Se alejó de la ventana y comenzó a llorar de nuevo.
– ¿Por qué lloras, papá?
Kalle estaba en el umbral del dormitorio. Thomas se recompuso rápidamente.
– Estoy triste porque mamá no está aquí. La echo de menos.
– Los mayores también están tristes a veces -dijo Kalle. Thomas se acercó al niño y lo cogió en brazos.
– Sí, también lloramos cuando nos sentimos mal. Pero ¿sabes una cosa? Tienes que dormir un poco más. ¿Sabes qué día es hoy?
– ¡Nochebuena! -exclamó el niño.
– ¡Chis!, vas a despertar a Ellen. Sí, es Nochebuena y esta noche viene Papá Noel. Para entonces tendrás que estar descansado, así que métete en la cama un rato más.
– Tengo que hacer pis -anunció Kalle y se escapó de los brazos de Thomas.
Al regresar del cuarto de baño preguntó:
– ¿Por qué no viene mamá?
– Vendrá más tarde -respondió Thomas y besó al niño en el pelo-. ¡A la cama!
Después de arropar al niño con el mullido edredón del Grand Hotel su vista se posó en la radio-despertador, junto a la cama. Las cifras digitales rojas coloreaban de rosa la esquina de la funda de la almohada. Eran las 5.49.
– Esto está bien-anunció Beata satisfecha-. Era justo lo que quería.
Annika estaba ligeramente aletargada, pero se sentó rápidamente cuando el Dinamitero comenzó a hablar.
– Me alegro de que te guste -respondió-. Lo he hecho lo mejor que he podido.
– Sí, lo has hecho bien de verdad. Me gustan las profesionales -replicó Beata y sonrió.
Annika le devolvió la sonrisa y permanecieron sonriendo hasta que Annika decidió poner en práctica su plan.
– ¿Sabes qué día es hoy? -preguntó y continuó sonriendo.
– Nochebuena, ¡claro! -exclamó Beata y se rió-. ¡Claro que sé qué día es!
– Sí, pero los días antes de Navidad pasan muy rápido. Casi nunca consigo comprar todos los regalos. ¿Pero sabes una cosa? Tengo una cosa para ti, Beata.
La mujer sospechó inmediatamente.
– No has podido comprarme ningún regalo, tú no me conoces.
Annika sonreía tanto que le dolía la mandíbula.
– Ahora te conozco. El regalo se lo había comprado a una amiga, a una chica que se lo merece. Pero tú lo necesitas más.
Beata no la creía.
– ¿Por qué me ibas a dar un regalo a mí? Yo soy el Dinamitero.
– El regalo no es para el Dinamitero -contestó Annika con voz decidida-. Es para Beata, una chica que las ha pasado muy putas. Tú realmente necesitas un buen regalo por todo lo que te ha ocurrido.
Annika observó cómo las palabras deshacían las defensas de Beata. La mujer comenzó a mirar errática y a toquetear el cable.
– ¿Cuándo lo compraste? -preguntó insegura.
– El otro día. Es muy bonito.
– ¿Dónde está?
– En mi bolso. Está en el fondo, debajo de las compresas.
Beata se sobresaltó, justo lo que Annika había presentido. Beata no se llevaba bien con sus funciones corporales femeninas.
– Es un paquetito muy bonito -dijo Annika-. Si me traes el bolso te doy tu regalo de Navidad.
Annika vio automáticamente que Beata no se tragaba el cuento.
– No intentes nada -le advirtió amenazadoramente y se levantó.
Annika suspiró tenuemente.
– No soy yo quien suele ir con el bolso lleno de dinamita. No hay nada en él, aparte de un bloc, algunos bolígrafos, un paquete de compresas y un regalo para ti. ¡Míralo tú misma!
Annika contuvo la respiración, se la estaba jugando. Beata dudó un instante.
– No quiero fisgonear en tu bolso -replicó.
Annika suspiró pesadamente.
– ¡Qué pena! El regalo te hubiera sentado bien.
Eso hizo que Beata se decidiera. Dejó la pila y el cable en el suelo y agarró la cuerda.
– Si intentas algo, tiro de ella.
