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¿Qué había dicho Beata en realidad? ¿Que Annika no había comprendido su estado de ánimo? ¿Era realmente por eso por lo que estaba aquí? A partir de ahora era el momento de «leer» mejor al Dinamitero. Escucharía atentamente lo que dijera la secuestradora y sería tan sumisa como fuera posible.

Eso haría, mantendría un diálogo con el Dinamitero y simularía comprender y estar de acuerdo con ella. Nunca protestaría, sino que le seguiría la corriente.

Se tumbó sobre el colchón, del lado derecho, contra la pared, y decidió intentar descansar. No le asustaba la oscuridad, lo negro a su alrededor no era peligroso. Pronto llegaron las conocidas sacudidas en el cuerpo, y momentos después dormía.

Muerte

Fui a la escuela en un edificio de madera de tres pisos. Cuanto mayores éramos, más arriba recibíamos nuestra enseñanza. Una vez al año, en primavera, toda la escuela tenía que participar en un simulacro de incendio. Las viejas escuelas ardían como yesca en aquellos tiempos y a nadie se le permitía descuidarse o escaparse.

En mi clase había un niño que padecía epilepsia, he olvidado su nombre. Por alguna razón él no podía poner las manos por encima de la cabeza. De cualquier manera, participó en el simulacro de incendio el año después de que terminara la guerra. Recuerdo ese día perfectamente. El sol brillaba con una luz fría y pálida, el viento era fuerte y borrascoso. Odio las alturas, siempre me ha pasado, y estaba paralizada de miedo cuando salí a la plataforma. El mundo a lo lejos parecía zozobrar en el río y yo me agarré a la sujeción. Me di la vuelta poco a poco y miré fijamente a la fachada rojo burdeos, bajé cada peldaño sujetándome con fuerza convulsa. Cuando alcancé el suelo estaba completamente extenuada. Entonces levanté la vista y vi al niño epiléptico descender lentamente por la escalera. Había llegado al último peldaño cuando le oí decir: «Ya no aguanto más». Se tumbó, volvió el rostro hacia la pared y murió delante de nuestros ojos.

Vino la ambulancia y se lo llevó, nunca antes había visto un vehículo así. Yo estaba junto a las puertas cuando lo subieron a una camilla. Estaba como siempre, sólo que algo más pálido, tenía los ojos cerrados y los labios azules. Sus brazos se agitaron un poco por el golpe cuando colocaron la camilla en el coche grande y una última brisa le desenredó los rizos rubios antes de que las puertas se cerraran.

Todavía recuerdo mi sorpresa por no haber sentido ningún miedo. Vi a una persona muerta, no era mayor que yo, y no me afectó. Él no era ni desagradable ni trágico, sólo estaba inmóvil.

Después he pensado muchas veces sobre lo que en realidad hace vivir a una persona. Nuestra mente básicamente no es nada más que sustancia y electricidad. El que yo todavía piense en el niño epiléptico no hace que él aún exista. El está presente aquí, en esta dimensión que llamamos realidad, no en calidad de su propia sustancia, sino como recuerdo.

La cuestión es si podemos herir a la gente de una forma peor que la muerte. A veces sospecho que yo misma he destruido a personas de otra manera distinta a la del profesor que obligó al niño a bajar por la escalera de incendios.

La última cuestión es si yo necesito la absolución y, si es así, de quién.

Viernes 24 de diciembre

Thomas estaba sentado junto a la ventana y miraba al Strömmen. Estaba despejado y hacía frío; el agua se había helado y parecía un espejo negro. La fachada grisácea del palacio estaba iluminada y parecía un bastidor contra el cielo invernal; por el Skeppsbron se deslizaban los taxis hacia Gamla Stans Bryggeri. Podía vislumbrar la cola fuera del Café Opera.

Se encontraba en el salón de la suite de la esquina del quinto piso del Grand Hotel. La habitación era tan grande como un apartamento de dos habitaciones, con recibidor, salón, dormitorio y un enorme cuarto de baño. La policía les había traído aquí. El Grand Hotel era el lugar de Estocolmo que la policía consideraba más seguro para albergar a personas amenazadas. Aquí vivían con frecuencia reyes y presidentes en visitas de Estado. Los empleados del hotel estaban acostumbrados a actuar en situaciones difíciles. Thomas, por supuesto, no estaba registrado como huésped bajo su verdadero nombre. En la suite de al lado había, de momento, dos guardaespaldas.

