– Vayámonos de aquí -dijo sofocado.
La reunión de las seis en el periódico fue la más extraña en años. Anders Schyman sentía bullir el pánico dentro de él; su conciencia le decía que el periódico no debía salir, deberían buscar a Annika, apoyar a su familia, cualquier cosa.
– Joder, venderemos cantidad de ejemplares -dijo Ingvar Johansson cuando entró en la habitación. No lo dijo ni satisfecho ni triunfante, sino brutal y apenado, como una constatación.
Pero Anders Schyman explotó.
– ¿Cómo te atreves? -gritó el director y agarró a Ingvar Johansson de forma que al jefe de redacción se le derramó la taza de café sobre el muslo. Ingvar Johansson ni siquiera sintió la quemadura, de lo sorprendido que estaba. No había visto nunca a Anders Schyman perder los estribos.
El director respiró sobre la cara del otro hombre durante unos instantes, luego se tranquilizó.
– Lo siento -se disculpó, soltó al hombre y se dio la vuelta tapándose el rostro con las manos-. No sé lo que me pasa, lo siento.
Jansson entró en la habitación, el último como siempre, pero sin los gritos de costumbre. El jefe de noche estaba pálido y ojeroso. Sabía que éste sería su ejemplar más difícil hasta la fecha.
– Okey -anunció Schyman y miró a los pocos hombres alrededor de la mesa, el de Foto-Pelle, Jansson e Ingvar Johansson. Los de ocio y deportes se habían ido a casa-. ¿Qué hacemos?
El silencio se adueñó de la habitación durante unos segundos. Todos estaban sentados cabizbajos. La silla donde Annika solía sentarse creció hasta llenar toda la habitación. Anders Schyman se dio la vuelta hacia la noche en el exterior.
Ingvar Johansson comenzó a hablar, en voz baja y concentrado.
– Bueno, lo que hasta ahora hemos comentado es por así decirlo el embrión, hay una serie de decisiones redaccionales en este…
Hojeó inseguro sus papeles. La situación era absurda e irreal. Era muy poco corriente que las personas de esta habitación estuvieran personalmente implicadas en los hechos que se trataban. Ahora la discusión versaba sobre una de ellas. Cuando Ingvar Johansson continuó lentamente con su lista para rendir cuentas de su trabajo, los hombres encontraron, a pesar de todo, fuerzas para seguir con sus rutinas. No podían escaparse, lo mejor que podían hacer ahora mismo era continuar con el trabajo y hacerlo lo mejor posible. «Así se sienten los compañeros de trabajo de las víctimas», pensó Anders Schyman y miró fijamente a través de la ventana. Podía ser conveniente recordar esta sensación.
– Primero tenemos la bomba en Klara, hay que cubrirla -informó Ingvar Johansson-. Un artículo girará sobre la víctima, el hombre que estaba gravemente herido falleció hace una hora. Era soltero, domiciliado en Solna. Los otros están fuera de peligro. Se harán públicos sus nombres por la tarde o por la noche y contamos con conseguir fotos de pasaporte de todos ellos. Luego tenemos los destrozos en el local…
– Dejad a los familiares en paz -dijo Anders Schyman.
– ¿Qué? -preguntó Ingvar Johansson.
– Los empleados de Correos heridos. Dejad a sus familiares en paz.
– Todavía no sabemos sus nombres -respondió Ingvar Johansson.
Schyman se volvió hacia la mesa. Se pasó, desconcertado, la mano por el pelo, de forma que se le quedó de punta.
– Okey -dijo-. Lo siento. Continúa.
Ingvar Johansson respiró unas cuantas veces, cogió carrerilla y continuó.
– Hemos conseguido entrar en la sala afectada por la explosión en Stockholm Klara. No sé cómo se las ha ingeniado Henriksson, pero entró ahí y sacó un carrete de los destrozos. A esa habitación normalmente no tienen acceso ni los propios empleados. Ahí sólo hay envíos de valores, pero tenemos fotos.
