– ¿Tan malo soy? -preguntó él, con sequedad.
– ¡No! No. Bueno, no, usted ya sabe que no.
– Bueno, me lo imaginaba, pero… -murmuró él.
Annabel miró a las dos mujeres en busca de ayuda, pero ninguna de las dos se la ofreció.
– Nada de esto es culpa suya -dijo Annabel, con firmeza.
– Da igual -respondió él, con solemnidad-. No puedo ignorar a una dama en apuros. ¿Qué clase de caballero sería?
Annabel miró a lady Olivia. La joven estaba sonriendo de una forma que la asustó.
– No será nada serio, por supuesto -dijo lady Vickers-. Todo de mentira. Podréis separaros a final de mes. De forma amigable, claro. -Dibujó una sonrisa de loba-. No nos gustaría que el señor Grey no se sintiera a gusto en Vickers House.
Annabel lanzó una mirada de reojo al caballero en cuestión. Parecía un poco inquieto.
– Vuelva a sentarse, por favor -dijo lady Vickers, acariciando el espacio que había libre a su lado-. Hace que me sienta como una anfitriona absolutamente incompetente.
– ¡No! -exclamó Annabel, sin pararse a pensar en las consecuencias de esas palabras.
– ¿No? -repitió su abuela.
– Deberíamos ir a dar un paseo -propuso Annabel.
– ¿Ah, sí? -dijo el señor Grey-. Sí, claro.
– Por supuesto que sí -dijo lady Olivia.
– Hace un día maravilloso -añadió Annabel.
– Y todo el mundo nos verá y creerán que la estoy cortejando -concluyó el señor Grey. Tomó a Annabel del brazo enseguida y anunció-: ¡Nos vamos!
Salieron del salón a toda prisa y no dijeron nada hasta que llegaron a las escaleras de la entrada, donde el señor Grey se volvió hacia ella y, con toda sinceridad, le dijo:
– Gracias.
– De nada -respondió Annabel, mientras llegaba a la acera. Se volvió hacia él y sonrió-: Vivo para rescatar a los caballeros en apuros.
CAPÍTULO 14
Antes de que Sebastian pudiera responder con un comentario conciso, la puerta principal de Vickers House se abrió y apareció Olivia. Él levantó la mirada y arqueó una ceja.
– Soy vuestra carabina -explicó ella.
Y antes de que pudiera responder con otro comentario conciso a eso, Olivia añadió:
– La doncella de la señorita Winslow tiene la tarde libre, así que era yo o lady Vickers.
– Estamos encantados de que hayas sido tú -respondió él con firmeza.
– ¿Qué ha pasado ahí dentro? -preguntó Olivia, mientras descendía hasta la acera.
Sebastian miró a la señorita Winslow, que estaba mirando fijamente a un árbol.
– No sabría explicarlo -respondió él, volviéndose hacia Olivia-. Es demasiado penoso.
Le pareció oír cómo la señorita Winslow se reía. Le gustaba su sentido del humor.
– Muy bien -dijo Olivia, agitando la mano-. Venga, id delante. Yo iré detrás, carabineando.
– ¿Ese verbo existe? -Porque tenía que preguntarlo. Después del incidente con «ámbito», Olivia no tenía derecho a utilizar ningún tipo de vocabulario incorrecto.
– Si no existe, debería existir -concluyó ella.
A Sebastian se le ocurrieron miles de comentarios concisos sobre eso, pero, por desgracia, todos implicaban desvelar su identidad secreta. Sin embargo, como era constitucionalmente incapaz de dejar pasar el comentario sin decir algo que fastidiara a Olivia, se volvió hacia la señorita Winslow y dijo:
– Es su primera vez.
– ¿La primera…? -La señorita Winslow se volvió hacia Olivia con el rostro absolutamente confundido.
– De carabina -aclaró él, tomándola del brazo-. Intentará impresionarla.
– ¡Lo he oído!
– Claro que lo has oído -añadió él. Se acercó un poco más a la señorita Winslow y le susurró al oído-. Tendremos que esforzarnos mucho para deshacernos de ella.
– ¡Sebastian!
– ¡Quédate donde estás, Olivia! -exclamó él-. ¡Quédate donde estás!