Hacía una hora que la policía le había comunicado que no habían encontrado ninguna carga explosiva en su apartamento de Hantverkargatan. De cualquier manera tendrían que estar escondidos hasta que el Dinamitero fuera apresado. Anders Schyman había decidido que Thomas y los niños podían pasar las Navidades en el hotel a cargo del periódico si fuera necesario. Thomas apartó la vista de la ventana y dejó que sus ojos volaran por la habitación en penumbra. Deseó que Annika estuviera con él, que los dos juntos hubieran podido disfrutar de aquel lujo. Los muebles eran brillantes y caros, la moqueta verde era tan gruesa como un colchón. Se levantó y se dirigió a la habitación contigua donde yacían los niños. Dormían profundamente con respiración entrecortada, totalmente agotados después de la aventura de ir de cortas vacaciones. Se habían bañado en el bonito cuarto de baño y habían salpicado todo el suelo. Thomas ni siquiera se había preocupado de secarlo. Para comer habían tomado albóndigas con puré de patata, todo servido por el servicio de habitaciones. A Kalle el puré de patata le pareció asqueroso. Estaba acostumbrado a la variante en polvo de Annika. A Thomas no le gustaba cuando Annika hacía salchichas y puré de patata de comida; una vez lo había llamado comida de cerdos. Al pensar en esas estúpidas peleas comenzó a llorar, cosa que no solía hacer.

La policía no tenía ni una sola pista de Annika. Era como si se la hubiera tragado la tierra. El coche que conducía también había desaparecido. No se había visto a la mujer que ellos creían que era el Dinamitero desde que empezaron a sospechar de ella, el martes por la noche. Se había emitido una orden de busca y captura regional. La policía no había comunicado el nombre de la mujer, sólo había dicho que había sido responsable del proyecto de construcción del estadio olímpico de Södra Hammarbyhamnen.

Se dio una vuelta por la gruesa moqueta y se obligó a sentarse frente al televisor. Tenía, por supuesto, setenta canales y muchos más dedicados exclusivamente a la emisión de películas, pero Thomas no estaba con ánimos de verla. En cambio se dirigió al recibidor, se metió en el cuarto de baño y tiró la toalla al suelo. Se lavó la cara con agua helada y se cepilló los dientes con el cepillo del hotel. La gruesa felpa absorbió el agua bajo sus pies. Salió y se fue desnudando mientras se dirigía al dormitorio, tiró la ropa echa un ovillo sobre una silla en el recibidor y fue a ver a los niños. Como de costumbre estaban destapados. Thomas los observó un rato. Kalle se había abierto de brazos y piernas y ocupaba gran parte de la cama de matrimonio, Ellen estaba encogida sobre las almohadas. Uno de los guardaespaldas estuvo en Åhléns y había comprado dos pijamas y algunos juegos de Game Boy. Thomas movió las extremidades de Kalle y lo tapó, luego dio la vuelta a la gran cama y se tumbó junto a Ellen. Pasó cuidadosamente el brazo por debajo de la cabeza de la niña y la atrajo hacia sí. La niña rebulló en sueños y se metió el dedo en la boca. Thomas no se molestó en sacárselo. Respiró profundamente, sintió el olor de la niña y dejó que los ojos se le llenaran de lágrimas.

El trabajo en la redacción se desarrollaba con concentración máxima y en total silencio. El nivel de ruidos se había reducido considerablemente desde que el periódico se había informatizado hacía unos años, pero tan silencioso como esta noche no había estado nunca. Todos estaban reunidos junto a la mesa de redacción, donde se maquetaba el periódico. Jansson hablaba sin parar por teléfono, como de costumbre, pero en voz baja y susurrando. Anders Schyman se había parapetado en el lugar donde el editorialista se sentaba durante el día. No hacía gran cosa: durante la mayor parte del tiempo miraba al vacío o hablaba en voz baja por teléfono. Berit y Janet Ullberg tenían sus mesas en una esquina de la redacción, pero ahora estaban sentadas frente a las mesas de los reporteros de noche para poder seguir todo lo que se decía. Patrik Nilsson también estaba ahí. Ingvar Johansson le había llamado al móvil a mediodía. El reportero se encontraba en un avión rumbo a Jönköping, y había contestado.