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Se fue a la cocina a fumar un cigarrillo. A Christina no le gustaba que fumase, pero ahora ya no importaba. Ya nada importaba. Estaba sentada en la penumbra de la cocina y acababa de dar una segunda calada al cigarrillo cuando sonó el teléfono que tenía sobre el alféizar de la ventana.

Era la persona de anoche, aquella mujer del Kvällspressen.

– No sé si tengo ganas de hablar con usted -contestó Helena Starke.

– No necesita hacerlo… ¿Fuma?

– Sí, fumo, ¿y qué? ¿A usted qué diablos le importa?

– Nada. ¿Por qué la llaman «la matona» de Christina?

La mujer se quedó estupefacta.

– ¿Qué quiere de mí?

– Vuelvo a repetirle que nada. Es Christina quien me interesa. ¿Por qué no mencionaba a su hijo? ¿Le daba vergüenza?

La cabeza, de Helena Starke comenzó a dar vueltas. Se sentó y apagó el cigarrillo. ¿Cómo podía esta persona saber algo acerca del hijo de Christina?

– Murió -dijo-. El niño murió.

– ¿Murió? ¿Cuándo?

– Cuando tenía… cinco años.

– Vaya, es horrible. Cinco años, los mismos que Kalle.

– ¿Quién?

– Mi hijo; tiene cinco años. Lo siento. ¿De qué murió?

– Un melanoma maligno, un tipo virulento de cáncer de piel.

– Disculpe por… perdone. No sabía que…

– ¿Algo más? -preguntó Helena Starke y trató de parecer lo más fría posible.

– Sí, varias cosas. ¿Tiene tiempo para hablar conmigo un rato?

– No, tengo que lavar la ropa.

– ¿Lavar?

– ¿De qué se asombra?

– No, no, sólo que… quiero decir, usted conocía bien a Christina, era íntima suya, no creía que usted hiciera estas cosas tan…

– ¡Sí, la conocía bien! -gritó Helena Starke, los ojos arrasados en lágrimas-. ¡Yo la conocía mejor que nadie!

– Aparte de la familia, quizá.

– ¡Sí, eso mismo, la jodida familia! Ese viejo senil y la pirada de su hija. ¿Sabía que es una pirómana? Sí, sí, está completamente loca, se ha pasado la juventud en un psiquiátrico para jóvenes. Prendía fuego a todo lo que encontraba. La casa de la juventud de Botkyrka que ardió hace seis años, ¿se acuerda? Fue ella, fue Lena, un caso psiquiátrico, no se la podía dejar en habitaciones amuebladas.

Lloró sobre el auricular, en voz alta y descontrolada; ella misma oyó lo horrible que sonaba, como un extraño animal atrapado en algún sitio. Colgó y dejó que los brazos cayeran sobre la mesa, la frente aterrizó también encima de las migas sobre el tablero, y lloró y lloró hasta que se hizo completamente de noche y se sintió exhausta.

Annika apenas podía creer lo que había oído. Se quedó sentada un rato con el auricular a diez centímetros de la oreja, escuchando en silencio el insoportable grito de Helena Starke.

– ¿Qué pasa? ¿Por qué estás así? -preguntó Anne Snapphane y puso una taza de café llena de glögg y un montón de galletas de especias sobre la mesa.

– No es nada -dijo Annika y colgó lentamente el teléfono.

Anne Snapphane dejó de mordisquear su galleta.

– Pareces destrozada. ¿Qué ha pasado?

– Acabo de hablar con una persona que conocía a Christina Furhage. Fue un poco fuerte.

– ¿Sí?, ¿por qué?

– Comenzó a llorar, a llorar de verdad. Y eso siempre es desagradable, cuando una aprieta demasiado.

Anne Snapphane asintió y señaló la taza y el montón de galletas.

– Vamos a montaje y así puedes ver el comienzo de nuestro programa de Nochevieja. Cosas que nosotros recordamos y ellos preferirían olvidar, se llama. Es sobre famosos y escándalos.

