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Cuando estuvo en el carril correcto de Nynäsvägen cogió el móvil, que seguía en el asiento del copiloto. «Llamada perdida» decía la pantalla, pulsó «mostrar número» y vio que la centralita del periódico la había buscado. Resopló ligeramente y dejó el teléfono en el asiento. «Joder, qué bien que ya casi fuera Navidad.»

Puso de nuevo la radio y cantó con Alphaville Forever Young.

Justo después de la salida a Dalarö el teléfono sonó de nuevo. Resopló y bajó el volumen, se puso el auricular en el oído y pulsó «contestar».

– ¿Annika Bengtzon? Hola, soy yo, Beata Ekesjö, hablamos el martes. Nos conocimos en el pabellón deportivo y te llamé anoche…

Annika gruñó interiormente: «¡la pirada jefa de obra!».

– Hola -respondió Annika y adelantó a un camión ruso.

– Bueno, me preguntaba si tienes tiempo para hablar conmigo un momento.

– En realidad no -dijo Annika y volvió a situarse en el carril de la derecha.

– Es muy importante -contestó Beata Ekesjö.

Annika volvió a resoplar.

– Vaya, ¿y de qué se trata?

– Creo que sé quién asesinó a Christina Furhage.

Annika estuvo a punto de salirse por la cuneta.

– ¿Lo sabes? ¿Cómo puedes saberlo?

– He encontrado una cosa -contestó Beata Ekesjö.

El cerebro de Annika iba a mil por hora.

– ¿Qué es?

– No puedo decírtelo.

– ¿Has hablado con la policía?

– No, quería enseñártelo primero.

– ¿A mí? ¿Por qué?

– Porque tú has escrito sobre esto.

Annika aminoró la velocidad para poder pensar y fue rápidamente adelantada por el camión ruso. Una nube de nieve llenó la carretera.

– No soy yo quien investiga el asesinato, es la policía judicial.

– ¿No quieres escribir sobre mí?

La chica no se daba por vencida; al parecer quería salir en el periódico.

Annika sopesó los pros y los contras. La tía estaba chiflada, seguramente no sabía una mierda y ella quería irse a casa. Pero al mismo tiempo no podía colgar cuando alguien llamaba revelando la solución de un asesinato.

– Dime lo que has encontrado y así sabré si puedo escribir sobre ello.

La nube de nieve era muy espesa. Annika pasó al carril de la izquierda y adelantó de nuevo al camión ruso.

– Te lo puedo enseñar.

Annika resopló en silencio y miró el reloj: la una menos cuarto.

– Bueno, ¿dónde lo tienes?

– Aquí, en el estadio olímpico.

El coche pasó Trångsund y Annika se dio cuenta de que pasaría junto al estadio Victoria de camino al periódico.

– Okey. Estaré ahí en quince minutos.

– ¡Bien! -contestó Beata-. Te espero en la explanada…

El teléfono emitió tres cortos pitidos y la conversación se cortó. La batería estaba agotada. Annika comenzó a rebuscar la otra batería en el fondo de su bolso, pero dejó de hacerlo al meterse sin querer en el carril de aceleración. El móvil tendría que esperar hasta que saliera del coche. Subió el volumen de la radio de nuevo y se alegró al descubrir que acababa de empezar la vieja canción feminista de Gloria Gaynor I Will Survive:

First I was afraid,

I was petrified,

Kept thinking I could never live without you by my side,

But then I spent so many nights thinking how you did me wrong,

And I grew strong,

And I learned how to get along…

Muchos periodistas y fotógrafos ya habían tenido tiempo de presentarse en Stockholm Klara cuando Berit y Johan Henriksson llegaron. Berit entornó los ojos para ver la fachada futurista: el sol reverberaba sobre el cristal y el cromo.

– Nuestro Dinamitero se renueva -dijo ella-. Antes no había utilizado cartas bomba antes.

Henriksson cargaba sus cámaras con carretes de película al mismo tiempo que subían las escaleras de la entrada principal. Los otros periodistas esperaban en el luminoso vestíbulo. Berit miró a su alrededor cuando entró. El edificio era un típico complejo de los años ochenta de mármol, escaleras mecánicas y techos altísimos.

