Выбрать главу

Annika se dio cuenta de que ya no escuchaba lo que decía Ingvar Johansson. Cuando éste llegó a las páginas de ocio se disculpó y abandonó la reunión. Se fue otra vez a la cafetería, encargó pasta con gambas, pan y cerveza sin alcohol. Mientras el microondas giraba detrás del mostrador, se sentó y miró fijamente a la oscuridad. Si forzaba la vista y enfocaba con cuidado podía ver las ventanas del edificio de enfrente. Cuando se relajó sólo vio el reflejo de su imagen en el cristal.

Después de comer reunió a su pequeña redacción, Patrik y Berit, y concertó un encuentro con ellos en su despacho.

– Yo escribiré sobre el terrorismo -dijo Annika-. ¿Sabes algo de la víctima, Berit?

– Sí, bastante -contestó la reportera y miró sus anotaciones-. Los técnicos han encontrado una serie de objetos que le pertenecían. Estaban bastante destrozados, pero han constatado que era un maletín, un filofax y un teléfono móvil.

Se quedó en silencio y vio que Annika y Patrik abrían los ojos.

– ¡Dios mío! -exclamó Annika-. ¿Entonces saben quién es la víctima?

– Seguramente -dijo Berit-, pero se lo callan como muertos. Me costó dos horas sacar esto.

– ¡Es magnífico! -comentó Annika-. ¡Fantástico! ¡Qué buena eres! ¡Bravo! Esto no lo he oído en ninguna otra parte.

Se recostó en la silla, riéndose y aplaudiendo. Patrik sonrió.

– ¿Cómo te va a ti? -preguntó Annika.

– Estoy con los hechos, puedes verlo, está en el ordenador, reconstruido alrededor de la foto del estadio, como dijiste. De la caza del asesino no tengo demasiado, lo siento. La policía ha ido de casa en casa por el puerto durante el día, pero la gente todavía no se ha mudado a las casas de la villa olímpica, así que la zona está bastante vacía.

– ¿Quién es el hombre de oscuro, y quién es el testigo?

– No he conseguido averiguarlo -dijo Patrik.

De repente Annika recordó algo que le había dicho el taxista camino del estadio por la mañana temprano.

– Hay un club ilegal por ahí -comunicó y se enderezó en la silla-. El taxista herido tenía una carrera allí cuando todo estalló. Debe ser alguno de la zona, cliente o personal. Ahí tenemos a nuestro testigo. ¿Hemos hablado con ellos?

Patrik y Berit se miraron.

– ¡Tenemos que ir al puerto y hablar con ellos! -dijo Annika.

– ¿Un club ilegal? -observó Berit escéptica-. ¿Crees que querrán hablar con nosotros?

– ¡Espero que sí! -exclamó Annika-. Nunca se sabe. Pueden hablar anónimamente o hasta off the record, contando sólo algo de lo que vieron o saben.

– No está tan mal, no… -dijo Patrik-. Podríamos sacar algo.

– ¿Ha hablado la policía con ellos?

– En realidad no lo sé, no lo he preguntado -respondió Patrik.

– Okey -añadió Annika-. Yo llamaré a la policía si tú tratas de encontrar a alguien del club ilegal. Llama al taxista herido, lo tenemos oculto en el Royal Viking, y él sabe dónde está exactamente el club. No creo que abran esta noche, el local seguramente está dentro del cordón policial. Pero de cualquier manera habla con el taxista, entérate si tiene el nombre del cliente al que llevó, quizá fue él quien le recomendó el club porque conoce a alguien allí, nunca se sabe.

– Me voy ahora mismo -dijo Patrik, cogió la chaqueta y salió.

Annika y Berit se quedaron sentadas en silencio después de que Patrik saliera.

– ¿En realidad qué piensas de todo esto? -preguntó al fin Annika.

Berit suspiró.

– Me resulta difícil creer que sea un acto terrorista. ¿Contra quién, y por qué? ¿Contra los Juegos Olímpicos? ¿Por qué comenzar ahora? ¿No es un poco tarde para eso?

