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– Tarde no, tardísimo.

– Te quiero -dijo él.

Extrañamente sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.

– Yo también te quiero -susurró.

Su fuente de información había trabajado por la noche y ya se había ido a casa, así que debía confiar en los canales policiales normales. No había ocurrido nada más durante la mañana, la víctima aún no había sido identificada, el trabajo de extinción había concluido, la investigación técnica continuaba. Annika decidió ir de nuevo al estadio con otro fotógrafo, un suplente llamado Ulf Olsson.

– Me parece que no llevo la ropa adecuada para este trabajo -dijo Ulf en el ascensor camino del coche.

Annika le miró.

– ¿Qué quieres decir?

El fotógrafo vestía abrigo de lana gris oscuro, mocasines y traje.

– Me había vestido para fotografiar a los famosos en el Dramaten. Creo que podías haberme avisado que íbamos a ir al lugar del crimen; seguro que lo sabías desde hace horas.

El suplente la miró con agresividad. Algo se encendió en la cabeza de Annika y el cansancio se apoderó de ella.

– ¡Oye, no me digas lo que debo hacer! Tú eres fotógrafo y debes poder fotografiar desde accidentes de tráfico a galas de estreno. Si no quieres fotografiar carne picada en traje de Armani, llévate un mono de trabajo en la bolsa de la cámara.

Dio una patada a la puerta del ascensor y entró en el garaje. ¡Maldito aficionado!

– No me gusta tu forma de hablarme -voceó tras ella el suplente.

Annika explotó y se dio la vuelta.

– No seas tan pretencioso, ¿vale? -espetó-. Además, nadie te impide que te enteres de lo que pasa en el periódico. ¿Crees que soy tu jodida central de guardarropa?

El suplente tragó y cerró los puños.

– Me parece que estás siendo injusta -la regañó.

– ¡Dios mío! -resopló Annika-. Qué pesado estás con tus quejas. Siéntate en el coche y conduce, ¿o conduzco yo?

Era costumbre que los fotógrafos condujeran siempre que un equipo de reporteros salía a trabajar, aunque utilizaran el coche del periódico. En muchas compañías los coches de la redacción eran coches de empresa, pero las peleas sobre quién tenía la prerrogativa de usarlos había hecho que el Kvällspressen los eliminara.

Annika se sentó tras el volante y condujo hacia Essingeleden. La atmósfera en el coche de camino a Hammarbyhamnen era tensa. Annika decidió pasar por la zona industrial de Hammarby, pero no sirvió de nada. Toda la villa olímpica estaba acordonada. Se enfadó por su fracaso y Ulf Olsson aliviado, pensó que ahora no se mancharía los zapatos.

– Tenemos que sacar una foto diurna de la gradería -anunció Annika y dio la vuelta frente a la cinta de plástico en Lumavägen-. Conozco a una persona de un canal de televisión que tiene sus locales por aquí cerca. Si tenemos suerte, alguien nos puede dejar subir al tejado.

Cogió el teléfono y llamó al móvil de su amiga Anne Snapphane, productora de programas de sobremesa para mujeres de uno de los canales por cable.

– Estoy editando -bufó Anne-. ¿Quién eres y qué quieres?

Cinco minutos después estaban en el tejado de la vieja fábrica de lámparas de Södra Hammarbyhamnen. La vista sobre el desgarrado estadio era fantástica. Olsson sacó el trípode e hizo un carrete; era suficiente.

No se dijeron nada mientras regresaban al trabajo.

– La rueda de prensa comienza a las dos -gritó Patrik cuando entraron en la redacción-. Ya tenemos la foto.

Annika agitó la mano como respuesta y se fue a su despacho. Colgó el abrigo, tiró el bolso sobre la mesa, cambió la batería del móvil y puso la usada a cargar.

Se sentía acabada e incompetente después del choque con el fotógrafo suplente. ¿Por qué se acaloraba tanto? ¿Por qué se ofendía? Dudó un momento antes de marcar el número del director.

