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25 de junio de 1998

Por primera vez desde que le conozco, me he acostado con Jaime. Ha venido a mi casa, que le he abierto como si fuera suya, y me hace el amor encima de la mesa de la cocina. No ha sido nada del otro mundo, parecía muy cansado y entiendo que a veces uno no está al cien por cien por muchas ganas que tenga. Debo admitir que estoy un poco decepcionada. Pensaba que iba a ser más romántico. Ha durado cinco minutos, y me he pasado cuatro convenciéndole de que utilice un preservativo.

– ¿Tú crees que un señor de mi edad utiliza un condón? ¡Eso es una mierda!

Al final, ha aceptado. Pero sé que no le ha hecho mucha gracia.

Nuestro nido de amor

3 de julio de 1998

Jaime se está comportando como un verdadero caballero durante los primeros meses de nuestra relación. Todo está yendo a las mil maravillas. Sin embargo, de vez en cuando, veo y noto cosas raras. Quizá es mi imaginación. Yo, que nunca he hurgado en las cosas de los demás, me he puesto a controlar su agenda, no sin sentimiento de culpa. Me he encontrado con mensajes codificados, indicios de que algo me está escondiendo, pero no consigo recabar pruebas de nada. En fin, prefiero optar por no comerme la cabeza demasiado, y hemos seguido viéndonos hasta que hoy, al mediodía, me ha pedido que vaya a vivir con él.

15 de julio de 1998

Tenemos que encontrar un piso donde vivir. Ya nos hemos puesto de acuerdo sobre el sitio donde queremos buscarlo: la Villa Olímpica de Barcelona. Sobre todo, porque desde allí se ve el mar. Los dos adoramos el mar. Siempre he soñado con vivir en un ático inmenso con el mar y la playa enfrente, y este sueño está a punto de hacerse realidad con él. Hemos encontrado, no sin dificultad, uno de ciento veinte metros cuadrados enfrente de la playa, con aparcamiento privado y vigilancia las veinticuatro horas del día. Un lujo. He insistido en que tenga como mínimo tres habitaciones, para poder recibir a sus hijos. En cuanto he argumentado el motivo para tener tantas habitaciones, Jaime ha estado totalmente de acuerdo, pero me resulta extraño que no haya salido espontáneamente de él. Creo que, en el fondo, quiere consolidar la relación antes de mezclar a su familia en ella.

Hoy por la mañana, hemos ido a firmar los papeles de arrendamiento del piso con una exigente agencia inmobiliaria, y Jaime ha venido con medio millón de pesetas en efectivo para pagar la fianza y el alquiler. Le he acompañado porque hemos hablado de poner el contrato de alquiler a nombre de los dos -parece que ha quedado claro-, hasta que, en el último minuto, Jaime cambia de opinión y me pregunta si tengo algún inconveniente en poner el contrato sólo a mi nombre.

– Pensaba que lo íbamos a poner a nombre de los dos. ¿Pasa algo?

– No, tranquila. No te preocupes. Pago yo el alquiler, pero si no te molesta, preferiría no figurar en el contrato. No quiero que mi ex mujer se entere. Si no, me va a pedir más dinero para la pensión de los niños.

En este momento, he reparado en un detalle importante. Los niños, como dice él, son mayores de edad, y cada uno vive con sus respectivas parejas, trabajan y están totalmente independizados. La pensión de los hijos ha sido fijada hace más de diez años y su explicación no tiene mucho sentido.

Pero, ante la ilusión de irme a vivir con él, en este maravilloso piso, y por miedo a poner trabas a este sueño, acepto ser la única persona que aparece en el contrato.

Se lo hemos comunicado a la agencia, pese a no tener yo nómina fija en ninguna empresa, aunque sí dinero de sobra como para pagar dos años de alquiler. La agencia nos informa que el propietario no quiere alquilar a nadie que no tenga nómina. Yo estoy destrozada, porque veo que no vamos a poder conseguir este piso. Una vez más, Jaime se encarga de todo y por la tarde volvemos a la agencia, les entrega unos papeles y firmo el contrato. Estoy sorprendida de cómo se han resuelto las cosas. Jaime me dice al salir que les ha convencido, a través de mis informes bancarios, y que no hace falta ninguna nómina. Luego he descubierto que les ha entregado mi última «nómina», que ha confeccionado él mismo, sin decirme nada, en su despacho, poniendo una firma y el sello de su empresa.

