Annika sintió cómo caían las palabras. Le aterrizaron en el diafragma e hicieron aumentar su bola de estrés de forma que los pulmones fueron demasiado pequeños. Se obligó a pasar por alto los ataques personales y se concentró en la discusión periodística. ¿Podía estar realmente tan equivocada? ¿Era realmente la sexualidad de Christina Furhage la noticia de mañana? Apartó ese pensamiento.
– Con quién follaba Christina Furhage es una fruslería -dijo en voz baja-. Lo interesante es quién la mató. También es interesante qué consecuencias tendrá para los Juegos Olímpicos, para el deporte, para la reputación de Suecia en el mundo. También es importante saber por qué fue asesinada. A mí me importa una mierda con quién se acostaba, a no ser que tenga que ver con su muerte. ¡Y tú deberías pensar lo mismo!
El jefe de noche inspiró por la nariz y sonó como si un ventilador entrara en acción.
– ¿Sabes una cosa, jefa de sucesos? Estás totalmente equivocada. Deberías hacerte mayorcita antes de ser jefa. Nils Langeby tiene razón: al parecer no eres capaz de hacer tu trabajo. ¿No te das cuenta de lo patética que resultas?
La bola de estrés explotó en su interior, sintió físicamente cómo se rompía. El sonido desapareció y relampagueó delante de sus ojos. Se sorprendió al descubrir que todavía estaba de pie, que podía percibir sensaciones, que aún podía respirar. Se dio la vuelta y se dirigió hacia su despacho, se concentró en caminar sobre el suelo de la redacción, sentía los ojos de los periodistas como flechas en la espalda. Llegó a su despacho y cerró la puerta. Se sentó en el suelo, todo el cuerpo le temblaba. «No voy a morirme, no voy a morirme, no voy a morirme -pensó-. Se me va a pasar, se me va a pasar, se me va a pasar.» No conseguía respirar y luchó por obtener aliento, el aire no entraba en sus pulmones y volvió a tomar de nuevo aliento, otra vez más y al final le dio un calambre en el brazo. Comprendió que sufría hiperventilación y tenía demasiado oxígeno en la sangre, se levantó tambaleándose hasta su escritorio, sacó una bolsa de plástico del cajón inferior y respiró dentro. Intentó recordar la voz de Thomas, «relájate y respira, relájate y respira, relájate y respira, esto va bien, pequeña, inspira, no te vas a romper, cariño, pequeña Ankan, relájate y respira, relájate y respira…».
Las convulsiones pararon y se sentó en la silla. Tenía ganas de llorar, pero se tragó la sensación y llamó a casa de Anders Schyman. Fue su esposa quien respondió y Annika intentó parecer normal.
– Está en una cena de Navidad en el área de recepciones -dijo la señora Schyman.
Annika llamó a la centralita y pidió que la pusieran con el área. Se dio cuenta de que hablaba de forma incoherente, que apenas podía hacerse entender. Después de una larga pausa con barullo y ruidos de platos en el oído, oyó la voz de Anders Schyman.
– Perdona, perdona… que te moleste en la cena -dijo en voz baja.
– Seguro que tienes una buena razón -respondió Anders Schyman.
Se oía bullicio y risas por detrás.
– Te pido disculpas por no haber podido estar en la reunión de las seis, tuve problemas en casa…
Comenzó a llorar, desconsoladamente y en voz alta.
– ¿Qué ha pasado? ¿Le ha ocurrido algo a tus hijos? -preguntó Anders Schyman asustado.
Ella se recompuso.
– No, no, no fue nada especial, pero necesito saber si discutisteis en la reunión lo que Spiken va a sacar de titular, que Christina Furhage era lesbiana.
Annika sólo oyó el bullicio y las risas durante algunos segundos.
– ¿Qué dices? -dijo por fin Anders Schyman.
Ella se puso la mano sobre el pecho y se obligó a respirar tranquila y normalmente.
– Su amante cuenta sus últimas horas, según el titular.
– ¡Dios mío! Ahora mismo voy -anunció el director y colgó.
