Ingvar Johansson miraba fijamente al suelo.
– ¿Qué más tenemos?
Nadie dijo nada. Annika esperó en silencio. Esto era realmente desagradable.
– ¿Bengtzon?
Irguió la espalda y miró sus papeles.
– Berit hace «su último día», yo he visitado a la familia.
– Sí, eso, ¿qué tal fue? -inquirió Schyman.
Annika reflexionó.
– Hay que decir que el hombre estaba algo desconcertado. La hija estaba totalmente descontrolada, a ella no la saco. La pregunta es si publicamos algo. Podemos ser muy criticados por haber hablado con el marido.
– ¿Le engañaste para conseguir hablar con él? -preguntó Anders Schyman.
– No, por supuesto que no -respondió Annika.
– ¿Se mostró reacio de alguna manera?
– En absoluto. Nos pidió que fuéramos para poder contarnos cosas de Christina. He escrito lo que dijo, no fue mucho. Está en la lata.
– ¿Tenemos alguna foto? -indagó Schyman.
– Una foto maravillosa que ha sacado Henriksson -informó Pelle Oscarsson-. El viejo está junto a la ventana y las lágrimas brillan en sus párpados. ¡Cojonuda!
Schyman miró inexpresivo al redactor gráfico.
– ¡Vaya! Quiero ver esa foto antes de que llegue a la rotativa.
– Por supuesto -dijo Pelle Oscarsson.
– Muy bien -informó Schyman-. Quiero que discutamos otra cosa también y lo mejor es que lo hagamos de una vez.
Se pasó las manos por el pelo de forma que quedó de punta, se estiró para coger una taza de café pero cambió de idea. Annika sintió por alguna razón que el pelo de la nuca se le erizaba. ¿Había cometido otro error?
– Hay un asesino suelto -anunció el director, que sabía latín-. Quiero que seamos conscientes de esto cuando publiquemos fotos y entrevistas con las personas del círculo de Christina Furhage. Casi todos los asesinatos son cometidos por alguien cercano a la víctima. Según parece, en este caso también. El Dinamitero puede ser alguien que quería vengarse de Christina.
Se calló y dejó que la mirada recorriera la mesa. Nadie dijo nada.
– Bueno, ¿entendéis lo que digo? -preguntó-. Estoy pensando en el asesinato de Bergsjön, ¿os acordáis? La niñita que fue asesinada en el sótano y todo el mundo se conmovió con las lágrimas de la madre, mientras el padre era sospechoso. Después resultó que la asesina era la madre.
Levantó la mano adelantándose a las inmediatas protestas.
– Sí, sí, lo sé, no podemos ser policías y nosotros no debemos juzgar, pero creo que deberíamos tenerlo en cuenta.
– Estadísticamente tendría que ser su marido -dijo Annika de golpe-. Los compañeros y los maridos son los causantes de casi todos los asesinatos de mujeres.
– ¿Puede ser así en este caso?
Annika pensó un momento.
– Bertil Milander está viejo y encorvado. Me resulta difícil verle corriendo por el estadio cargado de explosivos. Aunque no tiene por qué haberlo hecho él mismo. Puede haber contratado a alguien.
– ¿Tenemos a alguien más que pueda ser sospechoso? ¿Qué clase de personas hay en el comité organizador?
– Evert Danielsson, jefe del comité -informó Annika-. Los subdirectores de las distintas secciones: acreditación, transporte, estadios, competiciones, villa olímpica. Son muchos. El presidente del consejo de dirección, Hasse Bjällra. Los miembros del consejo de dirección, aquí tenemos tanto al alcalde como a los ministros…
Schyman resopló.
– Okey, no tiene sentido pensar en eso. ¿Qué más vamos a meter en el periódico?
Ingvar Johansson expuso el resto de la lista: una estrella de música pop que había conseguido permiso para construir un jardín de invierno a pesar de las quejas de los vecinos, un gato que había sobrevivido a cinco mil vueltas dentro de una centrifugadora, una victoria sensacional de bandy y nuevas cifras de audiencia récord para el programa de entretenimiento del sábado de Kanal 1.
