Evert Danielsson asintió nervioso.
– Sí, yo también quiero que esto se haga de forma digna…
– Me alegro de que estemos de acuerdo. El comunicado de prensa informará de que dejas tu puesto como jefe del comité de Stockholm Organizing Committee of the Olympic Games. La razón es que tras la trágica muerte de Christina Furhage, tú tendrás otras ocupaciones. Aún no está claro cuáles serán, pero se elaborarán con tu participación. Nada de despido, nada de chivo expiatorio, nada de compensaciones. Toda la junta está de acuerdo en guardar silencio. ¿Qué dices?
Evert Danielsson dejó que las palabras reposaran. Era mucho mejor de lo que había pensado. Era casi un ascenso. Sus manos soltaron el escritorio.
– Sí, me parece muy bien -dijo.
– Hay un par de cosas que me gustaría hablar contigo -le dijo Annika a Eva-Britt-. ¿Puedes venir un momento?
– ¿Por qué? Me lo puedes decir aquí. Tengo mucho que hacer.
– Ven. Ahora mismo -exclamó Annika y fue a su despacho y dejó la puerta abierta. Oyó que Eva-Britt tecleaba en su ordenador demostrativamente durante unos segundos, luego la mujer se colocó en el umbral de la puerta con los brazos cruzados. Annika se sentó detrás del escritorio y señaló la silla de al lado.
– Siéntate y cierra la puerta.
Eva-Britt se sentó sin cerrar la puerta. Annika suspiró, se levantó y cerró la puerta. Notó que temblaba ligeramente; las confrontaciones siempre eran desagradables.
– Eva-Britt, ¿qué pasa?
– ¿Qué? ¿Qué quieres decir?
– Pareces tan… enfadada y triste. ¿Ha pasado algo?
Annika se inclinó hacia adelante y notó como Eva-Britt cruzaba los brazos y las piernas en una posición inconscientemente defensiva.
– Has estado muy extraña conmigo estas últimas semanas. Ayer acabamos enemistadas…
– Así que esto es una especie de reprimenda por no ser suficientemente simpática contigo.
El enfado de Annika aumentaba por momentos.
– No, tiene que ver con que tú no haces lo que debes. No le diste prioridad al material de ayer, no escribiste ningún resumen, te fuiste a casa sin avisar. Yo no sabía que el correo era una de tus funciones anteriores; no fui yo, sino Schyman quien sugirió que volvieras a ocuparte de ello. Tienes que cooperar con nosotros, si no esta sección no va a funcionar.
La mujer la miró fríamente.
– Esta sección funcionaba muy bien antes de que tú llegaras.
La conversación no llevaba a ninguna parte. Annika se levantó.
– Okey, a la mierda con esto. Tengo que llamar por teléfono. ¿Has examinado todo lo que tenemos sobre Christina Furhage? ¿Archivos, libros, fotos, artículos, base de datos…?
– Todos los escondrijos -respondió Eva-Britt Qvist y salió.
Annika se quedó con un agrio sabor a desilusión en la boca. No era una buena jefa, era una directiva sin valor que no sabía congraciarse con el personal. Se sentó y golpeó la frente contra el teclado. ¿Qué iba a hacer ahora? Sí, claro, el departamento de prensa de la policía. Levantó la cabeza, cogió el auricular y marcó su número directo.
– Deberías comprender que cuando escribes sobre todo lo que sabemos dificultas nuestro trabajo -anunció el jefe de prensa de la policía-. Algunas cosas no deben llegar a conocimiento del público, porque dificultan la investigación.
– ¿Pero entonces por qué nos lo contáis todo? -preguntó Annika inocentemente.
El jefe de prensa suspiró.
– Sí, eso hay que sopesarlo. Hay cosas que podemos contar, pero eso no significa que puedas escribir sobre todo ello en el periódico.
– Pero querido -respondió Annika-. ¿Quién tiene la posibilidad y la responsabilidad de decidir qué sale y qué no? No puedo ser yo ni mis colaboradores los que nos sentemos a decidir qué es más conveniente para vuestra investigación. Sólo intentarlo ya sería un error laboral.
