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– No, de él solo no, pero creo que estaba en la foto que le saqué a Christina Furhage.

«¡No es posible! ¡Vaya suerte!», pensó Annika.

– ¿No está seguro? -preguntó.

– No, todavía no he revelado el carrete. Había pensado sacarle unas fotos a mis nietos en Navidad y…

– Herman, el Kvällspressen le podría ayudar a revelar el carrete. Por supuesto, le daremos un carrete nuevo, y si resulta que hay alguna fotografía que nos pueda interesar, ¿estaría dispuesto a vendérnosla?

El fontanero no comprendía del todo.

– ¿Me quieren comprar el carrete? -preguntó dudando.

– No, el carrete es suyo, por supuesto. Luego se lo devolvemos. Pero quizá estaríamos interesados en comprarle los derechos de una de las fotos. Es así como funciona cuando queremos comprar fotos a los fotógrafos freelance.

– Bueno, no sé…

Annika respiró profundamente en silencio y se animó a ser pedagógica.

– Así están las cosas -explicó-. Nosotros en el Kvällspressen pensamos que es muy importante que el Dinamitero que ha matado a Christina Furhage y a Stefan Bjurling sea apresado y encarcelado. Es importante tanto para las familias de Christina y Stefan y sus compañeros de trabajo como para toda la nación; sí, en realidad para el mundo entero. Los Juegos están amenazados, tenemos que comprenderlo. La mejor de manera de divulgar información y crear opinión es dejando que los medios hagan su trabajo de utilidad pública, lo que para el Kvällspressen significa escribir sobre las víctimas y el trabajo policial. Nuestro trabajo funciona en parte gracias a la cooperación policial y del fiscal, y en parte a través del trabajo propiamente periodístico. Este incluye hablar con los compañeros de trabajo de las víctimas, por ejemplo. Por eso me pregunto si podríamos publicar la foto de Christina y Stefan juntos, si es que la tiene en su carrete…

Tenía la garganta seca después de esa perorata, pero al parecer funcionó.

– Bueno, sí, está bien, ¿pero qué es lo que hacemos entonces? Correos ya ha cerrado.

– ¿Dónde vive? -preguntó Annika, que no había pedido las direcciones a información telefónica.

– En Vallentuna.

– Herman, le voy a pedir a uno de nuestros colaboradores que vaya su casa a buscar el carrete…

– Pero todavía quedan fotos.

– Le daremos un carrete nuevo, gratis. Mañana por la mañana le devolveremos el carrete, revelado y listo. Si encontramos alguna foto que publicar le pagaremos novecientas treinta coronas, que es el precio de foto de archivo según el Bildleverantörernas Förening. Si así fuera nuestro redactor gráfico le llamará mañana para saber sus datos personales y así poder pagarle. ¿Okey?

– ¿Novecientas treinta coronas? ¿Por una foto?

– Sí, ése es el precio según el BLE

– ¡Joder! ¿Por qué no me hice fotógrafo? Por supuesto que puede venir a buscar el carrete. ¿Cuándo estarán aquí?

Annika apuntó la dirección del hombre y una pequeña descripción del camino y colgó. Recogió un carrete en el departamento de fotografía y fue a ver a Tore Brand en la portería para pedirle que uno de los chóferes fuera a Vallentuna. «No se preocupe», dijo Tore.

– Ah, hoy vino una persona buscándola -le dijo a Annika cuando se iba.

– Sí, ¿quién?

– No lo dijo. Quería darle algo.

– Vaya, ¿qué?

– Tampoco lo sé. Dijo que volvería.

Annika esbozó una sonrisa y resopló por dentro. Los botones tenían que aprender a tomar mejor los recados. Cualquier día se podría tratar de algo realmente importante.

Pasó por la oficina de Patrik camino a su despacho, pero estaba fuera. Tendría que llamarlo al móvil para concretar la reunión de las seis. Cuando pasó por la mesa de Eva-Britt Qvist comenzó a sonar el teléfono de su despacho. Corrió el último tramo. Era Thomas.

– ¿Cuándo vienes a casa?

– No lo sé, pero seguro que tardaré. Creo que sobre las nueve.

– Tengo que volver a la oficina, tenemos una reunión a las seis.