20 de julio de 1998

Me siento feliz porque esta mañana nos hemos mudado. El traslado ha sido rápido, en media mañana, ya que yo tengo poca cosa. Jaime ha traído solamente ropa de casa de su madre, donde se aloja, y unos cuadros que, según él, le ha regalado su padre de su colección privada, y que son valiosísimos. Es poca cosa para un piso tan grande y necesitamos sin duda muchos muebles.

Por la tarde, ya estamos visitando todas las tiendas de muebles del barrio, y cuando nos hemos decidido sobre lo que queremos, Jaime insiste en pagarlo todo, pese a mi negativa, ya que quiero compartir los gastos.

25 y 26 de julio de 1998

Jaime me ha comentado que tiene un chalé en las afueras de Madrid, y que los fines de semana se reúne allí con sus hijos. Me encanta la idea de pasar los fines de semana allí pero me comenta que me llevará en cuanto les haya explicado a sus hijos que tiene una relación seria. ¡Eso sí!, tengo que tener paciencia porque, aunque su hijo tiene casi la misma edad que yo, está muy celoso de ver a su padre con otras mujeres que no sean su madre. Yo lo comprendo y me convenzo de que tengo que demostrar mucha comprensión y paciencia. Quiero ante todo que me acepten. Voy a ser, en definitiva, la madrastra de un chico y de una chica, que ya son adultos.

Hoy viernes, Jaime coge el puente aéreo para reunirse con sus hijos en Madrid. Desde allí, me hace una llamada rápida para saber de mí, y nuestra conversación al teléfono es muy cariñosa. Nuestro futuro se anuncia maravilloso y feliz. Curiosamente, a la larga, nos vamos a ver menos que cuando estábamos viviendo cada uno por separado.

Veo a Sonia sólo de vez en cuando. Ella está al tanto de mi relación con Jaime, pero considera que me he precipitado en irme a vivir con él.

– ¡Apenas lo conoces! Además, no pasa ni un fin de semana contigo. ¿No te parece curioso?

– ¡Mira quién habla! -le comento irónica-. ¡La que buscaba desesperadamente a su Príncipe Azul me está diciendo ahora que yo me precipité en encontrar al mío!

– ¡No te estoy diciendo eso, Val! Sólo creo que te has precipitado en dejar tu piso e ir a vivir con un señor que no conoces de nada. ¿Acaso te ha presentado a su familia?

– Todavía no, Sonia. Necesita un poco de tiempo. Creo que es comprensible, ¿no te parece? Tiene dos hijos y una ex mujer enferma de cáncer. Visto el panorama familiar, imagínate si yo hago mi entrada así, de la noche a la mañana, sin más. Sería llegar como un pelo en la sopa. No lo veo correcto. Al menos, por ahora.

– Vale. ¡De acuerdo! Digamos que tienes razón, es demasiado pronto. Pero ¿no te parece curioso que tenga un chalé de lujo en Madrid y que viviera, antes de conocerte, con su madre?

Sonia está empezando a ponerme muy nerviosa. Al principio, achaco su desconfianza a la envidia que todas las mujeres sentimos cuando una de nosotras consigue lo que la otra siempre ha soñado. Es humano.

– Compró ese chalé cuando salía con Carolina, una ex novia que tuvo y que conoció en Madrid. Se fueron a vivir allí. En aquella época, Jaime tenía también un despacho montado en Madrid. Cuando venía a Barcelona, se quedaba en casa de su madre. Lo veo normal y lógico. No hay nada raro o misterioso en querer estar con su madre.

– Entonces, explícame ¿por qué no ve a sus hijos en Barcelona en lugar de ir todos a Madrid, si ellos viven aquí?

A esa pregunta, no soy capaz de responderle. Noto que Sonia está muy preocupada por mí y por esa nueva vida que he elegido. También está un poco enfadada porque, desde mi encuentro con Jaime, nos hemos ido viendo cada vez menos.