Ella se rió en silencio.
– ¡No lo sabes bien! En un transbordador espacial. Y estaban los tíos de Studio Sex mirando.
– Tendrían envidia -dijo Thomas y se durmió.
Amor
Yo era adulta y había alcanzado cierta posición cuando lo sentí por primera vez. Durante unos segundos cruzó mi soledad universal, nuestras almas se unieron de una forma tan real como nunca antes había sentido. Es interesante haberlo experimentado, no digo nada más, y desde entonces he experimentado esta sensación varias veces. Luego, la mayoría de mis impresiones se pueden resumir como indiferentes y algo agotadoras. Lo digo sin acritud o desilusión, sólo como una constatación. Sólo ahora, estos últimos años, he comenzado a dudar de mis ideas preconcebidas. La mujer que he encontrado y he empezado a querer quizá consiga que todo sea diferente.
Pero en mi interior sé que no es así. El amor es banal. Te embarga con una borrachera química parecida a un triunfo deseado o con una vertiginosa experiencia relacionada con la velocidad. La conciencia queda cegada para todo lo que no sea el propio placer, falsea la realidad y crea un estado de expectativas y felicidad. A pesar del cambio de objeto, la magia nunca ha sido duradera. A la larga no produce otra cosa que cansancio y repugnancia.
El amor maravilloso es siempre imposible. Debe morir mientras vive, como una rosa; su único destino es ser destrozado cuando está en pleno apogeo. Una planta seca o conservada puede otorgar alegría durante muchos años. Un amor que se destruye rápidamente en la cumbre de su pasión tiene la capacidad de hechizar a las personas durante siglos.
El mito del amor es un cuento, tan irreal y falso como un continuo orgasmo.
El amor no debe confundirse con un sincero afecto. Es algo completamente distinto. El amor no «madura», sólo se marchita y, en el mejor de los casos, es reemplazado por el calor y la tolerancia, la mayoría de las veces por exigencias sin pronunciar y por amargura. Esto es así en todos los tipos de amor, tanto entre sexos como entre generaciones y lugares de trabajo. ¿Cuántas veces me habré encontrado con esposas amargadas con los dedos destrozados de lavar y hombres sexualmente frustrados? ¿O con padres sentimentalmente inmaduros y niños abandonados? ¿O con jefes incomprendidos que hace tiempo dejaron de alegrarse de sus trabajos fijos y han pasado exclusivamente a exigir?
Uno puede amar realmente su trabajo. Ese amor para mí siempre ha sido más auténtico que el que hay entre los hombres. La auténtica satisfacción de conseguir algo que me he propuesto excede cualquier otra cosa que haya experimentado. Para mí está claro que la dedicación a la tarea puede ser tan intensa como la que se da a una persona que no se lo merece.
Pensar que mi amada quizá no lo merezca me llena de terror e inseguridad.
Domingo 19 de diciembre
Los domingos siempre han sido el día fuerte de ventas para los periódicos de la tarde. La gente tiene tiempo y ganas de leer algo fácil de digerir, están lo suficientemente relajados para resolver crucigramas o enfrentarse con los juegos de preguntas. Desde hace muchos años la mayoría de los periódicos que se publican en domingo ofrecen un suplemento adicional. La estadística de consumo de periódicos, TS, no incluye la edición del domingo; sólo tiene en cuenta la del resto de la semana.
Sin embargo nada vende mejor que una noticia verdaderamente buena. Si además tiene lugar en sábado, hay potencial para un nuevo all time high [3]. Este domingo era uno de esos días. Anders Schyman lo comprendió inmediatamente cuando un mensajero le entregó los dos periódicos de la tarde en su casa de Saltsjöbaden. Los llevó a la mesa de la cocina, donde su mujer le servía el café.
