– ¿Una hora? -preguntó Annabel, con una voz aguda y profunda.
– Sí, y te alegrará saber que he tenido la oreja pegada a la puerta del despacho todo el tiempo. -Bebió un sorbo y soltó un suspiro de satisfacción-. Tu abuelo se olvidó de mencionar a tu familia de Gloucestershire, así que me tomé la libertad de interceder.
– ¿Interceder?
– Puede que tenga cincuenta y un años…
Eran setenta y uno.
– Pero todavía sé salirme con la mía. -Lady Vickers dejó el vaso en la mesa y se inclinó hacia delante, con un aspecto extraordinariamente complacido consigo misma-. Newbury se encargará de que tus cuatro hermanos estudien hasta la universidad, y pagará una graduación de militar al que la quiera. En cuanto a tus hermanas, sólo he podido sacarle una dote irrisoria, pero es más de lo que tienen. -Bebió un buen trago y chasqueó la lengua-. Y tú has conseguido un conde.
Era todo lo que Annabel había soñado. Todos sus hermanos estarían protegidos. Tendrían todo lo que necesitaban.
– No quiere un compromiso largo -dijo lady Vickers-. Sabes que quiere un hijo, y deprisa. Venga, no me mires así. Sabías que esto iba a pasar.
Annabel meneó la cabeza.
– No… No te estaba mirando de ninguna forma. Es que…
– Por Dios -gruñó lady Vickers-. ¿Tengo que darte la charla?
Annabel esperaba que no.
– La tuve con tu madre y con tu tía Joan. Si voy a tener que hacerlo contigo, voy a necesitar una copa más grande.
– No pasa nada -dijo Annabel, enseguida-. No necesito la charla.
Su abuela la miró fijamente.
– ¿De veras? -le preguntó, muy interesada.
– Bueno, que no la necesito ahora mismo -contestó Annabel con evasivas-. O quizá… nunca. Contigo -continuó, aunque más despacio.
– ¿Cómo?
– Soy de campo -añadió Annabel, con una alegría fingida-. Hay muchos animales y… eh…
– Mira -intervino lady Vickers-, estoy segura de que sabes cosas de las ovejas que yo no quiero ni oír, pero yo sé un par de cosas sobre el matrimonio con un noble con sobrepeso.
Annabel se dejó caer en una butaca. Fuera lo que fuera que su abuela quería compartir con ella, no estaba segura de poder soportarlo estando de pie.
– Todo se reduce a una cosa -dijo lady Vickers, señalándola con un dedo-. Cuando haya terminado, levanta las piernas hacia el techo.
Annabel palideció.
– No, hazlo -insistió su abuela-. Confía en mí. Ayudarás a la semilla a quedarse dentro y cuanto antes te quedes embarazada, antes podrás dejar de acostarte con él. Y esto, querida, es la calve para un matrimonio feliz.
Annabel recogió el libro y se levantó, desplazándose como si estuviera aturdida.
– Voy a tenderme.
Lady Vickers sonrió.
– Por supuesto, querida. ¡Ah! Casi me olvido. Nos vamos de la ciudad esta noche.
– ¿Qué? ¿Adónde? -¿Y cómo iba a decírselo a Sebastian?
– Winifred organiza una fiesta en el campo -dijo su abuela-, y estás invitada.
– ¿Yo?
– Yo también tengo que ir, maldita sea, la muy estúpida…
Annabel se quedó boquiabierta ante aquella serie de improperios, impresionantes incluso para su abuela.
– Odio el campo -gruñó lady Vickers-. Es una pérdida de aire perfectamente bueno.
– ¿Tenemos que ir?
– Por supuesto que tenemos que ir, boba. Alguien tiene que tener la sartén por el mango.
– ¿Qué quieres decir? -le preguntó Annabel, con cautela.
– Es una vaca mañosa, pero Winifred me debe un favor -explicó su abuela, resolutiva-. Así que se ha asegurado de que Newbury también acuda. Sin embargo, no he podido evitar que invitara al otro, también.
– ¿A Seb…? ¿Al señor Grey? -preguntó Annabel, mientras dejaba caer el libro.
