Y con este buen humor en el cuerpo, me voy a trabajar como de costumbre, decidida a hacer el bien a mi alrededor, sin saber que mi «víctima» de esta noche va a ser la persona que más lo necesita desde que estoy en la casa.
A eso de las dos de la madrugada, Sofía me despierta, con Jordi en los brazos, para darme un trabajo. Un cliente nuevo, joven, ha llamado y ha pedido a una chica europea particularmente cariñosa.
– Ya entenderá el porqué luego -le explicó el cliente a Sofía.
Esta noche, Isa y yo somos las únicas chicas que hemos venido a trabajar. Pero Sofía tiene claro que no la puede mandar a ella.
Así que me encamino hacia el domicilio del cliente. Vive en la parte alta de la ciudad, en un edificio muy bonito que tiene vigilancia las veinticuatro horas del día.
Al abrirme la puerta, creo que no puedo disimular la sorpresa y el susto en mi cara, aunque mi intención es la de parecer lo más natural posible. Iñigo está sonriendo delante de mí, bien acomodado en su silla de ruedas. Me hace pasar enseguida al salón, porque, «no sirve de nada llevarte a mi dormitorio», me va explicando, riéndose de buena gana. El piso es grande y moderno, pero hay un olor a rancio que es difícil de soportar. Todas las puertas están adaptadas al paso de una silla de ruedas y empiezo a sentirme muy mal por la desgracia de este chico, que no debe de tener más de veintiséis años.
– Soy tetrapléjico, casi al ciento por ciento -me dice, de la manera más natural del mundo.
Ante esta afirmación, me siento en un rincón del sofá -casi me dejo caer- y le pido permiso para encender un cigarro.
– Yo también fumo -me dice-. ¿Me puedes encender uno, por favor, y ponérmelo en la boca?
Es lo que hago enseguida, ansiosa de poder satisfacerle, y se lo pongo entre los labios. Da unas cuantas caladas y me pide acto seguido con la mirada que se lo quite. Ha tenido bastante con eso.
– ¡Gracias! -me dice-. Ahora, ¿te molesta cogerme en tus brazos y acostarme en el sofá? Yo lo podría hacer pero me supone grandes esfuerzos.
Este chico me da mucho respeto y estoy dudando unos segundos antes de cogerle porque, como si fuera una figura de cristal, no me atrevo a tocarle por miedo a romperle algo o hacerle daño.
– ¡Sin miedo!, no te preocupes, no siento absolutamente nada. El único sitio donde tengo algo de sensibilidad es el cuello, y un poco las manos.
Parece haber leído mi pensamiento.
Cuando está incorporado, me pide quitarle la ropa. Es flacucho, tiene todos los miembros atrofiados y sus piernas no son más gordas que mis brazos. Me siento muy incómoda. Su pequeño sexo, diminuto, la verdad, está, para mi gran sorpresa, erecto.
– Desde que tuve el accidente, está siempre así. No es por excitación -me explica-, no siento nada aquí abajo.
Y se vuelve a reír a carcajadas. Me siento como una estúpida, y me doy mentalmente bofetadas por haber querido morir más de una vez. ¿Qué derecho tenía a sentirme miserable cuando la verdadera desgracia está frente a mí, encarnada en este chico, lleno de vitalidad y buen humor?
No ocurre evidentemente nada entre él y yo, sólo me paso una hora dándole besitos en el cuello, los cuales va agradeciendo con pequeños gemidos.
Vuelvo a la casa decidida a no quejarme nunca más y no quiero contar nada acerca de Iñigo a ninguna chica ni a las encargadas. Este episodio es algo que el destino me ha enviado para hacerme reaccionar, vivir el presente y para que tome las oportunidades cuando se presentan, sin pensarlo dos veces.
¿ Y como es él? – ¿ En qué lugar se enamoró de ti?
