– ¿A ver tu bolsa? -me dice con tono seco.
– ¿Mi bolsa? -repito indignada-. ¿Por qué quieres ver mi bolsa? ¿No pensarás que yo…?
Me arranca la bolsa de las manos y vacía el contenido encima de la cama.
– ¡No te permito…! -le digo enfadada.
– Si no son ellas, ¿quién va a ser? -pregunta, convencida de encontrar allí su americana.
Pero la americana no aparece.
– ¡Ves como no tengo nada!
– ¡Pero bueno! -exclama Cindy-. ¿Cómo puedes pensar que esta pobre chica, que acaba de llegar, te ha robado la americana?
– ¡No he pedido tu opinión! -estalla Isa, y me lanza la bolsa de plástico casi a la cara-. Además, no acaba de llegar. Ayer por la tarde me robó un cliente.
Pienso sinceramente que estoy soñando. Quiero intervenir para defenderme pero Cindy no me deja hablar.
– ¿Pero qué te crees? -chilla Cindy-. ¿Que los clientes son tuyos? ¡Por el amor de Dios! los clientes son de la casa, Isa, ¡de la casa!, ¿te enteras?
Empiezo a sentirme muy mal en este ambiente.
– Aquí -añade Isa- hay demasiadas gallinas en el gallinero. ¡Como siempre!
– ¡Hombre, claro! -interviene Mae, con tono de mala leche-. Te gustaría estar sola para trabajar. IMPOSIBLE, ¿entiendes?, tetas de silicona. También nosotras tenemos derecho a trabajar.
– Prefiero tener tetas de silicona que el pecho caldo como lo tienes tú. ¡Vete a la mierda! -suelta Isa, para concluir con la discusión. Cuando estoy convencida de que terminarán peleándose como locas, llega Susana para poner orden.
– ¡Pero bueno! Os estamos escuchando hasta en la calle. Venga, preparaos que hay un cliente y os quiere ver ya a todas.
He decidido ponerme para trabajar esta noche un conjunto chino negro, pantalon con top, monísimo. No es vulgar ni demasiado sofisticado. Es perfecto. Pero todavia no tengo ni idea de como presentarme y, además, estoy muy alterada por lo que acaba de suceder.
– ¡tranquila! -me dice Cindy, repuesta de tantas emociones-, o cliente no te va a comer.
Isa acude la primera, como una diva. Entra en el salón y sale enseguida. Yo soy la segunda. Cuando entro, me encuentro con un chico joven, la cara llena de granos, un poco incomodo y le sonrio.
– jHola!, me llamo Val y soy francesa -le digo, tendiendole la mano como una estúpida.
El chico ni siquiera me mira y entiendo que no me va a elegir.
Cuando todas ban acabado de presentarse, y después de enterarnos que es Estefania la elegida, Cindy me pregunta como me he presentado.
– Hombre, no me extrafia que no te haya elegido, jjoder! -exclama-. Al cliente hay que seducirle. Dale dos besos, pero no la mano.
– iSl?
– jClaro! Si no se acojona, ¿comprendes? Tienes que venderte. Y evita los pantalones. ponte falda, y si es corta, mejor.
Es curioso. Cada vez que he querido estar con un chico que se me ha cruzado por la calle, o en algun otro lugar, nunca he tenido problemas para llevarmelo a la cama. Aqui, todo es diferente. Primero, hay varias chicas, por lo tanto una evidente competencia. Pero ademas, me siento como cortada. No me atrevo.
– Si quieres hacer este trabajo y ganar dinero, tienes que ser la mas p… de todas -me explica Cindy. Y me extraña que no quiera pronunciar la palabra.
– ¿Por que le das consejos? -pregunta Mae mientras se desmaquilla-. ¡Que se espabile ella solita! Bastante dificil se esta haciendo este trabajo para que, encima, le des trucos a las nuevas para que nos roben a los clientes.
Cindy se hace la tonta y se vuelve a dirigir a mi.
– ¿Comprendes? -me repite.
– Si, Cindy. Gracias por el consejo.
– ¡De nada, mujer!
Y se estira en la cama, mientras Mae recoge sus cosas y se va sin decirnos adios. Volvemos a encontrarnos solo las tres, Cindy, Isa y yo. Nos desmaquillamas y decido dormir un rato. No he hecho nada, sin embargo me siento agotada.