– Seguro, claro, no era eso lo que yo quería decir. Pero esto de los códigos de alarmas… fue una verdadera pena que saliera a la luz.
– Sí, y lo siento. Como habrás visto no se habla de los códigos de alarmas en el texto. Simplemente es una palabra errónea en el titular. Siento mucho que esto haya podido perjudicar el trabajo policial; por eso creo que lo más importante es que de ahora en adelante tengamos un diálogo fluido.
El jefe de prensa se rió.
– Sí Bengtzon, eres una experta en darle la vuelta a la tortilla. ¡Si estuviéramos más cerca, dentro de poco tendrías el despacho junto al inspector jefe!
– No es mala idea -dijo Annika y sonrió-. ¿Qué tenemos hoy?
El policía se puso serio.
– No te lo puedo decir todavía.
– Vamos, tenemos diecisiete horas de plazo; no saldrá hasta mañana al mediodía. Algo podrás soltar.
– Ahora que ya se sabe, te puedo decir lo que pasa. Seguimos trabajando con las personas que de alguna manera tenían acceso a los códigos de alarmas. El asesino está entre ellos, estamos seguros.
– ¿Así que el estadio tenía las alarmas conectadas aquella noche?
– Sí.
– ¿Cuántas personas son?
– Las suficientes como para que estemos muy ocupados. Ahora tengo que contestar otra llamada…
– Una cosa más -dijo Annika rápidamente-. ¿Tomó Christina Furhage un taxi después de medianoche la noche en que murió?
– ¿Por qué preguntas eso? -indagó él.
– Me han dado esa información. ¿Es correcta?
– Christina Furhage tenía chófer privado. El chófer la llevó al bar donde tenía lugar la fiesta. Luego ella le dio la noche libre y él se quedó en la fiesta. Christina Furhage tenía cuenta de cliente con Taxi Stockholm, pero por lo que sabemos, no la utilizó esa noche.
– ¿Adónde fue después de la fiesta, entonces?
El jefe de prensa se quedó un momento en silencio, luego dijo:
– Son de esas cosas que no pueden salir a la luz, tanto por la investigación como por Christina Furhage.
Colgaron y Annika se sintió más desconcertada que nunca. Había muchas cosas que no encajaban. Primero, los códigos de alarmas. Si había muchos que tenían acceso a ellos, ¿por qué era tan peligroso que se hiciera público? ¿Qué se ocultaba tras la perfecta Christina Furhage? ¿Por qué mintió Helena Starke? Llamó a su fuente, pero no contestó. Si estaba, tenía toda la razón de sentirse enfadado con ella.
Llamó a recepción para preguntar si Berit o Patrik habían comunicado a qué hora llegarían. A las dos de la tarde, habían informado ambos antes de irse a casa la noche anterior.
Puso los pies sobre la mesa y comenzó a hojear el montón de periódicos. El Fina Morgontidningen había encontrado una cláusula interesante en el protocolo jurídico que regulaba los derechos de franquicia entre el comité organizador, es decir los Juegos de Estocolmo, y el Comité Olímpico Internacional. Había cantidad de convenios entre el comité organizador y el COI, no sólo sobre los derechos de los Juegos sino también sobre quién era el patrocinador internacional, el nacional y el local. El Fina Morgontidningen había encontrado una cláusula que daba derecho al patrocinador principal a retirarse de los Juegos si el estadio olímpico no estaba listo antes del uno de enero del año en el que se celebraban los Juegos Olímpicos. Annika no tuvo fuerzas para leer todo el artículo. Si no recordaba mal, había millares de cláusulas y, para ella, lo que contenían no tenía un especial interés, a no ser que una de las partes pensara utilizarlas. Pero el redactor del artículo no había conseguido hablar con el patrocinador principal. Se baja el telón.
El Konkurrenten había hablado con unos cuantos compañeros de trabajo de Christina, entre ellos el chófer privado, pero no con Helena Starke. El chófer le contó al periódico que había conducido a Christina al bar, que estaba tan contenta y amable como siempre, ni preocupada ni inquieta. Estaba muy apenado, pues ella era una patrona maravillosa y una persona encantadora.