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– ¿No me has traído una a mí? -le reprochó Nils Langeby ofendido cuando entró en el despacho.

«Respira hondo», pensó Annika y se sentó a su mesa.

– No -contestó-. No sabía que quisieras café. Pero tienes tiempo de ir por uno, si te das prisa.

El hombre no se movió de su sitio. Los otros entraron y se sentaron.

– Okey -comenzó Annika-. Cuatro cosas. Una: la caza del Dinamitero; ahora la policía debe tener pistas. Tenemos que conseguirlas hoy. ¿Alguien tiene un buen contacto?

Dejó la pregunta en el aire, la mirada voló por las personas de la habitación, Patrik pensaba a conciencia, Ingvar Johansson se mostraba indiferente, Eva-Britt Qvist y Nils Langeby esperaban a que ella metiera la pata.

– Yo puedo investigar un poco -dijo Patrik.

– ¿Qué creía la policía ayer noche? -inquirió Annika-. ¿Te pareció que buscaban nexos entre las víctimas?

– Sí, por supuesto -respondió Patrik-. Cualquier cosa, podrían muy bien ser los mismos Juegos, pero algo me hace pensar que hay más. Parecen estar concentrados y callados, probablemente esperando una pronta detención.

– Tenemos que estar encima -dijo Annika-. No nos vale sólo vigilar la radio de la policía y confiar en los soplos; debemos prever si habrá alguna detención. La foto del Dinamitero esposado entrando en un coche de policía sería una exclusiva mundial.

– Intentaré conseguir algo -dijo Patrik.

– Bien, yo también haré algunas llamadas. Dos: sé que había una conexión, las víctimas se conocían. Estuvieron sentados juntos en la fiesta de Navidad de la semana pasada.

– ¡Dios mío! -exclamó Patrik-. ¡Esto es buenísimo!

Ahora Ingvar Johansson también se despertó.

– ¡Imagina que hubiera una foto! -dijo él-. ¡Increíble! Imaginad la foto: las víctimas de las explosiones abrazándose bajo el muérdago, y luego el titular: «Ahora Ambos Están Muertos».

– Yo me ocupo de las fotos -informó Annika-. Puede que haya más conexiones entre las víctimas. Estuve con Evert Danielsson esta mañana. Cuando le describí a Stefan Bjurling, supo al momento quién era. «Steffe», dijo. Es posible que Christina Furhage también lo conociera, antes de la fiesta de Navidad.

– ¿Por qué fuiste a ver a Danielsson? -preguntó Ingvar Johansson.

– Quería hablar -contestó Annika.

– ¿Sobre qué? -inquirió Ingvar Johansson, y Annika comprendió que le había tendido una trampa. Ahora tenía que decir algo; si no tendría el mismo problema que en la reunión de las seis de la tarde del lunes, y no quería que eso sucediera, especialmente estando presentes Nils Langeby y Eva-Britt Qvist.

– Dijo que creía que Christina Furhage era lesbiana -contestó-. Creía que Christina Furhage tenía una relación con una mujer de la oficina, Helena Starke, pero no tenía pruebas. Dijo que sólo era una corazonada.

Todos permanecieron en silencio.

– Tres: ¿estaba Stefan amenazado? ¿Alguien sabe algo? ¿No? Okey, yo me encargo. Y por último, cuatro: ¿qué pasa ahora? ¿La seguridad, los Juegos? ¿Estará todo listo a tiempo? ¿Qué grupos terroristas están controlando etc., etc.? ¿Estáis trabajando en ello en la redacción general?

Ingvar Johansson resopló.

– ¡No, joder! Hoy apenas tenemos reporteros. Todos se han tomado el día libre.

– Nils, ¿puedes encargarte? -dijo Annika. Lo formuló como una pregunta pero en realidad era una orden.

– ¡Vaya! -respondió Nils Langeby-. Me pregunto cuánto tiempo tenemos que estar aquí sentados escuchando esto.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Annika irguiéndose.

– ¿Tenemos que estar aquí sentados como escolares mientras nos metes el trabajo por la boca? ¿Y dónde coño está el análisis? ¿La reflexión? ¿El razonamiento? Eso que solía ser la seña de identidad del Kvällspressen, ¿no?

