– Su esposa murió hace no sé cuántos años -continuó Louisa-, pero no importaba porque le había dado un hijo sano. Y dicho hijo había tenido dos hijas, de modo que la nuera era fértil.
Annabel asintió y se preguntó por qué la fertilidad siempre era un asunto de la mujer. ¿Acaso los hombres no podían ser infértiles, también?
– Pero entonces su hijo murió. De unas fiebres, creo.
Annabel conocía esa parte de la historia, pero estaba convencida de que Louisa sabía más, así que preguntó:
– ¿Y no tiene a nadie que pueda heredar el título? Seguro que debe de existir un hermano o un primo.
– Su sobrino -confirmó Louisa-. Sebastian Grey. Pero lord Newbury lo odia.
– ¿Por qué?
– No lo sé -respondió Louisa, mientras se encogía de hombros-. Nadie lo sabe. Por celos, quizás. El señor Grey es terriblemente apuesto. Todas las damas caen rendidas a sus pies.
– Eso me gustaría verlo -dijo Annabel, pensando en voz alta, mientras trataba de imaginarse la escena. Se imaginó a un Adonis rubio, con los músculos tensando la tela del chaleco y avanzando entre un mar de féminas inconscientes. Sería mejor si algunas de ellas todavía no hubieran perdido el sentido por completo, quizás aferradas a su pierna, desequilibrándolo…
– ¡Annabel!
Annabel volvió a la realidad. Louisa la estaba mirando con una urgencia poco habitual en ella, y haría bien de escucharla.
– Annabel, esto es importante -dijo Louisa.
Annabel asintió y la invadió una sensación desconocida: quizás era gratitud, aunque seguro que era amor. Apenas acababa de conocer a su prima, pero ya habían establecido un vínculo de afecto, y sabía que Louisa haría todo lo que estuviera en su mano para evitar que ella terminara en un matrimonio infeliz.
Por desgracia, la influencia de Louisa no era demasiado grande. Además, no entendía… No, no podía entender la presión que significaba ser la hija mayor de una familia empobrecida.
– Escúchame -imploró Louisa-. El hijo de lord Newbury murió hace poco más de un año. Y antes de que el cuerpo de su hijo estuviera frío, Lord Newbury empezó a buscar esposa.
– ¿Y no debería haberla encontrado ya?
Louisa meneó la cabeza.
– Estuvo a punto de casarse con Mariel Willingham.
– ¿Quién? -Annabel parpadeó, intentando ubicar el nombre.
– Exacto. Nunca has oído hablar de ella. Murió.
Annabel notó cómo arqueaba las cejas. Realmente, era una manera muy fría de anunciar algo tan trágico.
– Dos días antes de la boda. Se resfrió.
– ¿Y murió en dos días? -preguntó Annabel. Era una pregunta morbosa, pero es que tenía que saberlo.
– No. Lord Newbury insistió en retrasar la ceremonia. Dijo que era por la salud de ella, que estaba demasiado enferma para presentarse en la iglesia, pero todos sabían que sólo quería asegurarse de que estuviera suficientemente sana como para darle un hijo.
– ¿Y entonces?
– Bueno, y entonces la chica murió. Resistió dos semanas. Fue realmente triste. Siempre fue muy amable conmigo. -Louisa meneó la cabeza y luego continuó-: Fue una pérdida para lord Newbury, aunque no demasiado cercana. Si se hubieran casado antes de que ella muriera, habría tenido que guardarle luto. En realidad, ya había intentado casarse escandalosamente pronto después de la muerte del hijo. Si la señorita Willingham no hubiera muerto antes de la boda, habría tenido que dejar pasar un año de luto.
– ¿Cuánto tiempo esperó antes de empezar a buscar a otra candidata? -preguntó Annabel, temiendo la respuesta.
– Menos de dos semanas. Sinceramente, no creo que hubiera esperado tanto si ya tuviera a otra chica en la recámara. -Louisa miró a su alrededor y sus ojos se posaron en el jerez de Annabel-. Necesito una taza de té -dijo.
Annabel se levantó y tocó la campana, porque no quería que Louisa perdiera el hilo de la historia.
