26 de marzo de 1997
Mientras Hassan está en el encuentro con su heredero al trono, intento localizar a Víctor López, que trabaja en unas oficinas no muy lejos de mi hotel. Víctor y yo nos conocimos en Santo Domingo, donde hacíamos el amor en Playa Bávaro los fines de semana,.1 merced de las miradas ajenas, sin pudor. Durante la semana, yo estaba en Santo Domingo y él en Santiago de los Caballeros. Cuatrocíenlos kilómetros de distancia nos separaban. Me gustaría verlo hora, porque me estoy aburriendo sola en la habitación.
– ¿De parte de quién? -me pregunta la secretaria, de mala manera. Seguramente, como muchas, está enamorada de su jefe y se muestra reticente a pasar la llamada de una mujer. Y menos aún si es agradable.
– Soy una amiga de Víctor -contesto dulcemente, para contrarrestar su mal humor.
– No está disponible ahora mismo. Pero déjeme su teléfono, y Ir devolverá la llamada en cuanto pueda.
Como no le pases mi recado, te mato, pienso.
Una hora después, Víctor me llama.
– ¡No me lo puedo creer! ¿En qué parte del mundo andas ahora? -me pregunta, loco de alegría.
– Bueno, le di el número de móvil a tu secretaria para despistarla, pero estoy muy cerca de ti, Víctor -mi tono misterioso le intriga.
– ¿Ah, si?
Noto por su voz que está ansioso por saber donde me encuentro ahora mismo.
– ¡Venga!, dime dónde estás.
– Estoy en Madrid. En el Miguel Ángel. Pero vengo acompañada. Así que puedo tomarme un café contigo, pero rápido.
– Joder, ¡no me hagas eso! Necesito invitarte a cenar. Tú siempre apareces y desapareces así. ¿Cuándo tendré la suerte de tenerte más de una hora?
Víctor está visiblemente decepcionado.
– Quizá pueda ir a cenar contigo, pero eso no depende de mi, sino de que la persona con la que estoy tenga una cena de trabajo esta noche. Vamos a tomar un café y luego vemos qué pasa, ¿OK?
Tras colgar, me voy corriendo al baño para retocarme un poco, cojo una chaqueta bajo el brazo y, espontáneamente, enciendo un cigarrillo. Mientras fumo, sentada en el sofá -tengo que hacer tiempo, odio llegar la primera-, me pongo a pensar en el aparato de Víctor. ¿A qué olía? ¿Cómo hacía Víctor el amor? Repaso unas cuantas escenas mentales de nuestros encuentros. ¡Ya está! Misionero, ante todo. Bueno, de todos modos, dudo que pueda acostar-,me con él ahora.
Me acabo el cigarro y decido bajar. Ya ha pasado suficiente tiempo. Una vez en el lobby voy mirando por todos los lados, a ver si ya ha llegado.
De improviso, una mano me estrecha de repente la cintura y me impide darme la vuelta para verle la cara. Ya me está cogiendo en sus brazos. Nos quedamos así unos minutos delante de las recepcionistas que reprimen unas risitas y bajan la cabeza, simulando estar trabajando. Después de ese eterno abrazo, me coge la barbilla y me levanta la cabeza, mirándome a los ojos antes de darme dos besos en las mejillas.
– ¡Cómo me alegro de verte! Pensaba que estabas en algún país lejano, firmando contratos. ¿Sigues trabajando en la misma empresa?
– -Sí. Pero hay muchos cambios en el grupo así que no sé lo que me va a deparar el futuro. De todas formas, de aquí a seis meses, tengo dos viajes que no puedo desatender. Dentro de una semana me voy a Francia por unos días a ver a mi abuela. Y luego rumbo hacia Perú y México. No quiero comerme demasiado la cabeza por problemas de organización interna. Me voy y ¡a ver qué pasa cuando vuelva!
– ¿Y qué te trae por Madrid? ¿Asuntos de trabajo?
– No realmente. Me tomé unos días para acompañar a un amigo, el director de un periódico, que viene a cubrir un encuentro diplomático.
Veo que mi respuesta no parece convencerle mucho.
– Seguro que hay algo más. ¡Venga!, dime la verdad.
Prosigo con mi explicación.
– Bueno, lo que no te he dicho es que este señor es un amigo mío con derecho a roce. Pero eso no te sorprende, ¿verdad?
– ¡Ésta es la amiga que yo conocí! ¡Sí señor! ¡Así me gusta! Cuenta, cuenta. Eres la única persona con quien puedo hablar de estas cosas sin preocuparme por los tabúes y prejuicios. ¿Qué tal ron él?