– ¿Está bien? -preguntó su mujer, pero él sólo gruñó por respuesta. Este era el momento mágico del día. Sus nervios se tensaban y se concentraba vigorosamente en los periódicos, colocaba los dos frente a él sobre la mesa y comparaba las primeras páginas. Constató que Jansson lo había conseguido de nuevo y sonrió. Los dos periódicos habían propuesto la hipótesis terrorista, pero el Kvällspressen era el único que añadía la noticia de la amenaza a la directora general Christina Furhage. La portada del suplemento de Kvällspressen era mejor, tenía más famosos en los recuadros y una foto más espectacular del estadio. Esbozó una sonrisa aún más amplia y se relajó.
– Sí, gracias -le dijo a su mujer y buscó la taza de café-. En realidad está muy bien.
Lo primero que Annika oyó fueron las voces de los dibujos animados del Canal 3 matutino. Los aullidos y los efectos especiales se filtraban bajo la puerta del dormitorio como una cascada histérica. Se puso la almohada sobre la cabeza para no oírlos. Éste era uno de los pocos inconvenientes de tener hijos: los afectados actores de segunda que doblaban al sueco Darkwing Duck eran más de lo que podía aguantar. Thomas, como de costumbre, no oyó nada. Él continuaba durmiendo con la manta enredada entre las piernas.
Se quedó tumbada e inmóvil, durante un momento, y sintió que estaba cansada; el dolor de piernas no había desaparecido del todo. Las cavilaciones sobre el Dinamitero le rondaron de nuevo; creía haber soñado con el atentado. Siempre le ocurría lo mismo cuando surgía una gran noticia: entraba en un largo túnel del que no salía hasta que la historia había pasado completamente. A veces se obligaba a detenerse y hacer una pausa para tomar aliento, tanto por ella misma como por los niños. A Thomas no le gustaba que se concentrara tanto en su trabajo.
– Sólo es un trabajo -solía decir-. Parece que siempre tengas que escribir como si fuera cuestión de vida o muerte.
«Es que siempre es así, por lo menos en mi trabajo», pensaba Annika.
Suspiró, apartó la almohada y la manta y se incorporó. Se puso en pie y se bamboleó un momento, aún más cansada de lo que pensó en un primer momento. La mujer que se reflejaba en el cristal de la ventana del dormitorio parecía tener cien años. Suspiró de nuevo y se dirigió a la cocina.
Los peques ya habían comido. Los platos estaban sobre la mesa de la cocina, nadando en pequeños lagos de productos lácteos derramados. Kalle ya podía coger él mismo el yogur y los cereales. Después de quemarse con el tostador había dejado de servirle a Ellen pan tostado con mantequilla de cacahuete, que era uno de sus desayunos favoritos.
Puso agua para el café y fue a ver a los niños. La recibieron gritos de júbilo antes de entrar en la habitación.
– ¡Mamá!
Cuatro brazos y otros tantos ojos hambrientos corrieron a su encuentro, bocas húmedas la besaron y la abrazaron y le aseguraron que «mamá, mamá, querida mamá, te hemos echado de menos, mamá ¿dónde estabas ayer, estuviste trabajando todo el día?, ayer no viniste a casa, mamá, nos dormimos…».
Los acunó a ambos en su regazo, en cuclillas en la puerta del salón.
– Ayer compramos una película nueva, Estás loca, Madicken. Daba mucho miedo, un señor pegaba a Mia, ¿quieres ver mi dibujo? ¡Es para ti!
Los dos se desenredaron de sus brazos al mismo tiempo y salieron corriendo cada uno por su lado. Kalle fue el primero en regresar a sus brazos, con la funda de la película del libro de Astrid Lindgren sobre su amiga de la infancia.
– El director del colegio era muy tonto, azotó a Mia porque le cogió el monedero -dijo Kalle seriamente.
– Lo sé, eso no está bien -respondió Annika y acarició el pelo del niño-. Eso pasaba antes en la escuela. Horrible, ¿verdad?
– ¿Ahora también pasa eso en la escuela? -preguntó Kalle preocupado.
– No, ya no -contestó Annika y le besó en la mejilla-. Nunca jamás nadie le hará daño a mi niño.
Se oyó un grito terrible desde el cuarto de los pequeños.