»-Bienvenida, Christina -dije y le alargué la mano-. ¡Me alegro de que hayas podido venir!
»-Gracias -respondió-. ¿Nos conocemos?
»Los ojos de Christina se encontraron con los míos y su boca sonrió. Yo vi cómo sonreía, pero su sonrisa cambió y su rostro murió. Ella no tenía dientes. Había gusanos en su boca y sus ojos no tenían blanco. Sonreía, y su aliento era muerto y fecal. Me eché hacia atrás. No me reconocía. No sabía quién era. No veía a su princesa heredera. Ella hablaba, y su voz venía del abismo, sorda y áspera como una cinta grabada que va demasiado lenta.
»-¿Continuamos?, -rugió y los gusanos se arrastraron por su cabeza y supe que tenía que matarla. ¿Lo entiendes, verdad? ¿Tienes que entenderlo? ¡No podía vivir! Era un monstruo, un ángel del mal con halo. La maldad la había comido, corrompido de dentro a fuera. Mi casa tenía razón, ella era la maldad en la tierra, yo no lo había visto, los otros no lo habían visto, sólo habían visto lo mismo que yo, su fachada de éxito, el aura resplandeciente y el pelo teñido de rubio. Pero yo lo vi, Annika, descubrí su verdadero yo; a mí me mostró la clase de monstruo que era, apestaba a veneno y sangre podrida…
Annika sintió aumentar su malestar hasta lo indecible. Beata abrió una lata de Coca-Cola y bebió sorbitos cuidadosamente.
– En realidad debería beber light por las calorías, pero es asquerosa. ¿Tú qué opinas? -preguntó Beata a Annika.
Annika tragó.
– Tienes razón -contestó.
Beata esbozó una sonrisa.
– Mi decisión me permitió sobrevivir aquella noche, pues la pesadilla no había terminado. ¿Sabes a quién eligió como su Príncipe, su compañero de mesa? Justo, lo sabías, teníais una foto de los dos juntos en el periódico. De pronto lo comprendí todo. Entendí la razón de mi frío tesoro en casa. Todo encajaba. La caja grande era para Christina, los cartuchos pequeños para todos los que la siguieran.
»Mi plan era sencillo. Yo solía seguir a Christina; a veces pensaba que ella lo notaba. Se daba la vuelta y miraba a su alrededor preocupada antes de meterse en su gran coche, siempre con su ordenador bajo el brazo. Me preguntaba qué escribiría en él, si escribía sobre mí, o quizá sobre Helena Starke. Sabía que solía ir a casa de Helena Starke. Yo esperaba fuera hasta que se iba a su casa por la mañana temprano. Comprendí que hacían el amor y sabía que sería fatal para Christina si eso salía a la luz. Por eso era tan fácil, por lo menos en teoría. Algunas cosas son muy poco limpias cuando se ponen en práctica, ¿no te parece?
»Bueno, el viernes por la noche, cuando vi a Christina y Helena abandonar juntas la fiesta de Navidad, supe que había llegado el momento. Me fui a casa y cogí mi gran tesoro. Pesaba mucho, lo puse a mi lado en el asiento delantero. En el suelo del copiloto había una batería de coche que había comprado en OK de Västberga. El temporizador era de Ikea, la gente suele utilizarlos en sus casas de campo para engañar a los ladrones.
»Aparqué entre los otros coches donde tú has dejado el tuyo. La bolsa pesaba, por supuesto, pero soy más fuerte de lo que aparento. Estaba algo nerviosa, no sabía cuánto tiempo tenía, estaba obligada a terminar mis preparativos antes de que Christina saliera de la casa de Helena. Tuve suerte y fue rápido. Fui con la bolsa a la entrada trasera, desconecté la alarma y abrí. Estuvo a punto de salir mal; un hombre me vio entrar, se dirigía a ese horrible club ilegal; si yo todavía hubiera sido jefa del proyecto nunca habría permitido un establecimiento así junto al estadio.
»Bueno, aquella noche el estadio estaba maravilloso, brillaba bajo la luz de la luna. Coloqué la caja en la gradería norte; el texto blanco relucía en la oscuridad: Minex 50 X 550, 24.0 kg, 15 p.c.s. 1.600 g. Dejé la cinta adhesiva junto a la caja. Sería muy fácil de activar, simplemente había que introducir uno de los trozos de metal en una de las salchichas y llevar el cable hasta la entrada principal. AHÍ había dejado la batería y preparado el temporizador como tenía ensayado. ¿Dónde lo había probado? En una cantera cerca de Rimbo, en el municipio de Lohärads. El autobús sólo va dos veces al día, pero he tenido tiempo. Sólo había detonado pequeñas cargas, un cartucho cada vez; todavía me quedan muchos.
