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– ¡Hola! -dice, mientras va aparcando su moto-. ¡Cuánto tiempo sin verte!

– ¡Hola, Felipe! Sí, he estado bastante ocupada. ¿Cómo te va todo?

– Podría ir mejor. Estoy preparando un dossier de prensa para entregárselo a unas revistas extranjeras. Así me hago un poco de publicidad. Hasta me han llamado de una revista de Sudáfrica.

– ¡Uau! Te vas a hacer muy famoso.

– Lo único que quiero es que esta compañía acabe funcionando de una vez.

– Seguro que te van a ir bien las cosas. Ya verás.

– ¿Tú crees? -parece muy poco seguro de sí mismo.

– Claro que sí. Si necesitas ayuda, no dudes en pedírmela. Quizá pueda serte útil, nunca se sabe.

– ¡Claro, claro! Gracias de todos modos -me dice.

Tras despedirnos, se va con el casco debajo del brazo y mientras estoy intentando cruzar la calle para ir al otro lado de la acera, me interpela nuevamente.

– ¡Oye, Val! Hablas idiomas, ¿verdad?

– Sí, ¿por qué?

– ¿Hablas inglés?

– Sí, bastante bien.

– Necesitaría que me echaras una mano con el informe. Lo tengo que redactar en inglés, y mis conocimientos no son muy buenos. ¿Te molestaría echarle un vistazo cuando tengas tiempo?

– Por supuesto, cuenta con ello. Me pasaré por tu oficina, ¿de acuerdo?

– Vale. Gracias de nuevo.

Y cruzo la calle.

25 de septiembre de 1997

Me he pasado por la oficina de Felipe para ver el dossier de prensa. La redacción que ha hecho al inglés es tan mala que hay que volver a escribirlo por completo y se lo comento sin contemplaciones.

– Tienes que empezar de nuevo. Te lo puedo redactar si quieres, con tu ayuda. Pero no puedes mandar eso. Está lleno de barbarismos y faltas de ortografía.

Felipe se ha molestado. Hay que recalcar que no he utilizado guantes para decirle las cosas como son.

Al final, me he ido después de que Felipe me dijese que por quién le he tomado. El asunto ha acabado en discusión y me he jurado que no volvería a ver a ese desagradecido nunca más en la vida.

Por la tarde, Sonia me llama asegurándome que ha encontrado a su alma gemela: un músico guapísimo de veintitrés años con el que se topó de la forma más inesperada. En el metro, cuando salía del trabajo. Se le cayó el violín encima de sus pies, y ella le ayudó a levantarlo. Luego, iniciaron una conversación sobre música y le dio unos pases para ir a verle a un concierto.

– ¿Ves?, ya te había dicho que cuando menos te lo esperas, encuentras a alguien. Pero tiene que ser si no lo buscas desesperadamente. Cuando vas como una loca pidiendo a gritos que se enamoren de ti, los hombres se van corriendo.

Me ha dado la razón. Pero ahora me encuentro sin amante y sin amiga, ya que Sonia ha decidido pasar la mayoría del tiempo arrullada a su tórtolo. Y yo sigo condenada a diluir mi lucidez en los encuentros esporádicos.

Duermo con mi enemigo

Hay amores que matan

Lo peor que le puede pasar a uno en la vida es que tenga a su más feroz y peor enemigo metido en casa, sin saberlo.

Mi aburrimiento por tener una vida sexual descabellada, pasando de una cama a otra, para luego estar una temporada completamente sola, me pesaba en el fondo. No es que quisiera encontrar al amor de mi vida y cambiar de la noche a la mañana, pero sí me apetecía encontrar a alguien especial que me hiciera vibrar de verdad, y que me correspondiera. Empezaba a pensar que Sonia estaba en lo cierto, y que mi momento había llegado.

Después de la muerte de Mami, me fui a Francia para asistir al entierro y recoger lo que me había dejado antes de irse: un almanaque que llevaba colocado en el baño desde que lo había comprado en los años cincuenta y a Bigudí, el gato, que nadie quería quedarse porque era bastante asocial y no soportaba ni a los humanos ni a los animales.

