuéntame un poco más acerca de los clientes que contratan este tipo de servicios, los precios, las historias…

– ¡Claro, claro! Los clientes son personas de alto nivel socioeconómico. Los precios dependen de la complejidad y el tiempo que dure la historia, pero es un servicio bastante caro. Hago ocio vanguardista. En cuanto a las historias, las hay de todo tipo, incluso algunos clientes me piden que les invente una personalizada.

– ¿Ah, sí?

– Claro, claro. Mira, mi último cliente era un abogado que quería ser secuestrado durante cuarenta y ocho horas por dos mujeres, en un zulo. Esa historia la hice especialmente para él. Le encantó.

– ¿En un zulo? Desde luego, la gente está como una cabra. Con todos los secuestrados que hay en el mundo, y va ese tío y pide un secuestro. ¡No me lo puedo creer! -le digo un poco indignada.

– Lo que no te he dicho es que quería a dos mujeres lesbianas que hicieran el amor delante de él cada vez que bajaban al zulo. Así pues, tuve que contratar a dos prostitutas. Ninguna de mis actrices quería hacer el papel.

Su sonrisa tiene de repente algo diabólico y perverso, que me atrae poderosamente. Felipe ya no parece el tipo frágil y tímido que conocí la víspera.

– Vaya, dos lesbianas -es lo único que se me ocurre decir.

Él me observa y, luego, sigue con sus explicaciones como si no hubiese pasado nada.

– Una vez organizamos, para un grupo de cuatro personas, un fin de semana medieval en un castillo en el que el conde Drácula aparecía por las noches. Casi se mueren de miedo -dice, riéndose a carcajadas.