– ¿Hay alguien del periódico Kvällspressen? -preguntó un hombre junto a los ascensores.

– Sí, aquí -respondió Berit.

– ¿Puede ser tan amable de seguirme? -preguntó el hombre.

La policía ya no acordonaba la zona, la entrada estaba limpia de nieve y Annika pudo conducir hasta la escalera de la entrada principal del estadio. Miró a su alrededor: el sol deslumbraba tanto que tuvo que entornar los ojos, pero no se veía un alma por ninguna parte. Se quedó sentada con el coche en marcha acabando de escuchar a Dusty Springfield en I Only Wanna be With You. Alguien golpeó la ventanilla y ella se sobresaltó.

– Hola, ¡Dios, qué susto me has dado! -exclamó Annika cuando abrió la puerta.

Beata Ekesjö sonrió.

– No tienes por qué preocuparte.

Annika apagó el motor y guardó el móvil en el bolso.

– No puedes aparcar aquí -informó Beata Ekesjö-. Seguro que te ponen una multa.

– Es que no pienso estar mucho tiempo -protestó Annika.

– No, pero tenemos que andar un rato. Son setecientas cincuenta coronas de multa.

Annika resopló por dentro.

– ¿Dónde lo dejo entonces?

Beata señaló.

– Allí, al otro lado del puente peatonal. Te espero aquí.

Annika se volvió a sentar en el coche. «¿Por qué permito que la gente me dé órdenes?», pensó mientras conducía por el mismo camino por el que había venido y aparcó entre los otros coches de las casas cercanas. Bueno, le vendría bien caminar unos minutos al calor del sol, esto no ocurría todos los días. Lo principal era que no llegara tarde a la guardería. Annika cogió el móvil y cambió la batería. Pitó cuando colocó la nueva, «mensaje recibido» comenzó a parpadear en la pantalla. Pulsó la C para borrar el texto y llamó a la guardería. Cerraban a las cinco de la tarde, una hora antes que de costumbre, pero más tarde de lo que ella pensaba.

Respiró profundamente y se dispuso a cruzar el puente peatonal.

Beata la esperaba, sonrió y su aliento permaneció como una nube blanca a su alrededor.

– ¿Qué me querías enseñar? -preguntó Annika y se dio cuenta de lo irritada que sonaba su voz.

Beata continuó sonriendo.

– He encontrado una cosa muy extraña allí lejos -informó señalando-. No tardaremos mucho.

Annika resopló en silencio y comenzó a caminar. Beata la siguió.

En el mismo momento que Berit y Henriksson entraban en el ascensor en Stockholm Klara, Kjell Lindström, el fiscal general, llamaba al periódico. Quería hablar con el director y le pusieron con su secretaria.

– Lo siento pero ha salido a almorzar -respondió la secretaria cuando Schyman movió la mano rechazándolo-. ¿Puedo dejarle algún mensaje? ¿Qué? Sí, espere un momento voy a ver si puedo pasarle…

La migraña de Schyman no quería desaparecer. Lo que más ansiaba era tumbarse en una habitación totalmente oscura y simplemente dormir. A pesar del dolor de cabeza había llevado a cabo muchas labores constructivas por la mañana. La conversación con Eva-Britt Qvist había sido increíblemente fácil. La secretaria de redacción había dicho que pensaba que Annika Bengtzon era una jefa muy prometedora, que la apoyaría de todas las maneras posibles y por supuesto quería colaborar para que el trabajo en la redacción de sucesos funcionara bajo la dirección de Annika.

– Es el fiscal; insiste mucho -anunció la secretaria, acentuando la palabra «mucho».

Anders Schyman resopló y cogió el aparato.

– Vaya, las fuerzas del orden están en alerta el «día antes» -dijo-. Aunque os habéis equivocado de papeles, somos nosotros los que tenemos que perseguiros…

– Llamo en relación con la explosión en Stockholm Klara -interrumpió Kjell Lindström.

– Sí, tenemos un equipo en camino…