Annabel lanzó una mirada hacia donde Louisa había dicho que estaba el señor Grey. Sutilmente, claro, y sin volverse. Si pudiera escapar antes de que la viera…
– Aunque creo que alguien debería convencerte de que no lo hicieras -continuó Louisa-. Me da igual el dinero que tenga lord Newbury; ninguna joven tendría que verse obligada a…
– Todavía no he accedido a nada -prácticamente exclamó Annabel-. Por favor, ¿podemos irnos?
– Tenemos que esperar a mi tía -dijo Louisa, con el ceño fruncido-. ¿Has visto dónde ha ido?
– ¡Louisa!
– ¿Qué te pasa?
Annabel bajó la mirada. Le temblaban las manos. No podía hacerlo. Todavía no. No podía enfrentarse al hombre que había besado y que resulta que era el heredero del hombre al que no quería besar, pero con quien seguramente acabaría casándose. Ah sí, y no podía olvidar que si se casaba con el hombre al que no quería besar, seguramente le daría un nuevo heredero, cortándole las alas del condado al hombre que quería besar.
Sí, seguro que le caía de maravilla.
Tarde o temprano le presentarían formalmente al señor Grey, era inevitable. Pero ¿tenía que ser ahora? Estaba segura de que se merecía un poco de tiempo para prepararse.
Nunca hubiera dicho que fuera tan cobarde. No, no era una cobarde. Cualquier persona con dos dedos de frente también intentaría evitar esa situación, y seguramente la mitad de los que no tenían dos dedos de frente también.
– Annabel -dijo Louisa, un poco exasperada-, ¿por qué es tan importante que nos marchemos?
Annabel intentó pensar un motivo. De verdad que lo intentó. Pero sólo había la verdad, y no estaba preparada para compartirla, así que se quedó allí de pie, sin decir nada, preguntándose cómo diantres iba a salir airosa de aquella situación.
Pero, por desgracia, ese momento de pánico fue breve. Y se vio sustituido por otro momento de pánico mucho, mucho más horrible. Porque enseguida entendió que no iba a conseguir escapar. La dama que iba del brazo del señor Grey parece que había reconocido a Louisa, y Louisa ya la había saludado con la mano.
– Louisa -siseó Annabel.
– No puedo ignorarla -le susurró esta-. Es lady Olivia Valentine. Es hija del conde de Rudland. El primo del señor Grey se casó con ella el año pasado.
Annabel gruñó.
– Creía que estaba fuera -dijo Louisa, con el ceño fruncido-. Debe de haber vuelto hace poco. -Y entonces se volvió hacia Annabel con gesto serio-. No te dejes engañar por su apariencia. Es muy amable.
Annabel no sabía si estar horrorizada o confundida. ¿Que no se dejara engañar por su apariencia? ¿Qué se suponía que quería decir con eso?
– Es bastante guapa -explicó Louisa.
– ¿Y eso qué…?
– No, quiero decir… -Louisa se interrumpió, porque no estaba satisfecha con su poca capacidad de describir el encanto de lady Valentine-. Tendrás que verlo con tus propios ojos.
Por suerte, la increíblemente bella lady Olivia parece que no caminaba muy deprisa. A pesar de todo, Annabel calculaba que apenas le quedaban quince segundos antes de que los dos grupos se encontraran. Agarró a Louisa del brazo.
– No les digas lo de lord Newbury -siseó.
Louisa abrió los ojos, atónita.
– ¿No crees que ya deben saberlo?
– No lo sé. Quizá no. No creo que lo sepa todo el mundo.
– Claro que no, pero si alguien lo sabe, ¿no crees que será el señor Grey?
– Quizá no sabe cómo me llamo. Todo el mundo me conoce por «la chica de los Vickers».
Era cierto. Annabel se presentaba del brazo de lord y lady Vickers y nadie había oído nunca hablar de la familia de su padre, algo que, como su abuelo solía recordarle, era como siempre debió ser. En su opinión, su hija hubiera sido mucho más feliz si nunca se hubiera convertido en una Winslow.
Louisa frunció el ceño con nerviosismo.