Annika garabateaba en su bloc.

– Sé una cosa -dijo-. Es de absoluta importancia que la policía detenga al Dinamitero; si no, este país tendrá una resaca como no se conocía desde que dispararon a Palme.

Berit asintió, cogió sus cosas y fue a su mesa.

Annika llamó a su fuente, pero no estaba localizable. Envió a Patrik un correo electrónico con el comentario oficial de la policía sobre el club ilegal. Luego cogió la guía estatal y buscó el nombre del jefe local de Hacienda de Tyresö. Ahí constaba su nombre y el año de nacimiento. A causa de que su nombre era demasiado común no fue posible encontrarlo en la guía de teléfonos, así que tuvo que buscarlo primero en el ordenador. De esa forma consiguió su dirección particular y número de teléfono en pocos segundos.

Contestó a la cuarta señal. Al fin y al cabo era sábado. Annika conectó la grabadora.

– No puedo decir nada del empadronamiento de Christina Furhage -respondió el jefe de Hacienda y pareció como si fuese a colgar.

– Claro que no -contestó Annika tranquila-. Sólo quisiera hacerle algunas preguntas sobre este tipo de empadronamientos y las clases de amenazas.

De fondo, al mismo tiempo, se oían las risas de una gran reunión. Debía de haber llamado en medio de una cena o una fiesta con glög.

– Llámeme mañana a la oficina -dijo el jefe de Hacienda.

– Es que entonces el periódico ya estará impreso -contestó Annika suavemente-. Los lectores tienen derecho a tener un comentario sobre esto mañana mismo. ¿Qué razones les doy a los lectores de su negativa a responder?

El hombre respiraba en silencio en el auricular. Annika sentía cómo sopesaba su respuesta en silencio. Seguramente habría comprendido su alusión a la bebida. Por supuesto, ella nunca escribiría algo así en el periódico, eso no se hace. Pero si las autoridades se negaban a colaborar no dudaba en contraatacar y fanfarronear para conseguir lo que quería.

– ¿Qué quiere saber? -preguntó el jefe fríamente.

Annika sonrió.

– ¿Qué se necesita para que una persona esté protegida en el padrón? -inquirió ella.

Ella ya lo sabía, pero las palabras del hombre al describirlo serían una recapitulación del caso de Christina.

El hombre resopló y se puso a pensar. No lo tenía precisamente en la cabeza.

– Bueno, se necesita una amenaza. No sólo una llamada telefónica, sino algo más, algo serio.

– ¿Una amenaza de muerte? -dijo Annika.

– Sí, por ejemplo. Aunque hace falta algo más, algo que haga que un fiscal dicte una orden.

– ¿Un hecho? ¿Algún tipo de acto violento? -preguntó Annika.

– Sí, algo así.

– ¿Se dictaría una orden de protección en el padrón por algo que fuera menos grave de lo que me ha descrito?

– No, no se haría -respondió el hombre con total seguridad-. Si la amenaza es de una naturaleza menos peligrosa es suficiente con un control en el registro civil.

– ¿A cuántas personas ha tenido que proteger en el padrón desde que está destinado en Tyresö?

– A tres.

– Christina Furhage, su marido y su hija -constató Annika.

– Yo no he dicho eso -respondió el hombre enfadado.

– ¿Qué tipo de amenaza recibió Christina Furhage?

– Eso no puedo comentarlo.

– ¿Qué clase de acto violento motivó la decisión de protegerla en el padrón?

– No puedo decir nada más sobre esto. Ahora cuelgo -dijo el hombre y lo hizo.

Annika sonrió ampliamente. Lo había conseguido. Sin nombrar a Christina, el hombre se lo había confirmado todo.

Después de hacer todavía algunas llamadas de control, escribió su artículo sobre la amenaza y mantuvo la hipótesis terrorista en un nivel razonable. Estaba lista pasadas las once, y Patrik aún no había regresado. Buena señal.