– A eso le podemos añadir una discusión de principios -dijo Schyman y se paseó lentamente por la habitación-. ¿Qué responsabilidad tiene Correos en una cosa así? ¿Cómo deben controlar los envíos? Aquí tenemos el compromiso clásico entre la integridad del público y la seguridad del personal. Tenemos que hablar con el director general de Correos, el sindicato y el ministro responsable.
El director se detuvo frente a la ventana y estudió de nuevo la oscuridad exterior. Escuchó el susurro de la ventilación y buscó el sonido del tráfico. Era totalmente inaudible. Al cabo de un rato el redactor jefe siguió con su exposición.
– Después tenemos lo que nos atañe a nosotros, que la bomba iba dirigida a la jefa de nuestra redacción de sucesos. Tenemos que contarlo todo, desde el mediodía en que Tore Brand fue a buscar el paquete hasta el rastreo del envío por la policía
Los hombres anotaban; el director escuchaba de espaldas a la mesa.
– Annika ha desaparecido -continuó Ingvar Johansson en voz baja-. Eso hemos de tenerlo claro ahora, y debemos escribir sobre ello, ¿o no?
Anders Schyman se dio la vuelta; Ingvar Johansson parecía inseguro.
– La cuestión es si escribimos algo sobre que la bomba iba dirigida a nosotros -dijo el redactor jefe-. Quizá después nos ahoguemos en cartas bomba, quizá atraigamos a una banda de copy cats [7] que comience a secuestrar y a amenazar de bomba a nuestros reporteros…
– No podemos pensar así -intervino Schyman-. Si no, nunca podríamos cubrir nada que tuviera que ver con nosotros mismos. Tenemos que informar de todo lo que ha pasado, incluso de lo que nos atañe a nosotros mismos y a nuestra jefa de sucesos. Sin embargo hablaré con Thomas, el marido de Annika, de lo que escribamos sobre ella como persona privada.
– ¿Ya está informado? -preguntó Jansson y Anders Schyman resopló.
– La policía lo localizó justo después de las cinco y media. Había estado en Falun todo el día y no había tenido el móvil conectado. No tenía ni idea de lo que iba a hacer hoy Annika.
– Entonces escribimos un artículo sobre la desaparición de Annika -anunció Jansson.
Schyman asintió y volvió a darse la vuelta.
– Presentamos su trabajo, pero tendremos cuidado con la información sobre su vida privada -resumió Ingvar Johansson-. El siguiente asunto debe ser la teoría policial de por qué le ocurrió esto justo a Annika…
– ¿Saben por qué? -preguntó el de Foto-Pelle y el redactor jefe negó con la cabeza.
– No existe ninguna relación entre ella y las otras víctimas, nunca se habían visto. Su teoría es que Anmka investigó tanto que dio con algo que no debía. Ella fue desde el primer momento la líder de las noticias en esta historia, el motivo puede estar ahí. Simplemente sabía demasiado.
Los hombres guardaron silencio y escucharon la respiración de los demás.
– No tiene por qué ser así -dijo Schyman-. Esta cabrona es irracional. La bomba ha podido ser enviada por una razón totalmente desconocida para nosotros pero no para ella misma.
Los otros hombres levantaron la vista al mismo tiempo. El director suspiró.
– Sí, la policía cree que es una mujer. Creo que debemos sacar esto, a la mierda con ellos y su jodida investigación. Annika sabía esta mañana que la policía la tenía identificada, pero no le dijeron quién era. Escribiremos que la policía está buscando a un sospechoso, una mujer a la que no consiguen encontrar.
Anders Schyman se sentó sobre la mesa y ocultó el rostro entre las manos.
– Joder, ¿qué hacemos si el Dinamitero la tiene? -preguntó-. ¿Qué hacemos si muere?
Los otros no respondieron. En algún lugar de la redacción se oía Aktuellt; podían reconocer la voz del presentador a través de la pared de escayola.
– Debemos recapitular sobre todas las explosiones que ha habido hasta ahora -informó Jansson y continuó-. Alguien debe hablar de verdad con la policía sobre cómo ha trabajado para identificar justo a esta persona. Seguro que hay detalles que deberíamos…
Guardó silencio. De repente ya no estaba claro qué era importante. El horizonte había cambiado, el norte se había alterado. Todas las referencias estaban equivocadas y el enfoque patas arriba.