– Estoy segura de que saben que yo también soy nieta de los Vickers.
Annabel agarró la mano de su prima con el pánico reflejado en la cara.
– Entonces, no les digas que soy tu prima.
– ¡No puedo hacer eso!
– ¿Por qué no?
Louisa parpadeó.
– No lo sé. Pero seguro que no es de buena educación.
– Olvídate de la buena educación. Hazlo por mí, por favor.
– Está bien. Pero sigo pensando que estás muy extraña.
Annabel no podía discutírselo. Le habían pasado muchas cosas en las últimas veinticuatro horas y, realmente, «extrañas» era la palabra más suave para describirlas.
CAPÍTULO 07
Cinco minutos antes…
– Es una lástima que te hayas casado con mi primo -murmuró Sebastian, mientras alejaba a Olivia de un enorme excremento de caballo que alguien se había olvidado de limpiar-. Creo que eres la mujer perfecta.
Olivia lo miró con una ceja perfectamente arqueada.
– ¿Porque permito que desayunes en mi casa cada día?
– Ah, eso no habrías podido impedirlo -respondió Seb, con una sonrisa torcida-. La costumbre ya estaba demasiado arraigada cuando llegaste a la familia.
– ¿Porque no me he enfadado por las tres docenas de agujeros que me he encontrado en la puerta de la habitación de invitados?
– Todo es culpa de Edward. Yo tengo muy buena puntería.
– Aún así, Sebastian, es una casa alquilada.
– Lo sé, lo sé. Me extraña que os la quedaseis. ¿No te gustaría estar un poco más lejos de tus padres?
Cuando Olivia se había casado con Harry, el primo de Sebastian, se instalaron en casa de él, que estaba puerta con puerta con la casa de sus padres. De hecho, la mitad del cortejo se produjo de ventana a ventana. A Sebastian le parecía una historia encantadora.
– Me gustan mis padres -dijo Olivia.
Sebastian meneó la cabeza.
– Un concepto tan extraño que creo que debe de ser antipatriótico.
Olivia se volvió hacia él con cierta sorpresa.
– Sé que los padres de Harry eran… -Meneó la cabeza ligeramente-. Bueno, da igual. Pero jamás hubiera creído que los tuyos fueran tan horribles.
– Y no lo son. Pero, si por mí fuera, no escogería pasar el tiempo con ellos. -Sebastian se quedó algo pensativo-. Especialmente con mi padre, porque está muerto.
Olivia puso los ojos en blanco.
– Seguro que hay algo en esa frase que te prohíbe la entrada a la iglesia.
– Es demasiado tarde para eso -murmuró Seb.
– Creo que necesitas una esposa -dijo Olivia, que se volvió hacia él con unos ojos estratégicamente entrecerrados.
– Corres peligro de perder tu puesto de mujer perfecta -la advirtió él.
– Nunca me has dicho qué he hecho para ganármelo.
– En primer lugar, y lo más importante, hasta ahora no me habías presionado para que me casara.
– No pienso disculparme.
Él asintió.
– Pero también cuenta tu habilidad para no sorprenderte ante nada de lo que digo.
– Sí que me sorprendo -dijo Olivia-. Pero lo escondo muy bien.
– Es lo mismo -le dijo Seb.
Siguieron andando y ella se lo repitió.
– Deberías casarte, y lo sabes.
– ¿Te he dado alguna pista de que lo esté evitando?
– Bueno -dijo Olivia, muy despacio-, no lo has hecho, así que…
– Únicamente porque no he encontrado a la mujer perfecta. -Le ofreció una insulsa sonrisa-. Por desgracia, Harry te encontró antes que yo.
– Sin mencionar que te iría bien casarte antes de que tu tío tenga otro heredero.
Sebastian se volvió hacia ella con una sorpresa perfectamente fingida.
– Olivia Valentine, ese es un comentario mercenario por tu parte.
– Es verdad.
– Soy un peligro -suspiró Sebastian.
– ¡Exacto! -exclamó Olivia, con tanta emoción que él casi se asustó-. ¡Es lo que eres! Un peligro. Un riesgo. Un…
– Me abrumas con tanto cumplido.