Выбрать главу

– Me parece una tontería que nos dediquemos a estas cosas -dijo Nils.

Annika exhaló un suspiro. Ahora comenzaba de nuevo.

– ¿Cómo crees que deberíamos enfocarlo?

– Dedicamos mucho espacio a este tipo de violencia. Piensa en todos los delitos ecológicos de los que nunca escribimos. La criminalidad en las escuelas.

– Es cierto que deberíamos ser mejores cubriendo ese tipo de…

– ¡Nos ha jodido! Esta redacción se está hundiendo en un légamo de viejas que dan pena, bombas y guerras de moteros.

Annika tomó aliento y contó hasta tres antes de responder.

– Lo que propones es una discusión importante, Nils, pero ahora quizá no sea el momento oportuno…

– ¿Por qué no? ¿No puedo decidir cuándo poner una discusión sobre la mesa?

Se defendió desde la silla.

– Tú eres el que se encarga de los delitos ecológicos y escolares, Nils -dijo Annika relajada-. Dedicas la jornada completa a esas dos materias. ¿Te parece que te apartamos de tus cosas cuando te llamamos en un día como éste?

– ¡Sí, me lo parece! -tronó él.

Observó al hombre irritado frente a ella. ¿Cómo diablos podría enfrentarse a esto? Si no le llamaba, se enfadaría por no haber podido participar ni escribir sobre el Dinamitero. Si le daba un trabajo, primero se negaba y luego lo hacía mal. Si le dejaba de guardia en la redacción, diría que le hacían el vacío.

Sus pensamientos se interrumpieron al entrar el director, Anders Schyman. Todas las personas de la habitación, incluida Annika, saludaron y se sentaron más derechos en las sillas y el sofá.

– ¡Enhorabuena Annika! Y gracias, Jansson, por el trabajo increíblemente bueno de la mañana -dijo-. Superamos a los demás. ¡Felicidades! La foto de la página central era realmente fantástica, y fuimos los únicos. ¿Cómo la conseguisteis, Annika?

Y se sentó sobre una caja del rincón.

Annika lo contó y todos estallaron en gritos de júbilo, ¡sí, joder, en el pebetero olímpico! Sería un clásico para contar en el club de prensa.

– ¿Qué hacemos ahora?

Annika puso los pies en el suelo y se apoyó en el escritorio, tachando de una lista mientras hablaba.

– Patrik se encargará de la investigación policial, de las pruebas técnicas, de mantener el contacto con el inspector de guardia y los investigadores. Habrá una rueda de prensa esta tarde. Entérate cuándo es y prepara las fotos. Seguramente tendremos motivo para ir todos.

Patrik asintió.

– Berit se encarga de la víctima, quién era y por qué estaba allí. Tenemos a nuestro antiguo dinamitero olímpico; se llama Tigern. Es sospechoso, aunque sus pequeñas bombas son un juego de niños comparadas con ésta. ¿Qué hace ahora, dónde estaba ayer noche? Puedo intentar hablar con él, le hice una entrevista cuando pasó lo otro. Nils se puede encargar de la seguridad de los Juegos, ¿cómo diablos puede ocurrir una cosa así siete meses antes de la inauguración? ¿Qué tipo de seguridad hay hasta entonces?

– Me parece una pregunta totalmente irrelevante -replicó Nils Langeby.

– ¿De verdad? -preguntó Anders Schyman-. A mí no me lo parece. Es una de las preguntas más importantes y repetidas un día como éste. Llegar hasta el fondo demuestra que colocamos este tipo de acciones violentas en una perspectiva social y global. ¿Cómo perjudica esto al deporte en general? Es uno de los artículos más importantes del día, Nils.

El reportero no sabía cómo reaccionar, si sintiéndose halagado por recibir el trabajo más importante del día u ofendido porque le hubieran llamado la atención. Como de costumbre, eligió la opción más presuntuosa y se estiró.

– Por supuesto, todo depende de cómo se haga -alegó.

Annika envió una mirada de agradecimiento a Anders Schyman.

– Los comentarios de los Juegos Olímpicos y el taxista los podrían hacer los del turno de noche -dijo ella.

Ingvar Johansson asintió.