– Claro que tengo un momento para ti, Annika -respondió.

Atravesó el espacio abierto de la oficina hacia el despacho en esquina de Anders Schyman. La actividad en la redacción era casi nula. Ingvar Johansson estaba sentado con el teléfono pegado a la oreja al mismo tiempo que comía ensalada de atún. El redactor gráfico, Pelle Oscarsson, uno de los maquetistas, estaba entretenido con su Photoshop componiendo en el ordenador las hojas del día siguiente.

En el mismo momento en que Annika cerró la puerta tras de sí sonaron los tres tonos del Eko del mediodía en la radio del director. Eko abrió con la teoría del sabotaje y afirmó que la policía perseguía a un loco que odiaba los Juegos. No habían conseguido nada más.

– La teoría del odio no es correcta -dijo Annika-. La policía cree que se ha hecho desde dentro.

Anders Schyman silbó.

– ¿Por qué?

– No hay nada forzado y todas las alarmas estaban desconectadas. O la víctima quitó las alarmas o lo hizo el Dinamitero. Las dos posibilidades significan que el autor es una persona de la organización.

– No necesariamente; la alarma podía haberse estropeado -objetó Schyman.

– No estaba estropeada -respondió Annika-. Funcionaba, pero estaba desconectada.

– Alguien podría haber olvidado activarlas -añadió el redactor jefe.

Annika pensó un poco y asintió. Era una posibilidad.

Se sentaron en los confortables sofás junto a la pared y escucharon la radio. Annika miró la embajada rusa. El día se consumía casi antes de comenzar, la neblina gris hacía que las ventanas pareciesen sucias. Alguien había decorado el despacho del director con macetas llenas de estrellas de Navidad rojas y dos candelabros de adviento.

– Hoy he tenido un encontronazo con Ulf Olsson -comenzó Annika con un hilo de voz.

Anders Schyman esperó.

– Se quejó de que no llevaba la ropa adecuada para el trabajo en Hammarbyhamnen y creía que era culpa mía, que debería haberle avisado que iría conmigo.

Enmudeció. Anders Schyman la observó durante un momento antes de responder.

– Annika, no eres tú quien decide adónde van los fotógrafos. Eso lo hace el redactor gráfico. Además, tanto los reporteros como los fotógrafos deben vestir de forma que puedan ir a donde sea y cuando sea. Es parte del trabajo.

– Le falté al respeto -añadió Annika.

– No fue muy inteligente. Si yo estuviera en tu lugar le pediría disculpas por tus palabras y le daría algunos consejos sobre cómo vestir. Y échale un vistazo a nuestras ideas sobre el sabotaje, no quiero que caigamos en la trampa de la teoría terrorista si no encaja todo a la perfección.

Schyman se levantó, dando a entender que la conversación había terminado. Annika se sentía aliviada por dos razones: por un lado el director había respaldado su posición con respecto a la investigación sobre los Juegos y por otro, ella misma le había contado al jefe que se había enfadado. Es cierto que la gente se enfadaba diariamente en el periódico, pero ella era mujer y jefa por primera vez; tenía que estar preparada ante los que se la quisieran comer.

Fue directamente a recoger una gran bolsa con el logotipo del periódico y después se dirigió a la sala de fotografía. Ulf Olsson estaba solo, sentado, y leía una revista para hombres.

– Te pido disculpas por haberte ofendido -dijo Annika-. Mete en esta bolsa unos calzoncillos largos, zapatos calientes, gorro y guantes y guárdala en tu armario o en el maletero del coche.

El hombre la miró enfadado.

– Deberías haberme dicho antes dónde íbamos a ir…

– Eso discútelo con el redactor gráfico o el redactor jefe. ¿Has revelado las fotos?

– No, yo…

– Entonces hazlo.

Salió y sintió los ojos de Olsson en su espalda. De camino a su despacho se dio cuenta de que no había comido nada en todo el día, ni siquiera había desayunado. Pasó por la cafetería y compró un sándwich y una Coca-Cola light.