Ya le he picado la curiosidad. Sé que Víctor siempre ha sido un reprimido en el fondo, y que sólo se ha soltado cuando hemos estado juntos.
– No entraré en detalles. Sólo te diré que bien, aunque podría estar mejor.
– ¿Mejor? ¿Cómo? Bueno, ven. Te invito a tomar algo en el bar y me cuentas -me suelta, con la clara intención de saberlo todo acerca de mi relación con Hassan.
Sin embargo, no ha podido sonsacarme nada. Nunca me ha gustado alardear de mis relaciones sexuales. Sobre todo tratándose de una persona como Hassan. Nunca se sabe. He contado detalles sobre gente desconocida, pero de Hassan no.
Nos hemos despedido después de dos horas, durante las cuales tuve la suficiente habilidad como para que la conversación se centrara en él y su vida.
Cuando vuelvo a la habitación, Hassan, para mi gran sorpresa, está en el baño.
– ¿Qué haces aquí tan pronto? -le pregunto.
Me responde con otra pregunta, visiblemente enfadado.
– ¿Dónde estabas tú?
Por la noche, no hicimos el amor. Dijo que estaba cansado, pero era su particular manera de castigarme por haber centrado mi atención sobre alguien o algo que no tenía nada que ver con él.
27 de marzo de 1997
Hoy, Hassan ha salido pronto del hotel. Había una rueda de prensa en el palacio de La Zarzuela, y mientras se estaba vistiendo, estuvo repasando las preguntas escritas sobre un trozo de papel reciclado. Yo, mientras tanto, estuve elucubrando sobre qué hacer y cómo organizar mi jornada. Ni shopping, ni Museo del Prado ni nada. Hoy he tenido cuatro relaciones sexuales. Dos por la mañana y dos por la tarde. El equilibrio perfecto.
La primera fue en el metro. Un hombre me tocó el trasero con el pretexto de que el vagón estaba repleto de gente y no sabía dónde poner las manos. Bajamos en la siguiente estación y, en un fotomatón, trabajé con gula su sexo caliente.
La segunda sobre la una de la tarde, después de comprar un bocadillo. Estaba comiéndomelo en el Retiro, cerca del Palacio de Cristal, detrás de un árbol y en medio de las ardillas -más que ardillas, parecían pequeños humanos peludos encogidos-, cuando un tipo se ha acercado y me ha preguntado si por dinero me acostaría con él. He rechazado el dinero, pero he aceptado darle alegría al cuerpo. Me importa tres pepinos el dinero. Mi curiosidad siempre ha rechazado este tipo de trato comercial. Además, considero que no tengo precio. No ha habido mucho contacto físico entre nosotros. A pesar de mi concentración en la ardua labor, he estado más pendiente de la gente que paseaba por el parque. No quería acabar en una comisarla, escoltada por dos policías.
Por la tarde, me he citado otra vez con Víctor, quien ha subido hasta mi habitación del hotel. Sabía que Hassan no volvería hasta muy tarde así que me he concedido un poco de tiempo para gozar de la compañía de mi amigo. Hemos vuelto a rememorar los momentos pasados en Santo Domingo, y sin pedirme permiso, me ha cogido en sus brazos, me ha estrechado fuertemente y nos hemos fundido en un beso que decía mucho sobre lo que iba a suceder. Le he quitado delicadamente la camisa y he dejado al descubierto un torso fuerte, recubierto de un precioso bosque denso, que desprendía un calor sofocante, reflejo de su deseo por mí. Imitando mi gesto, me ha quitado la camisa, ha acercado sus manos a mi pecho, prisionero en un sostén demasiado pequeño, que estrangula v levanta mis pequeñas tetas para que parezcan menos caídas y, poco a poco, se ha puesto a dibujar con sus manos la forma de la ropa. Luego, me ha hecho caer delicadamente sobre la cama, reteniendo mi nuca con una mano, para que no se fuera hacia atrás en un movimiento brusco. Ha ido besando mis piernas, rozándolas ron sus labios ligeramente húmedos, y la habitación, silenciosa, se ha llenado con los pequeños ruidos de su boca ávida sobre mi piel. Mi excitación ha llegado al máximo cuando su boca ha rodeado mi.sexo, sin nunca dar en el blanco. Después de nuestro abandono mutuo, hemos querido repetir. Y esta vez, he tomado yo la iniciativa. Sabía que le iba a gustar y de hecho, no se ha hecho de rogar. Al volver Hassan al final del día, me encuentra tendida en la una, mirando la televisión. No ve ni parece sospechar nada. Pero sigue con el mismo humor que la víspera. Me anuncia que se tiene que ir a la mañana siguiente a Marruecos y que nos despediremos en el aeropuerto.