«Lluvia, champán, tu piel… ¿por qué me siento tan excitado?»
Cristian sabe, indudablemente, provocar a través de mensajes sugerentes.
«Cuando nos veamos, tengo la firme intención de saberlo todo acerca de los puntos suspensivos», le escribo a modo de respuesta.
«Buenas noches…», me responde, utilizando de nuevo los puntos suspensivos para que hagan su efecto en mi mente
Es un hombre listo, no cabe duda.
Me acuesto y tengo problemas para conciliar el sueño. Sus mensajes han trastornado todas mis hormonas, y no sé si tendré la paciencia de esperar hasta mañana.
3 de abril de 1997
Me he citado al final de la tarde con Cristian en un bar, ya sabiendo que no puede pasar nada porque tengo la regla. Mierda. Me ha llegado esta mañana, sin previo aviso. Se ha adelantado, como para hacerme entender que mi cuerpo necesita un poco de descanso y que ya está bien. Tenía que haber anulado nuestro encuentro esta misma mañana pero no he podido hacerlo. Tengo demasiadas ganas de verle.
Después de una conversación interesante en torno a un vino tinto francés y unas tapas, me invita a bailar en la discoteca de moda del momento. Cuando veo bailar a alguien, me basta una mirada para saber si es sensual o no. En el caso de Cristian, no hay lugar a duda. Baila muy bien. Y… Lluvia, champán, su piel… Y desaparezco.
Desaparezco en un lugar paralelo, huit-clos sin sueño, donde mi cuerpo se funde eternamente en un abrigo de terciopelo, donde el placer supera el límite de lo soportable, y se transforma en gotitas adiamantadas en los rincones de los ojos, donde el roce de sus manos es igual a las alas de una mariposa, donde las agujas del reloj dan veinticuatro horas la vuelta, y yo me quedo suspendida en ellas.
Todo empieza por un baile frenético, entre risas y coqueteo con unos amigos que encontramos en la discoteca; las copas de ron con Coca-Cola o lima están más fuertes que la música que sale de los altavoces del local. Yo bailo sobre un hilo finito de seda como un pequeño funámbulo, atrapada entre su sexo que me roza, hinchado debajo de los calzoncillos y sus pantalones de corte italiano, y la mirada de un desconocido que contempla mi balanceo demasiado provocador. Y voy cayendo. Pierdo el control. Quiero sentirme viva.
– ¡Domestícame! -le susurro con los ojos.
Yo, irónica, busco a una persona especial, a un hombre capaz de expresar sentimientos en el sexo. En su casa, ante una infusión de frutas tropicales, pierdo el sentido y acabo abierta de piernas frente a un sexo demasiado gordo para mis entrañas, pero exquisito. Tres largas horas tardo en recorrer con mi boca lo ancho v lo largo de este vibrador carnoso. Transformada en un fantasma de cómic, con las sábanas cubriendo todo mi cuerpo, dejo que me diga que le vuelvo loco de placer, y le como hasta sentir que me baña cada uno de los empastes que voy coleccionando desde niña.
Tengo dos obturadores en mi sensualidad escondida. Uno que quito rápidamente, avergonzada, sentada encima del bidé, y otro que me pone él, ayudado de su mano experta. Me dejo manejar, como una muñeca desarticulada frente a la decisión de un poder superior, demasiado excitada.
No me molesta la rugosidad de su barba cuando baja, en un acto de generosidad, hasta el centro de gravedad del placer femenino, olvidándose de que lo íntimo se tiene que ganar, y no se roba nunca porque sí. Pero él tiene un don extrasensorial, que le hace ser peligroso, y mis ojos sólo pueden aprobar todo lo que está sucediendo.
A él tampoco le molesta mi depilación imperfecta, testimonio de que nada está planificado, de que todo fluye porque así tiene que ser. El olor que desprende toda la habitación es sin igual.
– Es esencia de rosa -me dice, leyendo mi pensamiento.
Y todo se va mezclando. Ron de la noche anterior, infusión de madrugada, esencia de rosa al amanecer, Armani botella negra en cada una de mis visitas al baño, la muestra del bagnoschiuma de un hotel Meliá de Italia que impregna mi piel en una ducha dada furtivamente, para no perder ni un momento de su presencia: estos olores-sabores corren por mis venas y, mientras tanto, se van reproduciendo maliciosamente y a una velocidad infernal los leucocitos de mi sangre.
