Annabel sospechaba que el hecho de que pasara por delante de tres mujeres excepcionalmente bellas para llegar hasta ella no fue casualidad.
Al cabo de dos minutos, estaban bailando. Y, cinco minutos después, ella estaba bailando con el caballero con quien el señor Grey había estado charlando. Y así se fueron sucediendo los bailes y los compañeros: el príncipe ruso, los dos Berbrooke y lord Rowton. Annabel no estaba segura de si quería vivir la vida como la chica más popular de la ciudad, pero tenía que admitir que, por una noche, era muy divertido.
Lady Twombley se le había acercado, cargada de veneno, pero ni siquiera ella pudo convertir el rumor en algo desagradable. No estaba a la altura de lady Olivia Valentine que, según informaron a Annabel, había mencionado que el señor Grey quizás estuviera realmente interesado en tres de sus mejores amigas.
«Y las tres sin ningún tipo de discreción», había murmurado sir Harry.
Annabel empezaba a darse cuenta de que lady Olivia sabía perfectamente cómo funcionaba la mecánica del chisme.
– ¡Annabel!
Annabel vio a Louisa que la saludaba, y en cuanto hizo una reverencia a lord Rowton y le dio las gracias por el baile, se dirigió hacia donde estaba su prima.
– Somos gemelas -comentó Louisa, señalando sus vestidos, que eran del mismo tono salvia pálido.
Annabel sólo pudo reírse. Seguro que no había dos primas más distintas.
– Lo sé -dijo Louisa-. Este color me queda fatal.
– Claro que no -le aseguró Annabel, aunque bueno, quizá sí que le quedaba un poco mal.
– No mientas -le pidió Louisa-. Como prima mía, tienes la obligación de decirme la verdad cuando nadie más quiere hacerlo.
– Está bien, no es el color que mejor te sienta…
Louisa suspiró.
– Se me ve muy pálida.
– ¡No digas eso! -exclamó Annabel, aunque esta noche, con ese tono malva verdoso claro que tan mal le sentaba, sí que estaba un poco pálida. Su piel siempre había sido clara, pero la iluminación tenue y el vestido parecían haber eliminado cualquier rastro de color de su rostro-. Me gustó mucho el vestido azul que llevaste a la ópera. Estabas muy guapa.
– ¿Tú crees? -preguntó Louisa, con esperanza-. Me sentía guapa con él.
– A veces, con eso tienes media batalla ganada -le dijo Annabel.
– Bueno, pues tú debes de sentirte muy guapa con el color malva -dijo Louisa-. Eres la reina del baile.
– No tiene nada que ver con el color del vestido -respondió Annabel-. Y lo sabes.
– El señor Grey ha estado muy ocupado -comentó Louisa.
– Mucho.
Se quedaron de pie un momento sin decir nada, observando a los demás invitados, hasta que Louisa dijo:
– Ha sido muy amable al interceder.
Annabel asintió y murmuró una respuesta afirmativa.
– No, quiero decir que realmente ha sido muy amable.
Annabel se volvió hacia ella.
– No tenía que hacerlo -dijo Louisa, con la voz rozando la severidad-. La mayoría de caballeros no lo habría hecho.
Annabel miró fijamente a su prima e inspeccionó su rostro en busca del significado oculto de sus palabras. Pero Louisa no la estaba mirando. Tenía la barbilla levantada y seguía mirando a los invitados, moviendo la cabeza lentamente como si estuviera buscando a alguien.
O quizá sólo estaba mirando.
– Lo que hizo su tío… -dijo Louisa, muy despacio-. Es inexcusable. Nadie le hubiera recriminado que le hubiera devuelto el golpe.
Annabel esperó más. Algún tipo de explicación. O instrucciones. Cualquier cosa. Al final, soltó el aire con desánimo.
– Por favor -dijo-. Tú también, no.
Louisa se volvió.
– ¿Qué quieres decir?