Annika se enfadó.

– ¿A las seis? Pero estoy trabajando. ¡Yo también tengo una reunión a esa hora! ¿Por qué no has llamado antes?

Thomas sonaba tranquilo, pero Annika pudo oír que él también comenzaba a irritarse.

– Eko tenía datos sobre la política regional del gobierno hoy por la tarde -anunció-. Cayó como una bomba en la agrupación sindical municipal; unos cuantos políticos de la comisión van hacia allá. Tengo que estar allí, ¿no lo entiendes?

Annika respiró y cerró los ojos. «¡Joder, joder!» Tenía que irse a casa.

– Acordamos que yo trabajaría el lunes y el miércoles, y tú el martes y el jueves -dijo ella-. Yo he cumplido con mi parte del trato. Mi trabajo es tan importante como el tuyo.

Thomas se dio por vencido y comenzó a suplicar.

– Por favor, cariño -rogó-. Lo sé, tienes razón. Pero tengo que volver al trabajo, tienes que comprenderlo. Esta es una reunión de urgencia, no llevará mucho tiempo. He hecho la comida, puedes venir a casa a comer con los niños y yo volveré en cuanto acabe la reunión. Seguro que hemos terminado antes de las ocho, en realidad no hay mucho que decir. Tú puedes volver al trabajo cuando yo regrese a casa.

Ella resopló y cerró los ojos; apoyó una mano contra la frente.

– Okey -respondió-. Ahora mismo cojo un taxi.

Se fue a informar a Ingvar Johansson sobre la foto de Herman Ösel, pero el jefe de redacción no estaba en su puesto. El de Foto Pelle estaba sentado hablando por teléfono; se puso delante de él y comenzó a agitar las manos.

– ¿Qué pasa? -preguntó enfadado y colocó el auricular sobre el hombro.

– Viene una foto de Vallentuna, de Christina Furhage y Stefan Bjurling. Revela el carrete y saca copias de todas los negativos. Me tengo que ir, pero volveré sobre las ocho, ¿de acuerdo?

El operario de Foto Pelle asintió y volvió al teléfono.

No se preocupó de llamar a un taxi sino que cogió uno en la parada de Rålambsvägen. Sentía el estrés como una gran bola en el diafragma que crecía hasta dificultarle la respiración. Esto era justo lo que menos necesitaba ahora mismo.

En el apartamento, los niños corrieron a su encuentro con besos y dibujos. Thomas la besó apresurado al salir y tomó el mismo taxi con el que ella había venido.

– Escuchad, tengo que desvestirme, tranquilos…

Ellen y Kalle se detuvieron, sorprendidos al oír su tono irritado. Ella se inclinó y los abrazó un poco fuerte y rápido y se fue al teléfono. Llamó a Ingvar Johansson; se había ido a la reunión de las seis. Gruñó, ahora no le quedaba tiempo para informar a los otros sobre lo que había hecho su redacción durante el día. Bueno, tendría que hablar con Spiken más tarde.

La comida estaba sobre la mesa, los niños ya habían comido. Se sentó a la mesa e intentó comer muslos de pollo Stina, pero se le hizo una bola en la boca y se vio obligada a escupirlo todo. Comió unas cucharadas de arroz y tiró el resto; no podía comer nada cuando estaba tan estresada.

– Tienes que comer -dijo Kalle reprendiéndola.

Dejó a los niños delante del Calendario de Adviento de la televisión, cerró la puerta del salón y llamó a Patrik.

– Tigern ha llamado -gritó el reportero-. Está muy enfadado.

– ¿Por qué? -preguntó Annika.

– Está de luna de miel en Tenerife, Playa de las Americas, se fue el jueves y vuelve a casa el lunes. Dice que los policías sabían de sobra que él estaba ahí, habían controlado todas las salidas de Arlanda y él había salido por ahí. La policía española le había detenido y obligado a prestar declaración durante toda una mañana. Por consiguiente se perdió la grisfesten y una bebida gratis junto a la piscina. ¿Te puedes imaginar una putada peor?

Annika esbozó una sonrisa.

– ¿Vas a escribir algo sobre esto?

– Claro.

– ¿Has oído las noticias del Eko sobre los análisis del explosivo?