Me está mortificando los labios porque no me sabe besar de otra manera, lo que me ha valido una pequeña herida en la parte interna de la boca. Porque me chupa los labios como un perro que hace la fiesta a su amo, después de reencontrarlo y constatar que nunca le ha abandonado. Me muerde el cuello como un gato en celo que sólo sabe reconocer la reproducción animal con este acto tan ritual que tienen los felinos. Y yo tengo la piel de gallina. Pelos erguidos horas y horas y alterados en su crecimiento.
Por la mañana, estoy yaciendo, abandonada a los placeres carnales, sobre su alfombra de pelos tan negros que van contrastando con la palidez de mi cuerpo.
Me ha dejado pronto debajo de mi casa, he subido como un zombi y me he convertido de repente, sin quererlo, en una Duras improvisada, obsesionada de por vida con un amante que la volvió loca a los quince años, condenada a escribir esa pasión que la fijó para siempre en ese momento adolescente.
Me voy de viaje
4 de abril de 1997
Querida Mami:
Te escribo esta carta para decirte que ayer por la noche he visto las estrellas. De cerca. Si. De cerca. Hasta casi toco una con la mano, pero era fugaz y se fue volando. En fin, Mami, lo que te quiero decir es que ayer he tenido uno de los mejores revolcones de mi vida. Pensé que te haría ilusión saberlo. Me metí en la cama con un hombre que sólo había visto dos veces, y que conocí por casualidad en un banco. Pero ha sido mágico. La primera vez, no pasó nada. Creo que fue porque ninguno de los dos queríamos. Y ayer me acosté con él. Salimos a tomar algo y luego de marcha. Y entonces, me llevó a su casa. Tiene un piso precioso, un ático, con una terraza enorme que lo rodea por completo, como a mí me gusta. Sólo faltaba un gato bien gordo paseándose de una a otra habitación, como Bigudí. Yo le había advertido que no estaba preparada para eso, precisamente esa noche, porque me acababa de llegar la regla. Ha sido todo menos higiénico… ¡Qué vergüenza! Pero él me dijo que, a veces, la excitación es superior a las circunstancias, y que hay que dejarse llevar. Entonces accedí. ¿Erais así de guarros en tu época de jovencita? Me ha roto los esquemas. Y no paro de pensar en él desde entonces. Con lo frivola que soy, ¿no me estaré enamorando de un tío porque folla de maravilla? La verdad es que no me gusta la idea, Mami. ¿Qué tengo que hacer? Si me vuelve a llamar, ¿crees que tengo que volver a verle? Dime algo, por favor. Necesito tus consejos.
Te mando un beso gordísimo. Cuídate mucho.
Tu hijita
PD.: Me voy la semana que viene a Perú. Te mandaré un fax desde allí con mis datos por si quieres escribirme. Y una postal del Machu Picchu, que sé que te hace mucha ilusión.
6 de abril de 1997
Son las cuatro de la tarde y Cristian no me ha llamado ni me ha mandado mensajes. ¡Joder! No paro de pensar en él durante todo el día. ¿Me estaré enamorando? ¿Por qué pasa de mí de esta forma? ¿Acaso no le ha gustado pasar la noche conmigo? Pero entonces, ¿por qué me ha dicho que ha sido sublime? ¿Solamente palabras…?
Mi cerebro va a mil por hora, y no paro de divagar sobre lo que estará haciendo él en un día tan soleado. ¿Estará en la playa con los mismos amigos que encontramos en la discoteca, riéndose de mi manera de abrir los dedos de los pies cuando me he corrido? Solamente de pensar en esta posibilidad, me deja la autoestima por los suelos. Me podía haber llamado para repetirme que le ha gustado mucho pasar la noche conmigo. A las mujeres nos encanta que nos vayan diciendo una y otra vez estas cosas. y yo, soy una de ellas. Cristian no es para nada psicólogo y me está decepcionando. Tampoco le estoy pidiendo que sea el padre de mis hijos, pero al menos, que tenga el detalle de manifestarse. Es igual. Si no llama, es porque no valla la pena.