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– No quiero humillarte -prosiguió el director bajando el tono de voz-. Quiero que esto se haga de la mejor manera posible.

– No puedes despedirme -gangueó Nils Langeby.

– Sí que puedo -aseguró Schyman-. Nos costaría tres pagas anuales en la magistratura de trabajo, quizá cuatro. Sería una jodida maraña de infamias y feas y mezquinas acusaciones que ni tú ni el periódico se merecen. Seguramente tú nunca más volverías a encontrar trabajo. El periódico aparecería como un lugar de trabajo duro y sin corazón, pero eso no es tan importante. Puede que hasta sea bueno para nuestra reputación. Podríamos motivar la razón de tu despido. Recibirías rápidamente, hoy mismo, un aviso por escrito. Nos remitiríamos a él. Sostendríamos que saboteas la publicación, que hostigas y pones trabas a tu jefa directa con palabrotas e insultos sexuales. Mostraríamos tu incompetencia y mal juicio, con sólo referirnos a lo que ha pasado estos últimos días y contar tus artículos en nuestro archivo. ¿Cuántos pueden ser durante los últimos diez años? ¿Treinta? ¿Treinta y cinco? Eso da unos tres artículos y medio al año, Langeby.

– Tú dijiste… tú dijiste el sábado que yo todavía continuaría escribiendo titulares para el Kvällspressen durante muchos años; ¿eran sólo palabras?

Anders Schyman resopló.

– No, en absoluto. Por eso te ofrezco que continúes en el periódico bajo otra forma de contrato. Te ayudamos a montar una empresa, un local y compramos cinco días de tu tiempo al mes durante cinco años. Los honorarios diarios como periodista freelance son de dos mil quinientas coronas por día, además de vacaciones y seguridad social. Eso te asegura más de la mitad de tu sueldo durante cinco años, además de poder trabajar cuanto quieras para otros.

Langeby se secó los mocos con el dorso de la mano y miró fijamente a la alfombra. Después de un momento de silencio dijo:

– ¿Y si cojo otro trabajo?

– Entonces podemos arreglar que el dinero se te pague como indemnización, 169.500 coronas por año o 508.500 por tres años. No podemos pagar más como compensación.

– ¡Tú dijiste cinco años! -profirió Langeby, repentinamente combativo.

– Sí, pero entonces trabajarás para nosotros. El contrato de freelance no es ningún contrato blindado. Esperamos que trabajes para nosotros, si bien de otra manera.

Langeby volvió a dirigir la mirada hacia la alfombra. Schyman esperó un rato, luego pasó al siguiente estadio, la cura.

– Me he dado cuenta de que ya no estás contento en la redacción. No te has acostumbrado a los nuevos tiempos. Me da pena que estés descontento con la transformación de tu lugar de trabajo. Esta es una forma ventajosa de conseguir una buena base para comenzar una nueva carrera como autónomo. No estás a gusto trabajando con Annika Bengtzon y me parece lamentable. Pero Annika se queda, tengo grandes planes para ella. No estoy de acuerdo en absoluto con tu evaluación de ella. Me parece que es atrevida y muy inteligente. A veces explota con facilidad, pero eso cambiará con el tiempo. Últimamente ha estado sometida a una fuerte presión, en parte por tu culpa, Nils. Yo quiero conservar vuestra competencia en el periódico, y creo que un contrato de este tipo puede ser bueno para todos…

– 508.500 son sólo dos pagas anuales -indicó Nils Langeby.

– Sí, son dos pagas anuales enteras, y te las damos sin peleas ni malas palabras. Nadie necesita saber nada del dinero. Sólo tienes que anunciar que das un paso más en tu carrera y te haces autónomo como freelance. El periódico lamentará la pérdida de un colaborador tan experimentado, pero apreciará que continúes trabajando para nosotros como colaborador…

Nils Langeby miró al director con una mueca de intenso desprecio.

– ¡Joder! -prorrumpió-. Eres más falso y servil que una serpiente. ¡A la mierda!