– No me parece correcto -dijo la señorita Winslow. Dibujó una adorable mueca con los labios y Seb empezó a imaginar las miles de formas en que ese puchero podría convertirse en algo más seductor. O en objeto de seducción.
– ¿Ah no? -murmuró él.
– No es ninguna tía solterona -respondió ella, añadiendo-: Lady Olivia, por favor, acompáñenos.
– Estoy segura de que no es lo que Sebastian quiere -dijo Olivia, pero Seb se dio cuenta de que había acelerado para acercarse un poco-. No te preocupes, Seb -le dijo-. Lady Vickers me ha dejado su periódico. Me buscaré un banco donde sentarme y dejaré que paseéis por donde queráis.
Le ofreció el periódico para que se lo sujetara, y él así lo hizo. Nunca discutía con una mujer a menos que fuera absolutamente necesario.
Llegaron al parque y, tal como había dicho, Olivia se sentó en un parque y los ignoró. O, al menos, fingió ignorarlos a las mil maravillas.
– ¿Giramos? -le preguntó él a la señorita Winslow-. Podemos imaginarnos que es un enorme salón y que estamos paseando por el perímetro.
– Me encantaría. -Se volvió hacia Olivia, que estaba leyendo el periódico.
– Uy, nos está vigilando, no se preocupe.
– ¿De veras? Parece muy concentrada en la lectura.
– Mi querida prima puede leer el periódico y espiarnos al mismo tiempo. Seguramente, también podría pintar una acuarela y dirigir una orquesta al mismo tiempo. -Ladeó la cabeza hacia la señorita Winslow a modo de saludo-. He aprendido que las mujeres pueden hacer, al menos, seis cosas a la vez sin detenerse a respirar.
– ¿Y los hombres?
– Ah, nosotros somos mucho más zopencos. Es un milagro que podamos caminar y hablar a la vez.
Ella se rió y luego le señaló los pies.
– Pues parece que lo está haciendo bastante bien.
Él fingió estar atónito.
– Vaya, fíjese en esto. Debo de estar mejorando.
Ella volvió a reírse, otro sonido gutural y precioso. Él sonrió, porque eso es lo que hacía un caballero cuando una dama reía en su presencia y, por un momento, se olvidó de dónde estaba. Los árboles, la hierba, el mundo entero desapareció y sólo veía la cara de la señorita Winslow, su sonrisa, sus labios, tan carnosos y rosados, y tan curvados en las comisuras.
Su cuerpo empezó a vibrar con una sensación suave y embriagadora. No era lujuria, ni siquiera deseo; Sebastian conocía perfectamente esas sensaciones. Esto era distinto. Emoción, quizás. A lo mejor ilusión, aunque no estaba seguro de qué la despertaba. Sólo estaban paseando por el parque. Sin embargo, no podía quitarse de encima la sensación de que estaba esperando algo bueno.
Era una sensación excelente.
– Creo que me gusta que me rescaten -dijo, mientras avanzaban lentamente por Stanhope Gate. Hacía un día precioso, la señorita Winslow era encantadora y Olivia ya no podía oírlos.
¿Qué más podía pedirle a la tarde?
Bueno, excepto la parte de la tarde. Miró hacia el cielo con los ojos entrecerrados. Todavía era por la mañana.
– Lamento mucho lo de mi abuela -dijo la señorita Winslow. Con mucho sentimiento.
– Ah-ah, ¿no sabe que se supone que no debe mencionar esas cosas?
Ella suspiró.
– ¿De veras? ¿Ni siquiera puedo disculparme?
– Por supuesto que no. -Le sonrió-. Se supone que debe esconderlo debajo de la alfombra y esperar que yo no me haya dado cuenta.
Ella arqueó las cejas con incredulidad.
– ¿Que su mano estaba en su… eh…?
Él agitó la mano, aunque, sinceramente, le gustaba que se hubiera sonrojado.
– No recuerdo nada.
Por un segundo, Annabel se quedó absolutamente inexpresiva, y luego meneó la cabeza.
– La sociedad londinense me desconcierta.
– No tiene demasiado sentido, la verdad -asintió él.
– Fíjese en mi situación.
– Lo sé. Es una lástima. Pero las cosas funcionan así. Si yo no la cortejo, y mi tío no la corteja -dijo, mientras la miraba para comprobar si aquella segunda opción la deprimía-, no lo hará nadie más.