– Nuestro equipo acaba de llevar al taxista a un hotel de la ciudad. En realidad vive en un estudio en Bagarmossen, pero ahí le pueden pillar todos los otros medios. Lo ocultaremos en el RoyalViking hasta mañana. Janet Ullberg buscará a Christina Furhage, una foto de ella frente al agujero de la bomba quedaría muy bien. Tenemos a gente de la facultad de periodismo para contestar los teléfonos de nuestro «llama y opina»…

– ¿Cuál es la pregunta? -inquirió Anders Schyman y se estiró ocultándose tras un periódico.

– «¿Debemos suspender los Juegos? Llama esta tarde entre las diecisiete y las diecinueve.» Seguro que éste es un atentado del Tigern o de algún grupo que no quiere que Suecia organice los Juegos.

Annika dudó un momento antes de decir:

– Está claro que debemos publicar eso, pero no estoy segura de que haya pasado realmente así.

– ¿Por qué no? -preguntó Ingvar Johansson-. Es una posibilidad que no debemos descartar. Sin contar la víctima, la noticia de mañana será la trama terrorista.

– Creo que debemos tener cuidado de no obsesionarnos con la hipótesis del sabotaje -respondió Annika y maldijo su promesa de no hablar de la idea de la cuestión interna-. Mientras no sepamos quién era la víctima no podemos presumir contra quién se dirigía la bomba.

– Claro que podemos -protestó Ingvar Johansson-. Por supuesto, la policía tiene que comentar esa idea, aunque para ellos no debe ser muy difícil. Ahora mismo no pueden ni confirmar ni desmentir nada.

Anders Schyman intervino.

– Creo que ahora mismo no debemos aceptar ni descartar nada. Dejamos todas las puertas abiertas y seguimos trabajando hasta que elijamos los artículos de mañana. ¿Algo más?

– No, con lo que tenemos hasta ahora vale. Cuando sepamos la identidad de la víctima deberíamos buscar a los familiares.

– Debe hacerse con mucha delicadeza -dijo Anders Schyman-. No quiero polémicas sobre cómo acosamos y sacamos a la luz a las personas.

Annika esbozó una sonrisa.

– Yo me encargo.

Cuando terminó la reunión, Annika telefoneó a casa. Kalle, de cinco años, respondió.

– Hola bonito, ¿cómo estás?

– Bien. Vamos a comer a McDonald's. ¿Sabes que Ellen ha tirado zumo de manzana sobre Pongo y los cachorros? Ha sido una tontería porque ya no podremos verla más…

El niño calló y emitió un sollozo.

– Sí, qué mala suerte. ¿Pero cómo pudo caérsele el zumo encima? ¿Por qué estaba la película en la mesa de la cocina?

– No, estaba en el suelo del salón, pero Ellen le dio una patada a mi vaso de zumo cuando se fue a hacer pis.

– ¿Y por qué habías dejado tu vaso en el suelo del salón? Te he dicho que no puedes desayunar en el salón, ¡ya lo sabes!

Annika notó que se enfadaba. ¡Qué lata irse a trabajar dejando que todo fuera mal y se rompieran las cosas!

– No es culpa mía -gritó el niño-. ¡Ha sido Ellen! Ha sido Ellen la que estropeó la película.

Ahora lloraba con fuerza; soltó el auricular y salió corriendo.

– ¡Kalle! ¡Kalle!

¡Por todos los diablos!, ¿por qué tiene que ser así? Ella sólo quería llamar a casa para ser encantadora y tranquilizar su mala conciencia. Thomas tomó el auricular.

– ¿Qué le has dicho al niño? -preguntó.

Ella suspiró y notó que el dolor de cabeza se acercaba solapadamente.

– ¿Por qué estaban desayunando en el salón?

– No lo estaban -respondió Thomas intentando mantener la calma-. Sólo dejé que Kalle llevara su vaso de zumo. No lo hice demasiado bien, teniendo en cuenta las consecuencias, pero los voy a sobornar con un almuerzo en McDonald's y una nueva película en Åhléns. No creas que todo depende de ti continuamente. Concéntrate en tus artículos. ¿Cómo te va?

Ella tragó saliva.

– Una muerte jodidamente repugnante. Asesinato, suicidio o quizá un accidente, todavía no lo sabemos.

– Sí, lo he oído. ¿Llegarás muy tarde?