Ella colgó el auricular, se apoyó en la mesa y lloró. Le temblaba todo el cuerpo. «No aguanto más, no vale la pena, no puedo más, me muero», pensaba. Supo que había metido la pata, que había quemado sus naves, que había sido un atropello a su posición. El sonido de su desesperación salía por la puerta hacia la redacción, por supuesto que todos entenderían que ella no aguantaba la presión, que ella era la empleada errónea, que su nombramiento había sido un fiasco. Saberlo no ayudaba, no podía dejar de llorar, el estrés y el cansancio se habían apoderado al final de ella, no podía evitar los temblores ni las lágrimas.
– Annika, Annika, ya está bien, sea lo que fuere lo arreglaremos, Annika, ¿oyes lo que te digo?
Contuvo la respiración y levantó la cabeza. Estaba deslumbrada y dolorida. Era Anders Schyman.
– Perdona, yo… -balbuceó e intentó secarse el maquillaje de la cara con el dorso de la mano-. Perdón.
– Toma mi pañuelo. Siéntate bien y sécate, voy a buscarte un vaso de agua.
El director desapareció por la puerta y Annika hizo mecánicamente como le había pedido. Anders Schyman regresó con un vaso de plástico de agua fría y cerró la puerta tras de sí.
– Ahora bebe un poco, y cuéntame qué ha pasado.
– ¿Has hablado con Spiken sobre el titular? -preguntó.
– De eso me ocuparé luego, no es tan importante. Sin embargo estoy preocupado por ti. ¿Por qué estás tan desconsolada?
Comenzó a llorar de nuevo, esta vez lenta y calladamente. El director esperó en silencio.
– Sobre todo estoy cansada y agotada -dijo después de recomponerse de nuevo-. Y Spiken dijo cosas que yo sólo había oído en mis pesadillas, que era una idiota inútil, que no daba la talla y…
Ella se reclinó en la silla, ahora que lo había dicho todo, se sentía mejor.
– Él no tiene ninguna confianza en mí como jefa, eso está bien claro. Seguramente hay muchos que son de la misma opinión.
– Quizá -contestó Anders Schyman-, pero eso no importa. Lo importante es que yo tengo confianza en ti, y estoy completamente seguro de que eres la persona correcta para este puesto.
Ella respiró profundamente.
– Quiero dejarlo -anunció ella.
– No puedes -respondió él.
– Presento mi dimisión.
– No la acepto.
– Quiero dejarlo ahora, esta noche.
– Lo siento pero no puedo. Había pensado ascenderte.
Se calmó y miró fijamente a su jefe.
– ¿Por qué? -preguntó sorprendida
– No quería decírtelo todavía, pero a veces hay que cambiar los planes. Tengo muchos proyectos con respecto a ti, Annika. Será mejor que te lo cuente, antes de que decidas abandonar la empresa para siempre.
Miró escéptica a Anders Schyman.
– El periódico se encuentra ante grandes cambios -informó el director-. No creo que hoy los empleados puedan imaginar lo grandes que serán. Tenemos que adaptarnos a nuevos departamentos, a la sociedad de la tecnología y la información y al aumento de competencia por parte de los periódicos gratuitos, y sobre todo debemos impulsar nuestro periodismo. Para conseguir todo esto al mismo tiempo necesitamos jefes de redacción que sean competentes en estos ramos. Estos no crecen en los árboles. O nos sentamos a esperar y desear que aparezca alguien así, o podemos hacer que las personas en las que más confiamos se preparen para afrontar los nuevos retos a tiempo.
Annika escuchaba con los ojos abiertos de par en par.
– Yo trabajaré como mucho diez años más, Annika, quizá sólo cinco. Debe haber gente que esté preparada y que pueda ocupar mi puesto. No digo que seas tú, pero tú eres una de las tres personas en las que confío. Hay muchas cosas que debes aprender hasta entonces, entre otras a controlar tu humor. Pero todo esto son detalles de la totalidad que hacen que tú seas uno de los candidatos más adecuados para sucederme. Tú eres creativa y rápida, lo cierto es que nunca había visto nada igual. Te responsabilizas y aceptas los retos con la misma autoridad, eres estructurada, competente y tienes iniciativa. No voy a permitir que un jefe de noche idiota te eche de aquí, espero que lo comprendas. No eres tú la que se tiene que ir, es ese idiota.