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– ¿Qué estabas haciendo? El tiempo está corriendo. Y yo he pagado por algo -me recuerda, con voz de reproche.

No me atrevo a contestarle por miedo a que note que tengo algo en la boca. Me contento con sonreírle, y se suaviza.

Casi dos horas estuve cumpliendo con mi labor sin que se diera cuenta del secreto que encerraban mis labios. ¡Funciona, funciona!, me digo interiormente, contenta de mi invento de última hora.

Al final, Alberto se va como ha venido: colocado y sin haber conseguido una erección completa. Y yo, con cincuenta mil pesetas en el bolsillo, ¡así de fácil!

– ¿Qué sueles hacer? -me pregunta la propietaria, con un bolígrafo en la mano y un pequeño cuaderno donde ha escrito mi nombre.

Nos encontramos en la cocina porque la pequeña habitación está ocupada por un cliente y Susana está limpiando la suite.

– ¿A qué te refieres? -la pregunta es una gilipollez.

– ¿Relaciones sexuales con hombres, mujeres, francés con o sin? ¿Dúplex, griego? Es importante para mi. Cuantas más cosas sueles hacer, más trabajo tendrás.

– ¿Ah? Pues…, con mujeres no tengo problemas. El francés, siempre con preservativo. Y el griego no lo hago.

– ¡Qué pena! El griego se paga el doble de precio. Cien mil pesetas una hora. Cincuenta para ti. ¿Y el dúplex?

– ¿Dúplex?

– Sí. Cuando el cliente pide dos chicas.

– ¿Lo llamáis así?

– Sí. Hay clientes que piden dos chicas de una casa. Para ti es menos trabajo porque sois dos.

– Tampoco tengo problemas. Pero no conozco todavía a las chicas. Me imagino que es mejor estar con una chica con quien te llevas bien, ¿no?

– Exactamente. Aunque a veces no puedes elegir. En cuanto al horario, hay varios turnos. O trabajas de día, o de noche. O si lo prefieres, puedes estar disponible las veinticuatro horas del día. Si trabajas de noche, tienes que llegar a la casa antes de la medianoche, si no, Susana no te abrirá. De día, puedes llegar sobre las ocho. Y las veinticuatro horas, puedes venir cuando quieras, y cuando estás fuera de la agencia, tener conectado tu móvil para que te llamemos. Eso significa que tienes que estar siempre disponible. Si te llamamos para un servicio, y no puedes venir, daremos preferencia a otra chica y ya sabremos que no podemos contar más contigo.

– Comprendo. Es normal.

– Si necesitas días de descanso, nos avisas y ya está.

– OK! Y cuando tengo la regla, ¿qué hago?

Nuestra conversación se ve interrumpida por una negra color ébano que entra en la cocina con aire altivo, tapada por una toalla minúscula que deja ver unas nalgas respingonas.

– Cristina, dice el cliente que quiere otro tipo de música -anuncia la chica.

– De acuerdo, Isa. Ahora te pongo otro CD.

Isa es guapísima, silicona pura, eso sí. Con sólo mirarme me doy cuenta de cómo me ha recibido; me está, literalmente, fusilando. Le suelto:

– Hola, soy nueva, me llamo Val.

Isa vuelve la cabeza hacia el otro lado y sale de la cocina sin decirme nada.

– No hagas caso -me avisa la propietaria-. Las chicas suelen comportarse así al principio. Particularmente Isa. Cada vez que llega una nueva, se pone así. Es competencia para ella, ¿comprendes? No es mala chica. Ya se acostumbrará a ti. -Y añade-: Bueno, volvamos a lo nuestro. ¿Qué horario quieres hacer?

– Veinticuatro horas, Cristina -contesto sin vacilar.

– Bien. Así ganarás más dinero -me dice, sin mirarme y apuntando en su cuaderno.

– Y ahora, ¿qué hago? -pregunto.

– Puedes quedarte o volver a casa. Pero las chicas que se quedan aquí tienen preferencia. Si viene un cliente, las presentamos para que elija. Si no le gusta ninguna, es cuando llamamos a las que hacen veinticuatro horas. Tenemos un book de fotos, que le mostramos al cliente para que elija a las chicas. ¿Tienes alguna foto que podamos poner en el book?