Bigudí me había adoptado de alguna forma, pues era la única que podía acercarse a él sin que se pusiera a emitir ruiditos más propios de un perro que de un felino.

Un fatídico día, me enamoré.

Me acordaré toda la vida de ese momento. Jaime tenía el físico de Imanol Arias. Era un hombre menudo pero alto, de mejillas descarnadas y con una potente nariz que gozaba de una pequeña verruga en su puntita. Lejos de acomplejarle, esa característica física le servía de pretexto para centrar la conversación en él, con cualquiera que hiciera una reflexión al respecto.

En el momento de nuestro encuentro, me fijé primero en sus manos, de largos dedos finos que podían perfectamente haber pertenecido a un gran virtuoso del piano. Tenía el gesto cansino, la mirada sibilina y una facilidad de palabra que hacía que tanto los hombres como las mujeres cayeran extasiados a sus pies, enamorados. De hecho, se jactaba siempre de conseguir a todas las mujeres que quisiera, y yo, viendo que en el fondo éramos iguales, me enamoré. Pensé al principio que Jaime era un personaje creado a mi medida por Felipe. Al final, esa impresión desapareció, porque por muchas discusiones que hubiésemos tenido Felipe y yo, nadie podía ser tan cruel y retorcido, incluso por venganza, como para inventarse a una persona tan vil y maquiavélica.

Jaime era, en el fondo, un perdedor resentido, un desecho humano. Nunca había conseguido su sueño de ser un empresario prestigioso, y, en sus múltiples intentos, se inventó a otra persona. De hecho, nunca entendí por qué no había llegado a ser un gran hombre de negocios pues, la verdad sea dicha, era absolutamente brillante y tenía todas las cartas a su favor: economista de formación y un largo y brillante curriculum. Se ve que las fuerzas del mal, en su caso, pudieron más que la bondad que cada ser humano lleva dentro. Y Jaime canalizó su potencialidad en destruir todo lo que le rodeaba y, particularmente, a la gente de éxito. Nunca podía soportar que alguien consiguiera las cosas en su lugar.

La primera vez que me acosté con Jaime, descubrí que tenía en el lateral del tobillo derecho una larga mancha de piel muerta que se quitaba con un escalpelo, para evitar que se acumulara y cojeara. La mancha tenía un color violáceo que me asustó la primera vez. Ese defecto físico, más que mermar sus encantos, como la verruga en la nariz, contribuía a dar más misterio a ese personaje que resultó ser un monstruo. Sabía convertir los defectos, que podían haber sido repulsivos para muchos, en ventajas a su favor.

Fue un amor a primera vista sin lugar a dudas. Al menos, por mi parte. Para él, fue sencillamente un juego, y había decidido jugar conmigo hasta las últimas consecuencias.

La entrevista

Después de haber redactado un anuncio para encontrar trabajo, recibí varias ofertas, pero ninguna me atrajo lo suficiente como para contactar con esas empresas y concertar una cita. Hasta que un día recibí una carta de un tal Jaime Rijas, consultor en empresas, que buscaba a una asistente de dirección. En la carta, me informaba de que le podía llamar a su teléfono móvil para concertar una entrevista. La primera vez que traté de hablar con él no tuve suerte. Su móvil estaba permanentemente desconectado. Al final lo conseguí, y la persona que me respondió al otro lado del teléfono me dio una impresión excelente. Era muy profesional y, como tal, buscaba a una persona muy profesional también. Decidimos vernos después del almuerzo, en su despacho.

6 de mayo de 1998

Las oficinas de Jaime se encuentran en pleno corazón de Barcelona, en el barrio del Eixample, en un edificio de fachada rosa pálido con amplios balcones. Llego a la hora concertada, y un señor de unos cincuenta años, de mirada vivaracha y con una pipa en la boca, me abre la puerta. Se ve que las secretarias no han vuelto del almuerzo, y a ese señor, que parece ser más bien un ejecutivo que un administrativo, le ha tocado atenderme. Apenas intercambiamos unas palabras y Jaime aparece, cojeando ligeramente, desde el fondo del pasillo donde se encuentra su despacho. El hombre de la pipa desaparece enseguida, y Jaime me saluda dándome un fuerte.ipretón de manos.