Cristina sale de la cocina y me llama.
– Ven, aquí estaremos mejor para hablar -me dice, alegre.
Tiene grandes dificultades para moverse. Ya está embarazada de unos ocho meses. Pero cada vez que la veo, siempre parece de buen humor.
– La chica rubia que has visto es Sara. No la conocías todavía, ¿verdad?
– No, es la primera vez que la veo -le contesto.
– Pues lleva trabajando con nosotros muchísimos años, ¿sabes? A los hombres les encanta.
– ¿Ah, sí?
Pienso con asco que los hombres, desde luego, no tienen ningún tipo de gusto.
– Es un poco rara, al principio, pero no te preocupes, acabará
por hablarte.
La verdad, no me preocupa demasiado quién me hable y quién no. Lo que sí creía es que existía más complicidad y solidaridad entre las chicas de este ambiente. Pero veo que no es así. Y eso me decepciona profundamente.
– Cada día que pasa, pienso que voy a explotar -me comenta Cristina-. No aguanto más este embarazo. ¡Tengo unas ganas de que venga el bebé…!
– Bueno, ya me imagino -le contesto-. Y con este calor espantoso, debes de sufrir mucho, ¿no?
– Sí. Y además, no me ayuda nadie. Estoy aquí, allá, en casa. Manolo es muy bueno, pero sólo entiende de lo suyo. No me facilita las tareas. Me han comentado que ya conociste a mi marido. -Sí. Ayer por la mañana. Yo tenía muy mala cara, porque me iba a venir la regla, y así me vio.
– Chilla mucho, ¿verdad? -me dice riendo-. Ya se lo he dicho, Manolo, no te pongas nervioso. Pero no me hace caso. ¡Ay! -suspira, una mano en su barriguita-, yo soy todo lo contrario, i menos mal! En este trabajo, no hay que perder los nervios nunca. Siempre hay problemas, entonces hay que tomárselo con mucha calma, ¿verdad?
– Bueno, supongo que sí.
– Tenemos una tienda de ropa también. La llevamos Manolo y yo. Pásate un día. Hay cosas muy bonitas. A lo mejor necesitas renovar tu guardarropa. Te haré un precio especial. -¿Por qué no?
– Para volver a nuestro tema, si te parece bien, vamos pasado mañana a hacer las fotos. Tendrías que traer ropa elegante, vestidos de noche, y tu propio maquillaje. Te tendremos que retocar seguramente, porque vas a sudar mucho -explica, dándome la impresión de que lo sabe todo. Y añade-: En lo que se refiere a la regla, ¿sabes que puedes perder mucho dinero si no trabajas esos días?
– Sí, lo sé, ¿pero qué puedo hacer? -digo resignada.
– Existe un truco para trabajar con la regla sin que el cliente lo note.
– ¿Cómo?
Eso sí que es una sorpresa. Cada día que paso en esta casa, me asombro más y más. Y Cristina prosigue detenidamente con su explicación.
– Trucos del oficio, cariño. Cuando te salga un servicio, en lugar de ponerte un tampax utiliza una esponja de mar, de esas gordas con agujeritos. Recortas un trocito con unas tijeras porque entera sería demasiado. Durante el tiempo que dure la relación, el cliente no notará nada.
– ¿De verdad funciona? -pregunto, sin acabar de creérmelo.
– ¡Claro que funciona! Pruébalo y ya verás.
Esta mujer tiene la firme intención de rentabilizarme al máximo.
– Te digo eso, porque hay un servicio para esta noche, con Cindy, con dos políticos de Madrid, y creo que tú eres la persona adecuada para ello. Quieren chicas que no sean vulgares para ir a tomar una copa. De momento, han pagado para estar una hora charlando, pero nada más. Luego, si les gustáis, podréis seguramente ir a su hotel.
Me lo pienso un instante, y me parece interesante el encuentro. Así que acepto.
– De acuerdo. ¿A qué hora es la cita?
– A las doce de la noche. Sólo uno de los dos sabe que sois chicas de pago. Tiene que parecer un encuentro casual, como si tú fueras una amiga suya. En ningún momento su amigo tiene que enterarse de que os han pagado para eso, ¿entendido?
– Sí, ¿pero cómo? -pregunto.
Me parece una historia sin pies ni cabeza.