Estamos durmiendo las tres, incomodas, en la habitacion pequeña, cuando Angelika abre la puerta. Me levanto asustada. Estaba dormidisima.
– Isa, ¡levantate!, tienes un servicio en un hotel en veinte minutos. Ya te he llamado un taxi, asi que ¡date prisa!
Y vuelve a cerrar la puerta, mientras Isa empieza a prepararse. Es terrible estar despierta en plena noche. Peor aun si tienes que levantarte, maquillarte y vestirte. Pero Isa se levanta sin protestar. Miro mi reloj. Son las tres de la mañana. jDios mio! ¿A quien se le ocurre llamar a esta hora para pedir a una chica? Miro a mi alrededor y veo a Cindy, que no ha movido ni una pestaña y esta roncando a pleno pulmón. Ninguna huella de Estefania. Debe de seguir seguramente con el mismo cliente en la suite. Mientras Isa acaba de prepararse, decido levantarme porque no consigo volver a dormirme. Me voy en pijama a la cocina para charlar con Angelika.
– ¡Hola, Angelika! -le digo con voz ronca.
Se esta arreglando las uñas.
– ¡Hola! ¿Que pasa? ¿No duermes? ¿Que tal te ha ido hoy? -pregunta, levantando la cabeza por unos segundos para luego concentrarse de nuevo en sus uñas.
– Pues de momento nada -le comento-. ¡Nada de nada!
– No te preocupes, cuando te vuelvas a meter en la cama, sonará otra vez el teléfono. Siempre es asi. El trabajo llega cuando menos te lo esperas. Es una actividad imprevisible -dice con una mueca de disgusto.
Aparece Isa arregladísima en el rincón de la puerta, mientras el taxista llama al interfono.
– Toma la dirección. Hotel Princesa Sofía. Habitación doscientas treinta y siete. Míster Peter. Me llamas cuando llegues.
Isa coge el papelito que le tiende Angelika y se va sin hacer ningún comentario.
– Extraña esta chica, ¿no te parece? -me pregunta Angelika.
– Sí. Ya ha habido movida con ella hoy.
– Sí, me ha contado Susana. ¡En fin! Es una pobre chica. Tiene dos hijos en Ecuador, ¿sabes?
– ¿Ah, sí? -digo con cara de estupor.
– Sí. Pero no los ve. No lo entiendo. Es la chica que más trabaja en la casa, gana un montón de dinero y no quiere traer a sus hijos a España. Como madre, ¿qué quieres que te diga?, ¡no la entiendo!
– ¿Tú también tienes hijos?
Su rostro se ilumina de repente.
– Un hijo precioso -me responde-. ¿Y tú?
– No, todavía no.
– Así que ¿no haces este trabajo porque tienes a un niño a tu cargo? ¡Mejor!
Para mi gran sorpresa, no me pregunta el porqué me he metido en esto. Me siento casi obligada a darle alguna justificación, cuando aparece Estefanía, el rímel corrido y cara de sueño.
– Paga otra hora. Toma, el dinero -le dice a Angelika.
– ¡Qué bien! ¡Vaya noche llevas, mi niña!
– Sí. Pero empiezo a estar harta.
Y se va sin decir nada más.
– ¡Pues sí que trabaja esta chica! -exclamo.
– Con Isa, es la que más. Viene de martes a viernes, y vive aquí en la casa veinticuatro horas. Terrible, ¿no? -me explica Angelika, visiblemente apenada por la situación. Y pregunta de repente-: ¿Sabes qué es lo peor de todo?
– No.
– Hace esto para mantener a un tío que se pasa todo el día ganduleando, ¿te das cuenta?
– No lo comprendo. ¿Es su chulo entonces?
– Si ella trabaja en esto y él vive de ella, se puede decir que es su chulo -me contesta Angelika, indignada.
– Bueno, todas hemos mantenido a un hombre en algún momento de nuestras vidas -añado, rememorando mi drama personal.
– ¡Yo no, desde luego! Cuando veo a estas pobres chicas que trabajan como locas y venden su cuerpo, al menos, que el dinero que ganen sea para ellas solas. ¿No te parece? -y se sorprende levantando la voz-. Tengo que hablar más bajo, que aquí las paredes oyen.
– ¿Qué quieres te diga? -pregunto muy sorprendida.
– Los dueños -me dice Angelika, casi susurrando esta vez.