– Sí, sí -dijo lady Vickers, bastante malhumorada. Esperó medio segundo, mientras Annabel, con los nervios, dejaba caer el libro de nuevo y, al final, lo dejó encima de la mesa-. Supongo que no puedo culparla -continuó-. Será la invitación de la temporada.
– ¿Y él ha confirmado su asistencia? ¿Aún sabiendo que su tío estará allí?
– ¿Quién sabe? Ha enviado las invitaciones esta tarde. -Lady Vickers se encogió de hombros-. Es muy guapo.
– ¿Qué tiene que ver eso con…? -Annabel cerró la boca. No quería saber la respuesta.
– Nos vamos dentro de dos horas -dijo lady Vickers, mientras se terminaba la copa.
– ¿Dos horas? No puedo estar lista en dos horas.
– Por supuesto que sí. Las doncellas ya han hecho tu equipaje. Winifred no vive demasiado lejos de la ciudad y, en esta época del año, anochece muy tarde. Con buenos caballos, podemos llegar poco después de la puesta de sol. Y prefiero irme esta noche. Detesto viajar por la mañana.
– Has estado muy ocupada -dijo Annabel.
Lady Vickers irguió la espalda y parecía bastante orgullosa de sí misma.
– Sí. Y harías bien de imitarme. Así te he conseguido un conde.
– Pero yo… -Annabel se quedó inmóvil, paralizada por la mirada que le lanzó su abuela.
– Seguro que no ibas a decir que no lo quieres, ¿verdad? -dijo lady Vickers, con los ojos entrecerrados.
Annabel no dijo nada. Nunca había oído ese tono amenazador de su abuela. Muy despacio, meneó la cabeza.
– Bien, porque sé que no querrías hacer nada que pusiera las cosas más difíciles a tus hermanos.
Annabel retrocedió. ¿Era posible que su abuela la estuviera amenazando?
– Oh, por el amor de Dios -le espetó lady Vickers-. No me mires así. ¿Crees que voy a pegarte?
– ¡No! Es que…
– Te casarás con el conde y puedes acostarte con el sobrino en secreto.
– ¡Abuela!
– No pongas esa cara de puritana. No podrías desear nada mejor. Si tienes un hijo con el otro, al menos todo queda en la familia.
Annabel estaba sin habla.
– Ah, por cierto, Louisa también viene. La arrugada de su tía se ha constipado y no puede hacerle de carabina esta semana, así que he dicho que me la llevaría conmigo. No queremos que se marchite en su habitación, ¿verdad?
Annabel meneó la cabeza.
– Perfecto. Prepárate. Nos vamos en una hora.
– Has dicho dos.
– ¿Sí? -Lady Vickers parpadeó y luego se encogió de hombros-. Debo de haberte mentido. Aunque es mejor haberte mentido que no haberte avisado.
Annabel observó, boquiabierta, cómo su abuela salía del salón. Estaba segura de que había sido el día más extraño y trascendental de su vida.
Aunque tenía la sensación de que mañana podía ser todavía más extraño…
CAPÍTULO 19
A la mañana siguiente…
Sebastian sabía, exactamente, por qué lo habían invitado a la fiesta de lady Challis. Nunca le había caído bien y, por tanto, nunca lo había invitado a ninguna de sus fiestas hasta ahora. Pero lady Challis, a pesar de su actitud mojigata, era una anfitriona muy competitiva y, si podía organizar la fiesta del año con Annabel, Sebastian y el conde de Newbury todos bajo el mismo techo, por Dios que lo haría.
A Seb no le entusiasmaba ser la marioneta de nadie, pero no iba a permitir que Newbury pudiera acosar a Annabel como quisiera rechazando la invitación.
Además, le había dicho a Annabel que le daba un día para reflexionar sobre su propuesta, y mantendría su palabra. Si la chica estaba en Berkshire, en casa de lord y lady Challis, él también estaría.
Sin embargo, Seb no era estúpido y sabía que lady Vickers, lady Challis y sus demás amigas apoyarían a Newbury en la batalla por quedarse con Annabel. Y como las mejores guerras nunca se ganaban a solas, sacó a Edward de la cama y lo metió en el carruaje camino de Berkshire. A Edward no lo habían invitado, pero era joven, soltero y, por lo que Sebastian sabía, tenía todos los dientes. Lo que significaba que nadie lo echaría de una fiesta. Nunca.