– Ahora mismo no. Pero voy a mirar. ¿Qué tipo de fotos necesitáis?

– Artísticas. De cara, de cuerpo, elegantes, eso sí. Nada de vulgaridad. Somos una agencia de alto nivel, ¿comprendes?

– Si, claro. Pero no creo que tenga ese tipo de fotos.

– Entonces, si quieres trabajar con nosotros y para no perder clientes, te recomiendo que hagas un book con un fotógrafo profesional. -OK!

– ¿Tienes uno? -¿Uno qué?

– Que si tienes o conoces a un fotógrafo profesional -responde Cristina.

– No. Pero puedo encontrarlo.

– Vale. Pero que sepas que nosotros trabajamos con un chico muy profesional, que también se encarga de nuestra página web, si te interesa. -¿Ah, sí? Estoy sorprendida de ver lo bien organizada que está esta gente.

– Sí. Cuando llegan chicas nuevas, él se encarga del book, durante un día entero, fuera de Barcelona. Yo iría con vosotros para supervisar.

– Bueno, pues me interesa. ¿Cuánto me puede costar un book y cuántas fotos se hacen?

– Un buen book cuesta unas ciento veinte mil pesetas, pero para ti serían unas noventa mil. Son unas veinte fotos. ¡Como si fuera a comprar pescado!

– Es caro, ¿no te parece? -recalco yo, alucinada por el precio.

– Por unas fotos artísticas, no es nada caro -me responde una Cristina contundente.

– Es que no estoy muy al tanto del valor de estas cosas.

– Que sepas que los books son carísimos. Pero es una buena

herramienta de trabajo. Es imprescindible.

– De acuerdo. Lo haremos, pero déjame algo de tiempo trabajando para conseguir un poco de dinero y luego organizamos lo de las fotos -le digo, con cara pensativa.Me parece realmente muy caro, y sólo acabo de empezar.

– Por supuesto. Entonces, ¿también quieres hacer turno? ¿Por la mañana o por la noche?

– Por la noche, pero estaré conectada las veinticuatro horas del día, asi que me podréis llamar a cualquier hora cuando esté fuera, ¿de acuerdo?

– De acuerdo. ¿Cuento contigo entonces?

– Sí, sí, pero hoy vuelvo a mi casa. Estaré conectada de todas formas. Me podéis llamar.

– Bien. ¡Por cierto!, de noche hay otra encargada que ya conocerás. Se llama Angelika. Es una chica extranjera, pero habla perfectamente español. Le daré tus datos. Y, una advertencia: no les digas nunca ni a los clientes ni a las demás chicas que es la primera vez que haces esto. Nadie te creería, ¿sabes? Y otra cosa, hoy no lo has hecho, porque no sabías, pero para las demás veces, que sepas que después de estar con un cliente en una habitación, tienes que cambiar las sábanas inmediatamente. El resto lo hace Susana. Ven, te voy a enseñar dónde se encuentran las sábanas. Y también las toallas.

Salimos de la cocina mientras entra Susana con las sábanas de la cama en la que estuve con Alberto, en los brazos.

Nos dirigimos hacia la entrada y Cristina abre un armario de madera en el que veo una tonelada de sábanas apiladas en un rincón. En el otro rincón hay toallas limpias que cada chica va cogiendo cada vez que las necesita. Noto la presencia de Susana detrás de mí. Nos ha seguido, con el eterno cigarro encendido entre los dedos. Hay otro armario en el pasillo de donde sobresale el tirante de strass de una camiseta de noche que seguramente pertenece a una de las chicas. Cristina ve lo que estoy observando.

– Si traes ropa, la puedes colocar aquí. ¡Y ten cuidado! Parece mentira, pero las chicas se roban entre ellas.

– ¿De verdad? -exclamo sorprendidísima.

Susana afirma con la cabeza. Volvemos a la cocina, donde me enseña cómo funciona la máquina de café.