Annika pensó un instante cómo reaccionar. Podía afrontar la situación: le pediría a Nils Langeby que precisara, le crucificaría al no poder hacerlo, le acorralaría en una esquina y le asustaría. Tardaría por lo menos una hora… pero todo el cuerpo le decía que no tenía fuerzas.

– Sí, entonces encárgate tú de eso -contestó en cambio y se levantó-. ¿Algo más?

Primero salieron Ingvar Johansson y Patrik, luego les siguieron Eva-Britt Qvist y Nils Langeby. Pero al llegar a la puerta Nils Langeby se detuvo y se dio la vuelta.

– Es una pena que esta sección haya perdido calidad -dijo-. Ahora sólo hacemos mierda. ¿No te das cuenta de que siempre nos superan los otros medios?

Annika se acercó a él y sujetó la puerta.

– Ahora no tengo tiempo para esto -respondió sofocada-. Sal de aquí.

– Me parece lamentable que un jefe no pueda aceptar una simple sugerencia -respondió Nils Langeby. Salió provocativamente despacio.

«Ya no sé qué hacer con este hombre -se dijo Annika-. La próxima vez que se queje le voy a partir la boca.»

Cerró la puerta para poder pensar, se fue a la mesa y se sentó. Buscó en la guía telefónica Bygg &Rör y encontró un número de móvil al final de la lista. Resultó ser, por supuesto, el del director de la compañía, un hombre de mediana edad que se encontraba en alguna obra.

– Sí, estuve en la fiesta de Navidad -respondió.

– ¿Por casualidad tenía una cámara? -preguntó Annika.

El hombre le dijo algo a alguien a su lado.

– ¿Una cámara? No, no tenía. ¿Por qué?

– ¿Sabe si alguien tenía una? ¿Nadie sacó fotos?

– ¿Qué? Está allí, detrás del andamio. Fotos, sí, seguro. ¿Por qué lo pregunta?

– ¿Sabe si Stefan Bjurling llevó alguna cámara?

El hombre permaneció un rato en silencio, sólo se oía el ruido de unas máquinas. Cuando el director habló, el tono era distinto.

– Oiga señora, ¿de dónde dice que llama?

– Le dije que del periódico Kvällspressen, me llamo Annika Be…

Él colgó.

Annika colgó el teléfono y pensó un momento. ¿Quién podía haber sacado una foto de Stefan Bjurling junto a la mundialmente famosa directora general de los Juegos?

Respiró profundamente un par de veces y luego marcó el número de teléfono de la casa de Eva Bjurling, en Farsta. La voz de la mujer, al contestar, sonó cansada pero serena. Annika pronunció las típicas palabras de condolencia, pero la mujer la cortó.

– ¿Qué quiere?

– Me preguntaba si su marido conocía a Christina Furhage, la directora general del comité -dijo Annika.

La mujer pensó.

– Yo por lo menos no -respondió-. Pero seguro que Steffe la conocía; a veces hablaba de ella.

Annika encendió el magnetófono.

– ¿Qué decía?

La mujer resopló.

– No sé. Hablaba de ella, decía que era una tía fuerte y eso. No recuerdo…

– Pero no le dio la impresión de que se conocieran personalmente.

– No, no le podría decir. ¿Qué le hace pensarlo?

– Sólo me lo preguntaba. Estuvieron sentados juntos en la fiesta de Navidad la semana pasada.

– ¿Sí? Steffe no me dijo nada. Dijo que fue una fiesta muy aburrida.

– ¿Llevó alguna cámara a la fiesta?

– ¿Steffe? No, nunca. Pensaba que eran una estupidez.

Annika dudó unos segundos, pero luego se decidió a hacer la pregunta que en realidad quería hacer.

– Perdone si le parezco inoportuna, pero ¿cómo puede estar tan serena?

La mujer resopló de nuevo.

– Por supuesto que estoy triste, pero Steffe no era precisamente el mejor hijo de Dios -respondió-. En realidad era bastante duro estar casada con él. Había pedido el divorcio dos veces pero en ambas me eché atrás. No era posible acabar con él. Siempre regresaba, nunca se daba por vencido.

La escena le resultaba conocida; Annika sabía qué pregunta debía hacer ahora.