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“Nosotros como ella tratamos de fundirnos, por la meditación, en Aquello de donde venimos, en Aquello que siempre somos interiormente bajo el manto de las apariencias.”

Por esto, en la historia religiosa de la India, paralela en gran parte a la de la civilización humana, hay dos hechos que pueden considerarse como los más esenciales: la compilación del Código de Manú (muchas de cuyas partes continúan siendo esotéricas todavía hoy y las conocidas lo son muy imperfectamente) y la fundación del Buddhismo. Estos dos grandes acontecimientos, representan las tendencias complementarias de cuya unión resulta una portentosa síntesis de sabiduría. Manú pensó especialmente en los medios de conservar la pureza de la casta brahmánica, porque ella era la depositaria de la iniciación que había de permanecer inmaculada al través de los siglos; Buddha unía a su extraordinaria cabeza de filósofo un inmenso corazón maternal -por decirlo así- donde habían hecho su nido los más dulces y bellos sentimientos de la naturaleza humana, y donde además resplandecía como un Sol, eso que hay de divino en lo más hondo de nosotros mismos.

El corazón de Buddha se abió como una corola de loto, para mostrarse a los siglos, a los dioses y a los hombres, en todo el esplendor de su piedad. Y merced a una sucesión ininterrumpida de Araths, Lamas iniciados, y otros instructores de menor importancia, la piadosa enseñanza del Señor sobre la posibilidad de la liberación y el modo de alcanzarla, no ha extinguido; antes bien ha infiltrándose lentamente en nuestra civilización occidental, como la única tabla salvadora por donde la verdadera fe puede cruzar sana y salva, el abismo del absurdo, evidenciado por la ciencia y en el

cual la falsa fe, cae y perece sin remedio.

Nuestro grabado representa la cuna oriental de nuestra estirpe Aria; el Sol que aparece en el horizonte nos lo revela así. En ángulo de sesenta grados (el de la cristalización del agua, que como sabemos representa la Madre Universal) la flor de loto, emblema de la compasión búddhica, se cruza con la caña de siete nudos (que a su vez simboliza la iniciación secreta), formando la letra X, símbolo de la revelación o sea de la enseñanza que se hace exotérica. Hay dos clases de exoterismo: el de aquello que es vulgar de suyo por su naturaleza inferior, y el de aquello que siendo de elevada naturaleza y esotérico en su esencia, viene a hacerse exotérico y comprensible para muchos, mediante el piadoso esfuerzo del que ha discurrido una forma clara para expresarlo.

Todo Maestro, no es más que una especie de transformador en el que lo esotérico se hace exóterico; claro está que relativamente.

La Compasión hará divulgar la enseñanza septenaria, antes exclusivamente reservada al Yogui Oriental.

Esta es la significación de la lámina VIII.

Lámina 9. El Santuario Interior

El Santuario Interior

En nuestro precedente artículo indicábamos una distinción entre el esoterismo de lo que es vulgar de suyo y el de aquello que elevado en sí y originario de fuentes iniciáticas primitivamente, resulta EXOTÉRICO mediante el esfuerzo de los Maestros por explicarlo o inspirarlo y el de los discípulos por comprenderlo y divulgarlo, tratándose de principios que infiltrados en el ambiente ideológico de una época, dan un impulso al perfeccionamiento humano.

Estos principios, orientando a los que son capaces de interpretarlos con profundidad, se convierten en claves preciosas para descifrar los misterios del oculto saber. Mientras una gran mayoría se limita a considerarlos como simples conocimientos que añadir a su bagaje intelectual y otros tratan de traducirlos en normas de conducta, algunos más sagaces no se conforman con eso y, aquello de la “Philosophia Sagax” que decía Paracelso, procuran desentrañar el fondo esotérico de las revelaciones. De tal suerte es como el exoterismo, está formada por dos llaves: son dos, porque expresan las dos mitades sexuadas de todo conocimiento completo: la tesis y la antítesis que contribuyen para la construcción de la síntesis llevando a una expresión tan evidente de la verdad que esta hácese axiomática y adquiere la capacidad de difundirse por lo cual le conviene el signo de multiplicar.