– Exactamente eso. Por favor, di lo quieras decir. Es agotador intentar descifrar lo que la gente intenta decirme cuando no tiene nada que ver con las palabras que salen de sus bocas.
– Pero si ya lo he hecho -dijo Louisa-. Tienes que entender lo extraordinario que ha sido su actitud. Después de lo que su tío le hizo, y en público, nadie le hubiera culpado si hubiera querido lavarse las manos de este asunto y dejar que te apañaras con tu escándalo.
– ¿Ves? Eso -exclamó Annabel, aliviada de que por fin Louisa se lo hubiera explicado, aunque el asunto no le resultara agradable-. Eso es a lo que me refería. Perfectamente claro. Eso es lo que quería oír.
– ¿Qué querías oír?
Annabel dio un respingo y retrocedió.
– ¡Señor Grey! -exclamó.
– Para servirla -respondió él, mientras realizaba una reverencia. Llevaba un parche encima del ojo afectado, algo que a la mayoría de hombres les habría quedado ridículo. A él, en cambio, le daba un aspecto atractivo y peligroso y Annabel deseaba no haber oído cómo dos mujeres comentaban lo mucho que les gustaría que ese pirata las saqueara.
– Parecía muy concentrada -le dijo Sebastian-. Debo saber de qué estaban hablando.
Annabel no vio ningún motivo para no ser casi completamente sincera.
– De lo agotador que me resulta interpretar lo que dice todo el mundo aquí en Londres.
– Ah -respondió él-, ha bailado con el príncipe Alexei. No se lo tenga en cuenta. Tiene un acento muy fuerte.
Louisa se rió.
Annabel contuvo las ganas de lanzarle una mirada letal.
– Nadie dice lo que realmente piensa -le dijo al señor Grey.
Él la miró con expresión de desconcierto y le preguntó:
– ¿Acaso esperaba que fuera de otro modo?
De la boca de Louisa salió otra risa, aunque enseguida tosió porque nunca se atrevería a reír en público.
– A mí me encanta hablar en clave -dijo el señor Grey.
Annabel notó una tensión en el pecho. Quizá fue sólo la sorpresa. O quizá la decepción. Lo miró, incapaz de disimular sus sentimientos, y dijo:
– ¿De veras?
Él la miró a los ojos un momento que se hizo eterno y, casi con frustración, admitió:
– No.
Annabel separó los labios, pero no dijo nada. Tampoco respiró. Algo extraordinario había sucedido entre ellos; algo maravilloso.
– Creo que… -dijo él, muy despacio-. Creo que debería sacarla a bailar.
Annabel asintió, casi aturdida.
Él le ofreció la mano, pero enseguida la retiró y le indicó que se quedara donde estaba.
– No se mueva -le dijo-. Vuelvo enseguida.
Estaban cerca de la orquesta, y Annabel observó cómo se acercaba al director.
– ¡Annabel! -susurró Louisa.
Annabel se asustó. Se había olvidado de que su prima estaba allí. De hecho, había olvidado que estaba rodeada de gente. Por unos escasos y perfectos instantes, el salón se había quedado vacío. Sólo estaban él, ella, y el delicado sonido de sus respiraciones.
– Ya has bailado con él -dijo Louisa.
Annabel asintió.
– Ya lo sé.
– La gente hablará.
Annabel se volvió y parpadeó, intentando ver clara la imagen de su prima.
– La gente ya está hablando -respondió.
Louisa abrió la boca, como si quisiera decir algo más, pero luego sólo sonrió.
– Annabel Winslow -dijo, en voz baja-, creo que te estás enamorando.
Aquello la sacó de su aturdimiento.
– No es verdad.
– Sí que lo es.
– Apenas lo conozco.
– Por lo visto, lo suficiente.
Annabel vio que el señor Grey ya regresaba y notó cómo algo parecido al pánico se apoderaba de ella.
– Louisa, cierra el pico. Todo esto es un montaje. Me está haciendo un favor.
Louisa encogió los hombros de forma desdeñosa, algo poco habitual en ella.
– Si tú lo dices.