Terminaron la reunión bastante rápido, Annika se apresuró a volver a su despacho. Cerró la puerta detrás de sí y se sintió completamente mareada. Por una parte se había olvidado de comer y por otra notaba que las luchas de poder en las reuniones de redacción la machacaban físicamente. Se agarró a la mesa mientras se dirigía a la silla. Acababa de sentarse cuando alguien llamó a la puerta y el director entró.
– ¿Qué ha dicho tu fuente? -preguntó éste.
– Fue una acción personal -respondió Annika y abrió el último cajón del escritorio. Si no recordaba mal, ahí debía haber un bollo de canela.
– ¿Contra Furhage misma?
El bollo estaba mohoso.
– Sí, no contra los Juegos. Los códigos de alarmas los tiene un grupo muy reducido. La amenaza contra ella no tenía nada que ver con los Juegos Olímpicos. Procedía de un familiar.
El director silbó.
– ¿Qué puedes escribir sobre esto?
Ella hizo una mueca.
– En realidad, nada. Que había serias amenazas contra sus familiares cercanos es difícil de escribir; en todo caso su familia debería comentarlo y no quieren. Se lo pregunté hoy. Prometí guardar silencio sobre los códigos de las alarmas. Los códigos, junto con lo del maletín desaparecido, son las pistas que en principio tiene la policía.
– Es lo que te cuentan ellos, claro -dijo Schyman-. No es seguro que te lo digan todo.
Annika miró sobre la mesa.
– Voy a ver a Nils Langeby y preguntarle a qué coño juega. No te vayas a ningún sitio, ahora vuelvo.
Se levantó y cerró la puerta cuidadosamente. Annika continuó sentada, con la cabeza vacía y el estómago aún más. Tenía que comer algo antes de desmayarse.
Thomas no regresó a casa con los niños hasta cerca de las seis y media. Los tres estaban empapados, agotados y felices. Ellen casi se durmió en el trineo de vuelta a casa desde el Kronobergsparken, pero una canción más y una pequeña guerra de bolas de nieve la habían animado y había vuelto a reírse. Ahora todos cayeron juntos, amontonados en el recibidor y se ayudaron con la ropa mojada. Cada peque le cogió un pie para quitarle las botas hasta que él simuló romperse. Luego los metió en el baño con agua muy caliente, y allí se quedaron mientras él cocinaba una papilla de sémola. Auténtica comida de domingo por la noche: papilla blanca con mucha canela y azúcar y rebanadas de pan de centeno con jamón. Aprovechó para lavarle el largo pelo a Ellen y acabó el bote de acondicionador de Annika; la niña tenía el pelo delicado. Pudieron comer en albornoz, luego los tres se metieron en la cama de matrimonio y leyeron Bamse. Ellen se durmió después de dos páginas, pero Kalle escuchó todo el cuento con los ojos abiertos.
– ¿Por qué el papá de Burre es tan malo siempre? -pregunte después-. ¿Es porque está en el paro?
Thomas reflexionó. Debería poder contestar a eso, siendo como era subsecretario del sindicato de trabajadores municipales.
– Uno no es tonto y malo por estar en el paro -dijo-. Sin embargo uno puede acabar en el paro si es muy tonto y malo. Nadie quiere trabajar con alguien así, ¿no crees?
El niño pensó un momento.
– Mamá dice a veces que soy tonto y malo con Ellen. ¿Crees que me darán algún trabajo?
Thomas cogió al niño entre sus brazos y le sopló el pelo mojado, lo acunó lentamente y sintió su calor húmedo.
– Tú eres un niñito fantástico, y conseguirás el trabajo que quieras cuando seas mayor. Pero mamá y yo nos entristecemos cuando tú y Ellen os peleáis, y tú puedes ser muy chinche. No está bien chinchar y pelear. Tú y Ellen os queréis, pues sois hermanos. Por eso es mucho mejor para todos que seamos amigos en esta familia…