– Cuando regresó a Londres -dijo Louisa-, empezó a cortejar a lady Frances Sefton.
– Sefton -murmuró Annabel. El nombre le sonaba, aunque no sabía de qué.
– Sí -dijo Louisa, muy animada-. Exacto. Su padre es el conde de Brompton. -Se inclinó hacia delante-. Lady Frances es la tercera de nueve hermanos.
– Dios mío.
– La señorita Willingham era la mayor de cuatro, pero… -Louisa se interrumpió, porque no sabía cómo decirlo de forma educada.
– ¿Tenía la misma figura que yo? -sugirió Annabel.
Louisa asintió, muy seria.
Annabel respondió con un gesto de ironía.
– Imagino que lord Newbury nunca se fijó en ti.
Louisa bajó la mirada hacia su cuerpo, ese cuerpo de cuarenta y siete kilos.
– Nunca. -Y entonces, en una muestra extraordinaria de blasfemia, añadió-: Gracias a Dios.
– ¿Qué le pasó a lady Frances? -preguntó Annabel.
– Se fugó. Con un lacayo.
– Santo cielo. Pero debían de estar enamorados ya antes. Nadie se fuga con un lacayo para evitar una boda con un conde.
– ¿Crees que no?
– No -dijo Annabel-. No es práctico.
– No creo que pensara en términos prácticos. Creo que estaba pensando en la posibilidad de casarse con ese… ese…
– No termines la frase, te lo suplico.
Louisa le hizo caso.
– Si alguien quisiera evitar un matrimonio con lord Newbury -continuó Annabel-, creo que debe de haber otras formas mejores de hacerlo que casándose con un lacayo. A menos, por supuesto, que estuviera enamorada del lacayo. Eso lo cambia todo.
– Bueno, ahora da igual. Se marchó a Escocia y nadie ha vuelto a saber de ella. Para entonces, la temporada había terminado. Estoy segura de que lord Newbury ha seguido buscando esposa, pero es mucho más fácil durante la temporada, cuando todo el mundo está en Londres. Además -añadió, por si acaso-, si hubiera estado persiguiendo a otra joven, yo no me habría enterado. Vive en Hampshire.
Mientras que Louisa se había pasado el invierno en Escocia, tiritando de frío en su castillo.
– Y ahora ha vuelto -dijo Annabel.
– Sí, y ahora que ha perdido un año entero, querrá encontrar a alguien deprisa. -Louisa la miró con una expresión horrible, entre lástima y resignación-. Si está interesado en ti, no va a querer perder el tiempo con ningún cortejo.
Annabel sabía que era cierto y sabía que si lord Newbury le proponía matrimonio, le costaría mucho rechazarlo. Sus abuelos ya habían dejado claro que aprobaban la unión. Su madre le habría permitido oponerse, pero estaba a casi cien kilómetros de distancia. Además, ella sabía exactamente la expresión que vería en sus ojos mientras le decía que no tenía que casarse con el conde.
Habría amor, pero también preocupación. Últimamente, la cara de su madre siempre reflejaba preocupación. Durante el primer año después de la muerte de su padre, todo era dolor, pero ahora sólo había preocupación. Annabel creía que su madre estaba tan preocupada por cómo mantener a la familia que ya no tenía tiempo para el dolor.
Si lord Newbury realmente quería casarse con ella, aportaría suficiente seguridad económica a la familia para aliviar las cargas de su madre. Pagaría la enseñanza de sus hermanos, y aportaría cuantiosas dotes para sus hermanas.
Annabel no aceptaría casarse con él a menos que le garantizara esas dos cosas. Por escrito.
Pero se estaba adelantando a los acontecimientos. No le había pedido matrimonio. Y ella todavía no había decidido aceptar la propuesta. ¿O sí?
CAPÍTULO 02
La mañana siguiente…
– Newbury tiene los ojos puestos en otra chica.
Sebastian Grey abrió un ojo para mirar a su primo Edward, que estaba sentado frente a él, comiéndose algo con aspecto de pastel, que, incluso desde el otro lado del salón, tenía un olor repugnante. Le dolía la cabeza, porque había tomado demasiado champán la noche anterior, y decidió que prefería el comedor a oscuras.