Annika dejó el abrigo pero se colgó el bolso del hombro y se bamboleó detrás de Anne con todas las galletas de especias. Había muy poca gente en la emisora; la temporada de producciones había terminado y la siguiente no comenzaría hasta después de las fiestas.

– ¿Ya sabes qué vas a hacer la próxima temporada? -preguntó Annika, mientras bajaban la escalera de caracol hacia el departamento técnico.

Anne Snapphane hizo una mueca.

– ¿Tú qué crees? Nada. Al menos espero salir de Sofá de mujer; he presentado todos los enfoques posibles cientos de veces. Él me traicionó con mi amiga, mi amiga me traicionó con mi hijo, mi hijo me traicionó con el perro… ¡vaya mierda!

– ¿Qué quieres hacer?

– Cualquier cosa. Quizá me vaya a Malaisia en primavera como reportera en un nuevo proyecto. Dos grupos vivirán en una isla desierta y tendrán que apañárselas solos antes de regresar. ¿Divertido, verdad?

– Me parece aburridísimo -contestó Annika.

Anne Snapphane la observó compasivamente y torció por otro pasillo.

– Es una suerte que no seas la jefa de programación. Creo que habrá críticas endiabladas y récord de audiencia. Aquí está.

Entraron en una habitación llena de monitores de televisión, cintas beta, mesa de mezclas, paneles de control y cables. La habitación era algo más grande que las pequeñas cabinas de control de las redacciones de noticias de televisión. Aquí había hasta un sofá, dos sillones y una mesa en la esquina. En una silla de oficina, frente a la gran mesa de control estaba el editor, un chico joven que se encargaba de la parte técnica del programa, y miraba fijamente una pantalla de televisión donde las imágenes pasaban sin parar. Annika le saludó y se sentó en uno de los sillones.

– Pasa la cinta -pidió Anne y se recostó en el sofá.

El chico cogió una cinta beta y la metió en uno de los aparatos reproductores. Una imagen flameó en el monitor más grande y apareció un reloj con la cuenta atrás. Luego surgió la carátula del programa de Año Nuevo y el conocido presentador entró en el plató bajo los aplausos del público. Presentaba el programa, que trataría de un político que había vomitado en la zona de servicios del Café de la Opera, el divorcio más famoso del año, meteduras de pata en la televisión y otras cosas.

– Okey, baja el sonido -pidió Anne-. ¿Qué te parece? ¿Bien, no?

Annika asintió y sorbió un trago de glögg. Estaba bastante fuerte.

– ¿Conoces a una tal Helena Starke? -preguntó

Anne acabó la galleta y pensó.

– Starke… me suena mucho. ¿Qué hace?

– Trabaja en el comité de los Juegos Olímpicos con Christina Furhage. Vive en Söder, tiene cerca de cuarenta años, pelo negro corto…

– Helena Starke, sí, ¡ya sé! Es una activa lesbiana, un marimacho.

Annika miró escéptica a su amiga.

– ¡Venga ya! ¿Qué es eso de marimacho?

– Trabaja activamente en el RFSL, escribe artículos de debate y cosas de ésas. Intenta acabar con la imagen delicada que tienen las lesbianas; suele escribir despectivamente sobre el sexo suave, «normal», por ejemplo.

– ¿Cómo lo sabes?

Ahora fue Anne Snapphane quien la miró con escepticismo.

– Por favor, ¿qué crees que hago durante todo el día? No existe un loco en este país de quien no tenga su número de teléfono. ¿Cómo crees que hacemos los programas?

Annika arqueó las cejas en actitud de disculpa y apuró su glögg.

– ¿Estuvo Starke en el Sofá?

– No, no había manera. Ahora que lo pienso, creo que lo intentamos bastantes veces. Ella reconocía su sexualidad, dijo, pero no pensaba dejarse explotar.