Annika levantó las manos y sonrió. Beata retrocedió hasta el lugar donde el bolso había caído hacía más de dieciséis horas. Sujetó las dos correas con una mano y la cuerda con la otra. Comenzó a acercarse a Annika lentamente.
– Yo me quedo aquí vigilándote todo el tiempo -dijo y dejó caer el bolso sobre las piernas de Annika.
El corazón de Annika latía de tal manera que resonaba en su cabeza. Le temblaba todo el cuerpo. Ésta era su única oportunidad. Sonrió a Beata y confió en que el pulso no le palpitase en sus sienes. Entonces dirigió la vista hacia las piernas de Beata. Su mano todavía sujetaba las dos correas. Introdujo la mano con cuidado en el bolso y encontró el paquete a la primera, la cajita con el broche granate que había comprado para Anne Snapphane. Rápidamente comenzó a tocar las cosas del fondo.
– ¿Qué haces? -preguntó Beata y tiró del bolso.
– Lo siento -contestó Annika y apenas podía distinguir su voz tras los latidos de su corazón-. No lo encuentro. Deja que lo busque otra vez.
Beata dudó unos segundos. El corazón de Annika se detuvo. No podía suplicar, si no, estaría perdida. Tenía que aprovecharse de la curiosidad de Beata.
– No quiero decirte lo que es, pues dejaría de ser una sorpresa. Pero estoy segura de que te gustará -dijo Annika.
La mujer volvió a alargar el bolso y Annika respiró profundamente. Metió un brazo con decisión, localizó el regalo, y justo al lado estaba el móvil. «¡Dios mío! -pensó-, ¡espero que el cable manos libres esté conectado!» El labio superior se le cubrió de sudor. Estaba boca abajo, bien, en caso contrario se vería que la pantalla verde se encendía. Dejó que los dedos pasaran por las teclas, encontró la grande ovalada y pulsó, rápida y segura. Luego movió el dedo dos centímetros más abajo a la derecha, encontró el uno, pulsó, y volvió a llevar el dedo a la tecla ovalada para pulsar una tercera vez.
– Ahora, aquí está -anunció Annika y cogió el paquete que estaba al lado. Le temblaba todo el brazo cuando lo sacó, pero Beata no se dio cuenta. El Dinamitero sólo tenía ojos para la cajita envuelta en papel dorado con lazo azul que brillaba en la fría iluminación. Del bolso no salía ni un sonido, el cable estaba conectado. Beata retrocedió y dejó el bolso junto a la caja de dinamita. Annika tuvo deseos de respirar profundamente pero se obligó a hacerlo en silencio y con la boca abierta. Había pulsado la memoria 1.
– ¿Puedo abrirlo ahora? -preguntó Beata impaciente.
Annika no podía responder; simplemente asintió.
Jansson había enviado la última página a la rotativa. La primera noche de su turno solía estar muy cansado, pero ahora se sentía totalmente paralizado. Normalmente solía desayunar en la cafetería, un sándwich de queso y pimientos y una taza de té, pero hoy pensaba pasar. Acababa justo de levantarse y ponerse el anorak cuando sonó el teléfono. Jansson resopló en voz alta y dudó si mirar la pantalla para ver quién llamaba. Bueno, podía ser la imprenta, a veces algunos colores fallaban y las fotos no quedaban bien. Alargó la mano hacia el teléfono y observó el número conocido. Al mismo tiempo se le erizó todo el pelo del cuerpo.
– ¡Es Annika! -gritó-. ¡Annika está llamando a mi extensión!
Anders Schyman, Patrik, Berit y Janet Ullberg se volvieron hacia él desde el fondo de la redacción.
– ¡Es el móvil de Annika! -chilló el jefe de redacción.
– ¡Pero responde, joder! -le gritó Schyman y comenzó a correr.
Jansson tomó aliento y levantó el auricular.
– ¡Annika!
Chasqueaba y zumbaba en el auricular.
– ¡Hola! ¡Annika!
Los otros ya se habían reunido junto a Jansson.
– ¡Hola! ¡Hola! ¿Estás ahí?
– Dame el teléfono -ordenó Schyman.
Jansson le alargó el auricular al director. Anders Schyman se puso el auricular en una oreja y en la otra se metió el meñique. Oyó crujidos y zumbidos, y un sonido que subía y bajaba que podría ser el murmullo de voces.