Nils Langeby se levantó sin decir una palabra más y salió por la puerta. La cerró de un portazo y Anders Schyman oyó alejarse sus pasos en la redacción.

El director fue hacia la mesa y bebió otro vaso de agua. La última pastilla había conseguido que el dolor de cabeza se suavizara, pero todavía notaba sus martillazos en las sienes. Dio un profundo suspiro. Esto estaba saliendo muy bien. La cuestión era si no había ganado ya. Una cosa estaba clara, Nils Langeby tenía que irse. Se iría de la redacción y no volvería a poner un pie en ella. Desgraciadamente nunca renunciaría por las buenas. Continuaría apestando el aire de la redacción durante doce años más sin hacer otra cosa que sabotear.

Schyman se sentó en la silla del escritorio y miró hacia la embajada. Varios niños intentaban deslizarse en trineo por un montículo de barro en la parte delantera.

Por la mañana el director general le había garantizado que podría disponer de parte del presupuesto para poder despedir a Nils Langeby ofreciéndole hasta cuatro pagas anuales. Sería más barato que pagarle doce, que es lo que le correspondía si se quedaba. Si Nils Langeby fuera algo listo, que no lo era, debería aceptar la oferta. Si no lo hacía, tenía a mano otros métodos. Se le podía destinar al turno de mañana como corrector, por ejemplo. Por supuesto, habría negociaciones sindicales y un escándalo, pero el sindicato no podría evitarlo ni podría decir que la empresa había cometido una falta formal. Como reportero, se presuponía que estaba capacitado para trabajar como corrector de textos, así que no debería haber ningún problema.

El sindicato, sobre todo, no tendría nada que discutir. Anders Schyman sólo le había hecho una oferta al reportero. En este trabajo era corriente ofrecer a los reporteros indemnizaciones por despido, aunque no se habían dado muchos casos en este periódico. Todo lo que el sindicato de periodistas podía hacer era apoyar a su afiliado durante la negociación e intentar que el acuerdo le fuera lo más favorable posible.

Si todo se fuera a la mierda, el abogado del periódico, un experto en convenios laborales, estaba preparado para un duro proceso en la magistratura de trabajo. El sindicato de periodistas se presentaría como parte y asesoraría a Langeby en el juicio, pero el periódico no podía perder. Lo único que Schyman perseguía era deshacerse de este tío de mierda, y lo conseguiría.

El director tomó un trago de agua, cogió el teléfono y le dijo a Eva-Britt Qvist que viniera. La noche anterior le había leído la cartilla seriamente a Spiken, que ya no volvería a dar más problemas. Lo mejor era cogerlos a todos al mismo tiempo.

La llamada de Leif, el informante, llegó a la redacción a las once cuarenta y siete, sólo tres minutos después de que el hecho tuviera lugar. Fue Berit quien la recibió.

– Stockholm Klara ha volado por los aires; hay cuatro heridos por lo menos -anunció el informante y colgó. Antes de que la información llegara al cerebro de Berit, Leif ya había llamado al otro periódico. Tenía que ser el primero, de otro modo no habría dinero.

Berit no colgó, sino que pulsó la tecla de conexión un instante, luego marcó el número directo de la central de alarmas de la policía.

– ¿Es cierto que ha habido una explosión en la terminal de Correos? -preguntó rápidamente.

– Todavía no sabemos nada -respondió un policía totalmente estresado.

– ¿Es verdad que ha explotado? -dijo Berit.

– Eso parece.

Colgaron y Berit tiró el resto de su bocadillo del almuerzo en la papelera de reciclaje de papel.

A las doce Radio Stockholm fue la primera en difundir la noticia al público.

Annika abandonó Tungelsta con una especie de extraño calor espiritual. La mente tiene, a pesar de todo, una fantástica capacidad para sobreponerse. Agitó la mano hacia Olof Furhage y su Alice al doblar hacia Alwägen, cruzó lentamente los encantadores bloques de casas hacia la carretera 257. Aquí sí que podría vivir. Pasó por Krigslida, Glasberga y Norrskogen camino al cruce de Västerhaninge y la autopista a Estocolmo.