12 de octubre de 1999
Giovanni ha vuelto a llamar. Sí. ¡Ha vuelto a llamar! Ha cumplido con lo dicho. Y me está esperando, junto con Alessandro, a las cuatro de la tarde en la casa. Susana me ha avisado esta mañana, y yo he saltado de alegría.
– ¿Qué te pasa, cariño? ¡Como si fueras a casarte con él!
Obviamente, he tenido que controlarme un poco delante de Susana. Si no, puede sospechar cualquier cosa. No tengo intención de darle mi número de teléfono a Giovanni al segundo encuentro. Primero, porque quiero conocerle un poco más. Luego, porque corro el riesgo de tener problemas en la casa. Estoy my controlada, y tengo miedo de los propietarios.
En esta ocasión, Alessandro ha decidido pasar una hora con Mae. Se ve que ahora le gusta. Al entrar veo a Giovanni solo, esperándome, porque una vez más yo he llegado tarde pero su sonrisa cuando aparezco en el salón me hace entender que sus ganas de verme han podido más que su impaciencia.
Esta vez nos toca estar en la habitación pequeña, ya que la suite está ocupada por Alessandro. No estamos de lo más cómodos pero no nos importa. Hacemos el amor como jamás hubiera sospechado que podía pasar en un sitio como éste. Nos dejamos llevar con
todo tipo de juegos y cuando el tiempo ha llegado a su fin, Susana nos llama a la puerta para recordarnos que ya es hora de salir.
– Dame tu teléfono -me pide de repente.
– No, lo siento, no puedo -le contesto, sin dar ninguna explicación.
– ¿Pero por qué? ¿No quieres volver a verme? Podrías viajar conmigo de vez en cuando. Te pagaría igual, si es lo que te preocupa.
– ¡Claro que quiero volver a verte! Pero no fuera de la casa.
Y le apunto el techo con un dedo, para hacerle entender que nos están grabando.
– ¿Qué te pasa?
No parece comprender nada, y me coge las manos como para suplicarme que le explique lo que está pasando.
Entonces, me pongo a buscar en mi bolso un papel y un bolígrafo, y le escribo «Hay micrófonos en la habitación».
Me coge el boli y me escribe a su vez «Dame tu teléfono, per piacere».
No se lo doy. Me muero de ganas por hacerlo, pero no sé lo que me ocurre. No se lo doy en esta ocasión. Giovanni se va, un poco triste, pero prometiéndome que volverá el 25 de noviembre para pasar una noche entera conmigo, fuera de la casa. Hasta esa fecha, queda mucho tiempo todavía, y no sé cómo voy a hacer para soportar esta ausencia. Este segundo encuentro con Giovanni me ha impactado y afectará seguramente a mi trabajo en la casa. Estoy luchando contra mi misma, porque pienso que puede ser el gran amor de mi vida, pero no sé lo que siente él. Sin duda le he gustado mucho, pero nada más. No quiero volver a jugarme la piel con un hombre. Estoy muy lejos de pensar que él se ha enamorado perdidamente de mí.
Accidente laboral
22 de octubre de 1999
Sigo en una nube después de diez días desde mi encuentro con Giovanni. No tengo forma de establecer contacto con él. Solamente él puede hacerlo a través de Susana o de Sofía. Estoy pensando en él las veinticuatro horas del día y voy cada vez menos a trabajar. Físicamente, no me encuentro con fuerzas. Psicológicamente, tengo en la cabeza a una única persona: él. Veo a pocos clientes, aunque sigo ganando bastante dinero. Pero me limito a ver a los habituales. El tema de la infidelidad nunca me ha generado problemas de conciencia. De hecho, siempre he pensado que la infidelidad no existe. Pensaba que se puede ser fiel, aun teniendo relaciones sexuales con otras personas. El cuerpo se puede compartir, pero el alma, definitivamente no. Desde Giovanni, cada vez que he estado con un cliente nuevo, me he sentido mal, y no consigo explicarme el porqué.