»Cuando los preparativos estuvieron listos fui a la puerta principal y la abrí, pero yo salí por el túnel. La entrada por el estadio está bajo la bóveda, debajo de la entrada principal. Se puede descender en un gran ascensor, pero yo bajé andando por las escaleras. Luego caminé con rapidez hacía Ringvägen, tenía miedo de llegar tarde. No fue el caso, más bien al contrario. Tuve que esperar mucho tiempo en la puerta de enfrente. Cuando Christina salió la llamé desde mi móvil. Nunca podrían localizar la llamada; había comprado una tarjeta. Tampoco pueden localizar la llamada al tuyo: aún tenía esa tarjeta.
»Fue fácil convencerla de que viniera al estadio. Le dije que lo sabía todo sobre ella y Helena, que tenía fotos de ellas juntas, que entregaría los negativos a Hans Bjällra, el presidente de la junta directiva, si no venía a hablar conmigo. Bjällra odiaba a Christina, eso lo sabían todos los que trabajan en las oficinas, y aprovecharía cualquier oportunidad para denigrarla. Vino andando por el puente peatonal, enfadadísima, tardó bastante. Durante un momento pensé que no vendría.
»La esperaba dentro de la entrada principal, oculta entre las sombras detrás de dos de las estatuas. Me bullía la sangre, el edificio estaba jubiloso. Me apoyaba, estaba a mi lado. Yo quería hacerlo bien. Christina moriría en el mismo lugar donde me había destrozado. Sería desmembrada en la gradería norte del estadio Victoria, pues yo lo había construido. Cuando llegara la golpearía en la cabeza con un martillo, el instrumento más clásico de los albañiles. Luego la conduciría a la gradería, activaría la bomba, y mientras mis serpientes de plástico se enredaban alrededor de su cuerpo le contaría por qué estaba ahí. Le desvelaría que había descubierto sus monstruos. Mi superioridad reluciría como la luz de una estrella en la noche. Christina pediría perdón, y con la explosión todo se consumaría.
Beata hizo un alto en su relato y bebió un poco de Coca-Cola. Annika estaba a punto de desmayarse.
– Desgraciadamente no fue así -dijo Beata-. La verdad ante todo. No quiero ser una heroína. Sé que mucha gente pensará que hice mal. Tienes que escribir lo que pasó en realidad y no adornarlo.
Annika asintió, fingiendo sinceridad.
– Todo salió mal. Christina no se desmayó tras el golpe de martillo, sólo se enfureció. Como una poseída comenzó a chillar que yo era una loca incompetente y que la dejara en paz. Yo la golpeaba donde podía con el martillo. Un golpe la alcanzó en la boca, perdió algunos dientes. Gritaba y gritaba, y yo golpeaba y golpeaba. El martillo bailaba sobre su cara. Una persona puede sangrar mucho por los ojos. Al cabo cayó y no era una visión agradable. Gritaba y gritaba, y para que no volviera a levantarse le rompí a golpes las rodillas. No fue divertido, sólo fatigoso y molesto. Lo entiendes, ¿verdad? No quería dejar de gritar, y la golpeé en el cuello. Cuando intenté arrastrarla hasta la gradería me arañó las manos y tuve que romperle a golpes los codos y los dedos también. Poco a poco comenzó el largo camino hacia la gradería, hasta el lugar donde ella había estado el día que me destruyó. Comencé a sudar, pues pesaba bastante, y no quería dejar de gritar. Cuando por fin llegué a donde estaban mis armas, mis brazos temblaban sin parar. La dejé entre los asientos y comencé a pegarle cartuchos con cinta adhesiva alrededor del cuerpo. Pero Christina no comprendió que debía rendirse, que su papel ahora era de oyente. Se deslizó como la culebra que era hasta la escalera cercana. Ahí comenzó a rodar por la gradería chillando todo el tiempo; empecé a perder control de mi trabajo, fue horrible. Tuve que cogerla y romperle la espalda, no sé si se partió. Al final yacía tan quieta que pude pegarle quince salchichas alrededor del cuerpo. No era bonito. No había tiempo para el perdón o la reflexión. Luego introduje el trozo de metal en una de las salchichas y corrí hacia la batería. El temporizador estaba conectado para cinco minutos; lo dejé en tres. Christina gritaba, un sonido inhumano, bramaba como un monstruo. Estaba en la entrada escuchando su canción de muerte. Cuando sólo quedaban treinta segundos consiguió quitarse dos de las salchichas, a pesar de tener las articulaciones rotas. Eso muestra su fuerza, ¿no crees? Desgraciadamente no pude seguir hasta el final. Me perdí sus últimos segundos, pues debía protegerme en mi cueva. Había bajado medio camino cuando me alcanzó la onda expansiva, y me sorprendió su fuerza. Los daños fueron enormes, toda la gradería norte quedó dañada. No era mi intención, ¿lo entiendes, verdad? No quería dañar el estadio, lo que había ocurrido no era culpa del edificio…