– Manuel, nuestro cómplice, por decirlo de alguna manera, llegará al bar acompañado por su amigo sobre las doce. Llevará un traje gris, y una corbata roja de Loewe. Cuando le veas, le interpelas diciendo que eres la chica que conoció en no sé qué sitio. Tú misma. Entonces, él te propone invitaros a una copa, y os sentáis con ellos. ¡Y ya está!
– Bueno, ya me las ingeniaré para que todo salga bien.
– Así me gusta. Manuel ya ha visto a Cindy en foto, y le he hablado de ti. Como tú hablas mejor castellano que Cindy, serás la encargada de provocar el encuentro. La amiga que te acompaña acaba de llegar de Lisboa. -Después hace una pausa y apunta una dirección en un papel-. A las doce en este bar. Pasa primero por aquí para recoger a Cindy y luego, vais las dos. -Entendido.
– Y pasado mañana, nos vemos a las seis, ¿de acuerdo?
– De acuerdo.
Políticamente incorrecto…
4 de septiembre de 1999 por la noche
Después de la reunión con Cristina, me voy a casa a buscar ropa para esta noche y para la sesión de fotografías de pasado mañana. Vuelvo luego a la casa, con una sensación rara en el cuerpo. Me gusta este tipo de encuentros. Es muy excitante, me pone la adrenalina a tope, y tengo las sienes a punto de explotar de tanto bombeo sanguíneo.
Cuando llego, Cindy ya está lista y cogemos un taxi para ir al bar donde tenemos la cita. Me estoy imaginando a esos políticos, muy serios, en sus trajes Ermenegildo Zegna, con los bolsillos llenos de papeles y tarjetas de visita, y carteras de cuero que encierran discursos impronunciables escritos por otros mejor dotados para la dialéctica. Nunca he hablado con un político. ¿Qué tipo de lenguaje va a utilizar ese Manuel conmigo? Tenemos que hablar durante una hora. ¿Qué nos vamos a contar?
– ¿Tú sabes cómo es o Manuel? -me pregunta de repente Cindy, cortando mi diálogo interior.
– ¡No tengo ni idea! -exclamo-. Sólo sé que lleva un traje gris y una corbata roja de Loewe.
– ¿Y cómo se supone que es una corbata de Loewe? -dice Cindy, estirando los bordes de su falda que se ha levantado cuando ha subido al taxi. Se iza con pequeñas sacudidas para intentar recuperar los trocitos de tela prisionera debajo de su trasero. Entreveo, entonces, unas medias muy bonitas con elásticos bordados que se adhieren a la piel. Se ha puesto muy sexy esta noche.
– No lo sé. Pero ya les encontraremos.
El bar se encuentra en el Tibidabo, y tiene una vista fantástica de Barcelona. Está bastante oscuro y la música no puede sonar más alta. En este contexto, tenemos que encontrar a dos políticos de Madrid. ¡Dios mío! ¡Vamos a tener que chillar para comprendernos!
Dejo a Cindy un momento sola y me voy al lavabo porque llevo mi esponja en el bolsillo. Estoy esperando hasta el último minuto para colocármela. Ya me he tomado la molestia en casa de cortarla en tres trozos porque entera es demasiado grande. Una vez encerrada en el baño, cojo un trozo de esponja que me coloco cuidadosamente. Me da algo ponerme eso, pero no tengo otro remedio. Me toma cierto tiempo esta operación porque no estoy acostumbrada y me cuesta ponerla así, seca. Me reúno otra vez con Cindy que está observando detenidamente a cada hombre que va entrando en el bar. Con la luz oscura del local, todos los trajes parecen grises, como los gatos, y me parece que la tarea de encontrar a dos individuos que no conocemos va a ser un tanto ardua.
– ¿Ves algo? -me pregunta Cindy.
– No, nada. Todavía no son las doce. No creo que lleguen puntuales tampoco. Esperemos un poco más.
Nos pedimos una copa, Cindy un gin-tonic y yo un whisky con Coca-Cola, y empezamos a charlar. Esta chica me parece muy agradable, con las ideas muy claras y un disgusto tremendo por los hombres, que no intenta esconder.
– De hombres, no quiero saber nada. Sólo por trabajo. Si no, nada de nada -dice mientras levanta la copa para brindar conmigo.